EL PLAN DEL LIBRE ALBEDRÍO (Destino oculto)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
El ser humano es ciertamente peligroso cuando se le deja a su libre albedrío. Tal vez por eso hay un burócrata, un director de la oficina de ajustes que ha elaborado un cuidadoso plan para todos los que usamos el don de la vida y tiene una brigada de agentes de campo que vigilan que todo salga de acuerdo a lo previsto. No puede haber fallos porque eso altera todo lo que ha pensado. Dios y los ángeles. El azar, que también existe, es el Diablo.
Y en el fondo, no es que importe demasiado el hecho de que una decisión de una persona determinada altere lo que ya está escrito como su destino. Lo que verdaderamente importa es la influencia que su decisión tiene en los demás. En cada una de las opciones que elegimos se mueven todos los universos que hay a nuestro alrededor y esos universos, a la vez, influyen en muchos otros y así hasta el infinito. Así es como se puede modificar el plan del director. No para uno, sino para todos. También para aquella persona a la que se ama.
Pero el amor es el salvoconducto, es lo que puede cambiar todo. El hado tiene preparada una existencia de éxito asegurado y, además, de certeza de ser una pieza fundamental para que el mundo entero llegue a enderezar el rumbo. Si se demuestra que la opción elegida tiene un por qué, un cómo, un cuándo y un dónde, tal vez la burocracia suprema llegue al convencimiento de que hay algo en nosotros que merece la pena, que no somos simples entes que luchan hasta la extenuación por tener la vida controlada. Todo tiene una razón. Si la derrota ocurre, es porque la pieza vital que la sufre tiene que encajar en otro rompecabezas y realizar su función. La razón es el orden de la pervivencia. Y todo el mundo sabe que en la razón rara vez cabe el amor.
Partiendo de un apasionante argumento dictado por el libro de Philip K. Dick La oficina de ajustes, el director George Nolfi articula una película llena de interés, con algún error que otro y más de una secuencia prolongada en exceso pero consigue que todos tengamos la sensación de que estamos siendo vigilados para cumplir designios que se escapan a nuestro entendimiento. La inmediatez de la propia vida hace que no tengamos la suficiente perspectiva para descubrir cuál es el motivo de aquel hecho, cuál es la palabra nunca dicha, cuál es el silencio que nos delató. Para ello, dirige con mucho mimo la actuación de Matt Damon que parece que últimamente va aprendiendo a transmitir un poco más, moldea a Emily Blunt hasta hacerla parecer curiosamente atractiva, muestra a un John Slattery brillante y ciertamente intenso e implica con flema británica a un Terence Stamp seriamente amenazante. Todo ello da como resultado una cinta ágil, con momentos de buen humor en unos diálogos sumamente cuidados y una apología del sombrero que, al fin y a la postre, acaba por ser fascinante.
No es El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, donde se nos decía que los ángeles escuchaban en silencio y sólo eran acompañantes de nuestras penas y angustias. Es una historia con personalidad propia y que, dada la época que nos ha tocado vivir, muy bien podría ajustarse a la realidad. No importa ser creyente o ateo, eso es lo de menos. El mensaje está en superar toda esa rutina que nos retrasa, nos hunde, nos anula, nos traba y en no dejarse arrastrar por los acontecimientos. Pensar en lo que se va a hacer después de caer. Luchar o aceptar. Rebelarse. Atravesar las puertas y encontrarse con que al otro lado hay escenarios diferentes a los que llegar y vencer. La vanidad propicia el azar. Y el enemigo somos nosotros y nuestra indolencia. Lo que se cree es, casi siempre, imposible pero hay que ganar al siempre y animar al casi. Si no ponemos voluntad, no nos quedará más que una corbata bien anudada de un color bastante inadecuado que nos identificará como trajeados seres de cúspide y de fracaso.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
El ser humano es ciertamente peligroso cuando se le deja a su libre albedrío. Tal vez por eso hay un burócrata, un director de la oficina de ajustes que ha elaborado un cuidadoso plan para todos los que usamos el don de la vida y tiene una brigada de agentes de campo que vigilan que todo salga de acuerdo a lo previsto. No puede haber fallos porque eso altera todo lo que ha pensado. Dios y los ángeles. El azar, que también existe, es el Diablo.
Y en el fondo, no es que importe demasiado el hecho de que una decisión de una persona determinada altere lo que ya está escrito como su destino. Lo que verdaderamente importa es la influencia que su decisión tiene en los demás. En cada una de las opciones que elegimos se mueven todos los universos que hay a nuestro alrededor y esos universos, a la vez, influyen en muchos otros y así hasta el infinito. Así es como se puede modificar el plan del director. No para uno, sino para todos. También para aquella persona a la que se ama.
Pero el amor es el salvoconducto, es lo que puede cambiar todo. El hado tiene preparada una existencia de éxito asegurado y, además, de certeza de ser una pieza fundamental para que el mundo entero llegue a enderezar el rumbo. Si se demuestra que la opción elegida tiene un por qué, un cómo, un cuándo y un dónde, tal vez la burocracia suprema llegue al convencimiento de que hay algo en nosotros que merece la pena, que no somos simples entes que luchan hasta la extenuación por tener la vida controlada. Todo tiene una razón. Si la derrota ocurre, es porque la pieza vital que la sufre tiene que encajar en otro rompecabezas y realizar su función. La razón es el orden de la pervivencia. Y todo el mundo sabe que en la razón rara vez cabe el amor.
Partiendo de un apasionante argumento dictado por el libro de Philip K. Dick La oficina de ajustes, el director George Nolfi articula una película llena de interés, con algún error que otro y más de una secuencia prolongada en exceso pero consigue que todos tengamos la sensación de que estamos siendo vigilados para cumplir designios que se escapan a nuestro entendimiento. La inmediatez de la propia vida hace que no tengamos la suficiente perspectiva para descubrir cuál es el motivo de aquel hecho, cuál es la palabra nunca dicha, cuál es el silencio que nos delató. Para ello, dirige con mucho mimo la actuación de Matt Damon que parece que últimamente va aprendiendo a transmitir un poco más, moldea a Emily Blunt hasta hacerla parecer curiosamente atractiva, muestra a un John Slattery brillante y ciertamente intenso e implica con flema británica a un Terence Stamp seriamente amenazante. Todo ello da como resultado una cinta ágil, con momentos de buen humor en unos diálogos sumamente cuidados y una apología del sombrero que, al fin y a la postre, acaba por ser fascinante.
No es El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, donde se nos decía que los ángeles escuchaban en silencio y sólo eran acompañantes de nuestras penas y angustias. Es una historia con personalidad propia y que, dada la época que nos ha tocado vivir, muy bien podría ajustarse a la realidad. No importa ser creyente o ateo, eso es lo de menos. El mensaje está en superar toda esa rutina que nos retrasa, nos hunde, nos anula, nos traba y en no dejarse arrastrar por los acontecimientos. Pensar en lo que se va a hacer después de caer. Luchar o aceptar. Rebelarse. Atravesar las puertas y encontrarse con que al otro lado hay escenarios diferentes a los que llegar y vencer. La vanidad propicia el azar. Y el enemigo somos nosotros y nuestra indolencia. Lo que se cree es, casi siempre, imposible pero hay que ganar al siempre y animar al casi. Si no ponemos voluntad, no nos quedará más que una corbata bien anudada de un color bastante inadecuado que nos identificará como trajeados seres de cúspide y de fracaso.
César Bardés
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