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La Nobleza más grande de España, en una pequeña urna


Félix Arbolí [colaboraciones].-

Conocí a la duquesa de Alba, previa cita a través de su secretaría, en el Palacio de Liria madrileño. Fue una tarde primaveral, a las cuatro en punto, aunque no recuerdo el mes y año, ya que en esa época tenía una agenda muy cargada y había días en que debía realizar tres y cuatro reportajes para cumplir con las ocho publicaciones en las que entonces trabajaba con mayor o menor asiduidad.


Sí me acuerdo que la visita y entrevista a la duquesa era un encargo del director de la revista “Gaceta Ilustrada”, cuyo  redactor jefe era el compañero y amigo, Jesús Hermida. Eran los tiempos felices en los que el periodismo serio ocupaba mi tiempo y esfuerzos.
Al llegar al palacio e identificarme, me acompañaron a una de las salas y me indicaron que avisarían a la señora duquesa. Tras unos instantes de espera, Cayetana de Alba apareció, afable y sonriente.

Llevaba unos años viuda de su primer marido. Era una mujer que me impresionó más por su sencillez y cordialidad que por los cincuenta y cuatro títulos nobiliarios y catorce Grandezas de España, aparte de Señoríos y otras dignidades que ostentaba y acaparaba y que actualmente han quedado repartidos entre sus seis hijos.

Fue la persona con más títulos de nobleza de todo el Gotha europeo, incluidos algunos de sus reyes.
Cuentan anecdóticamente que por sus títulos y Grandezas, si coincidiera con la reina de Inglaterra, sería Cayetana la que pasara en primer lugar. Una circunstancia que, de haberse producido, se desarrollaría de manera diferente, pues los miembros de la Casa de Alba siguen escrupulosamente el protocolo ante la Familia Real en todos los actos oficiales, aunque a veces se traten de advenedizos coronados. Nuestra duquesa estaba emparentada con la reina inglesa y caso de haberse declarado Escocia reino independiente, hubiera sido una firme candidata a ese trono. 

CORDIALIDAD Y SEÑORÍO


Con una cordialidad natural, sin perder su señorío y empaque de gran dama, me tendió su mano y tras el beso protocolario, me invitó a sentarme. Hablamos de manera distendida  de todo y en un  momento dado, me preguntó si deseaba tomar café. La vi tan sencilla y sincera que acepté sin titubear. Terminada la charla, me acompañó en un breve recorrido para mostrarme y detallarme algunos de los cuadros que adornaban sus paredes. Todo era espectacular en esos enormes salones tan llenos de objetos de un valor incalculable.

Gran parte de nuestra Historia, la más gloriosa y sensacional, tenía su representación y protagonismo en esa noble estancia. Era la titular del ducado más importante de nuestra Nobleza. El que en sus inicios hacía temblar a nuestros enemigos europeos con solo mencionarlo y sufrir pesadillas a los pequeños belgas. La heredera de esa famosa modelo y dicen que amante de Goya, que podemos admirar en una de las obras más valiosas y destacadas de nuestro Museo del Prado.


Me encantó esa gran señora y me sentí orgulloso y agradecido a mi profesión por permitirme participar en estos eventos y encuentros. Al pedirle como dato curioso la relación de sus títulos y distinciones, me explicó que me los enviaría su secretaria a casa, pues eran unos datos difíciles de memorizar en un momento. Asimismo me remitiría una foto suya dedicada.

Tenía costumbre de conservar un recuerdo gráfico de mis más importantes entrevistados. A los escasos días y en sobre con el membrete ducal de la Casa de Alba, recibía la relación de títulos y una foto que aún conservo, donde se ve a una Cayetana joven y sonriente  junto a un precioso caballo, que debería ser su montura preferida, dedicada afectuosamente. 

GRANDEZAS, NOBLEZAS Y RIQUEZAS


No volví a tener ocasión de encontrarme con ella a lo largo de los años y lo que supe de su vida y sus dos nuevos matrimonios, fue a través de los compañeros de prensa, más dedicados a la crónica de los sentidos, que a la de los sentimientos.

La única relación que tuve con esa familia fue el reportaje que hice en la galería “Skira” de Madrid a su hijo Cayetano, un joven algo tímido e introvertido entonces, que hacía sus pinitos en el arte pictórico con bastante acierto y demostrado talento. Me lo presentó el periodista y crítico José Camón Aznar, que fue el presentador del nuevo artista.

Cayetano, me firmó el programa invitación y tuve la oportunidad de conocer y entrevistar en este evento al nieto del gran poeta del alma nicaragüense, Rubén Darío III, que también me firmó en el programa.      

En honor a la verdad, he de aclarar que no he hallado mucha coincidencia entre la gran señora y cordial anfitriona que me recibió en su imponente palacio de Liria, con la Cayetana popular y “charanguera” que nos ha ofrecido la crónica social en estos últimos años. No sé cuál de las dos sería la auténtica, aunque  puede que ambas lo fueran y solo fueran distintas las circunstancias.

Ya, convertida en polvo y bajo sus imágenes sagradas preferidas, se guarda en una pequeña urna todo cuanto queda de sus grandezas, noblezas y riquezas. Eso y el cariño y pesar de Sevilla, a la que ella en vida tanto quiso y disfrutó. Descanse en paz.

4 comentarios:

  1. Por un error se cita por al crítico de arte y escrito Camón AZNAR, como Ramón Aznar,. Un fallo que deseo corregir para ceñirme a la verdad. Se tratav de de Don José Camón AZNAR. . ,

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  2. Creo que se equivoca Ud, por muchos títulos que tuviese y muchas veces que fuese grande de españa nunca poseería en españa el titulo de mayor rango nobiliario que es el de rey.

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  3. Numero 2, estas equivocado.

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  4. Me da igual si lleva razón el comentario nº 2 o el nº 1; lo único que me importa es el respeto que demuestran estas dos personas para expresar públicamente lo que piensan, a pesar de creer cada una de ellas que su verdad es la correcta
    ¿Me pregunto, por que no es habitual discrepar con educación y elegancia? ¡Estas dos personas lo hacen, discrepan pero con clase! Y ahí es donde realmente radica la clase y el señorío, en las formas y en los modales, que por desgracia ya han pasado al olvido.

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