La paradoja del mentiroso
José Antonio Sanduvete [colaborador]
Todos mienten. Es asĂ. Todos hablan de su sinceridad, de su honestidad, pero a la hora de la verdad todos renuncian a ellas, lo hacen continuamente, tan pronto como el propio interĂ©s les obliga a ello.
El mundo está lleno de mentiras en toda regla, de mentirijillas, de medias verdades o verdades a medias, de mentiras bienintencionadas y mentiras piadosas. OĂr a la gente, oĂrme a mĂ mismo, me hace pensar en la paradoja del mentiroso que afirma que Ă©l nunca dice la verdad.
Creo que mentir no me provoca tanto placer como indiferencia. En otras palabras, siento que mentir me da absolutamente igual. Que no me importa un pimiento, vamos. Y tan poco me importa la mentira como aquellos a quienes va dirigida. Si cuentas mentiras, lo más normal es que alguna vez te termines llevando una merecida reprimenda; pero si pruebas a sincerarte, la vida cogerá tus verdades y las destrozará convirtiéndolas en pedazos muy pequeños de ti mismo que serán pisoteados y desparramados por el viento.
Nunca nadie volverá a oĂr una verdad de mis labios.
SĂłlo tengo que conseguir mentirme a mĂ mismo. Si pudiera creerme mis propias mentiras, me convencerĂa de que no me importa aquello en lo que me convendrĂa más dejar de pensar, lo que no merece realmente la pena, lo que ya no tiene soluciĂłn, o no la tuvo nunca.
¿Es que no podemos evitar, aĂşn a sabiendas, perder nuestro tiempo construyendo estĂşpidas quimeras que sĂłlo habrán de servir para derrumbarse estruendosa y dolorosamente?
Todos mienten. Es asĂ. Todos hablan de su sinceridad, de su honestidad, pero a la hora de la verdad todos renuncian a ellas, lo hacen continuamente, tan pronto como el propio interĂ©s les obliga a ello.
El mundo está lleno de mentiras en toda regla, de mentirijillas, de medias verdades o verdades a medias, de mentiras bienintencionadas y mentiras piadosas. OĂr a la gente, oĂrme a mĂ mismo, me hace pensar en la paradoja del mentiroso que afirma que Ă©l nunca dice la verdad.
Creo que mentir no me provoca tanto placer como indiferencia. En otras palabras, siento que mentir me da absolutamente igual. Que no me importa un pimiento, vamos. Y tan poco me importa la mentira como aquellos a quienes va dirigida. Si cuentas mentiras, lo más normal es que alguna vez te termines llevando una merecida reprimenda; pero si pruebas a sincerarte, la vida cogerá tus verdades y las destrozará convirtiéndolas en pedazos muy pequeños de ti mismo que serán pisoteados y desparramados por el viento.
Nunca nadie volverá a oĂr una verdad de mis labios.
SĂłlo tengo que conseguir mentirme a mĂ mismo. Si pudiera creerme mis propias mentiras, me convencerĂa de que no me importa aquello en lo que me convendrĂa más dejar de pensar, lo que no merece realmente la pena, lo que ya no tiene soluciĂłn, o no la tuvo nunca.
¿Es que no podemos evitar, aĂşn a sabiendas, perder nuestro tiempo construyendo estĂşpidas quimeras que sĂłlo habrán de servir para derrumbarse estruendosa y dolorosamente?
Para mentirosos los polĂticos de este pueblo.
ResponderEliminarfumanchu dice: yo solo digo la verdan, aun cuando estoy mintiendo siempre digo la verdan. Que no se apremie lo honesto,que no se valore lo humilde, que no respete la franqueza, no se admire lo firme y que usted señor no sea mas que otra toalla arrojada sobre la cancha, otra toalla de identidad negociada al cambio por hipoteca seguridad, bien estar y cajero automático no le da derecho a sacar consuelo a su derrota haciendo creer que la verdan no sirve para limpiar el espĂritu y como patrĂłn de vida, valor y conducta del ser humano, animo muchacho sigue asĂn joven, fuerte con esa perillita esa garra periodistica y esa aptitud.
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