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Bimba Bosé, la dignidad ante la muerte


Félix Arbolí [colaboraciones].-

Cuando  muere una persona conocida, haya tenido o no relación directa con ella, me produce admiración y tristeza. Más aún si es joven. Sabemos que todos hemos de morir y lo tenemos ya asumido, pero sería lógico y natural que primero se fueran los que ya han recorrido un largo trecho y han realizado sus sueños e ilusiones. No quiero morirme, como es natural, aunque ya voy de regreso. 

Hay dos muertes de madres  jóvenes que me han emocionado mucho y me  han  dado una lección de serenidad y valor, que ya los quisiera yo cuando me llegue ese momento. Una es la de Carla Duval y la otra Bimba Bosé. Ambas han muerto jóvenes y con dos hijos pequeños, pero dando una gran lección a la hora de enfrentarse a su trágico destino.


Carla estaba en pleno auge y trabajando en esos momentos en un escenario madrileño. Tuvo que dejar la obra e ingresar en el hospital, siendo consciente de que no iba a salir con vida. Antes que la desconectaran del cable que la mantenía con vida, llamó a sus pequeñas y se despidió de ellas a solas durante diez minutos. La escena debió ser impresionante y yo jamás lo he olvidado aunque hayan pasado ya algunos años.

Sé con seguridad que si hay un paraíso especial para las madres, ella debe estar gozando del rosal más bonito y pensando solo en sus recuerdos más hermosos. ¿Qué pensaría esa madre al ver marchar a sus hijas y saber que no las volvería a ver y abrazar? Jamás he podido imaginármelo, pero desde entonces para mí es un auténtico ejemplo de amor y serenidad. Desgraciadamente no llegué a conocerla y me pesa.

BIMBA BOSÉ, SERENIDAD, VALOR Y ENTEREZA

Bimba Bosé es un segundo ejemplo de serenidad, valor y entereza de una joven mujer ante un final anunciado. Nada de lágrimas y tristezas en su entorno. Vivió hasta última hora, gozando cada instante que mermaba su vida. Sabía su trágico fin y era ella la que alentaba y contagiaba su ánimo y alegría a los demás. Gozaba la maravilla de vivir sin pensar en el tiempo que se le iba. 

He visto un homenaje televisivo a su memoria y me anonadaba y admiraba a un tiempo,  su originalidad, belleza, falta de complejos y el  amor y la alegría que irradiaba a todos los que la rodeaban. Hasta en la despedida a sus amigas no les decía nada de su muerte inminente. Le  expresaba su desbordante alegría y cariño.

Verla actuar en la pantallas era ya de por sí un singular espectáculo. Su extraña y fascinante belleza y su sonrisa que se salía de la pantalla y hacía mella en nuestro propio rostro, era un regalo que recibíamos todos y nos hacía olvidar los problemas cotidianos. Admiro la serenidad y entereza asimismo de su hija de doce años, pidiendo que no se tenga tristeza por su muerte pues a ella no le gustaba.

Que hoy era un día feliz al recordar lo mucho que habían podido gozar y disfrutar con ella. Dora, su hija, a los doce años nos ha dejado sorprendidos y confundidos. Todo es excepcional en el caso de estas dos jóvenes mujeres que se marcharon a la eternidad con una sonrisa y un estado de ánimo exuberante y contagioso, dándonos ejemplo de que el final de la vida, es el inicio de la inmortalidad.

RESPETO Y ADMIRACIÓN

En una de mis entrevistas con Luis Miguel Dominguín, casado aún con Lucía Bosé, una actriz italiana que causaba auténtica admiración, me perdí el bautizo de mi primer hijo, Félix Juan, pues coincidía con la hora en que estaba citado con el entonces torero y me había costado gran trabajo poder concertarla, dados sus muchos compromisos y ocupaciones.

Cuando se enteró que a esa hora estaba bautizándose mi primer hijo, me mandó a la iglesia a toda prisa, se negó a seguir contestándome y quedamos al día siguiente en su oficina de Gran Vía: “Jamás podría perdonarme que por mi culpa faltaras al bautizo de tu hijo”.  Cuando llegué, la ceremonia en la pila bautismal había acabado y ya en la sacristía el cura preguntaba extrañado dónde estaba el padre de la criatura. Llegué para  firmar.

En el jardín y la piscina de la casa de Dominguín, jugaban un chavalín de unos doce años, Miguel, y una chica de parecida edad, llamada Lucía. Tenía fotos de ambos de aquellos tiempos y juegos, que no sé si andarán en alguna de mis carpetas. Lo que sí me acuerdo es que una de las veces, estaba pasando unos días con la familia Paloma Picasso, hija del famoso pintor, y Lucía, la posterior madre de nuestra Bimba, me la presentó y estuvo con nosotros mientras la entrevistaba.

Jamás pensé entonces que esa pequeña anfitriona iba a ser la madre de una joven y gran mujer que hoy ocupa mi memoria, respeto, admiración y sentimiento. Y yo convertido en el viejo rol del poema, desafiando a la muerte y al destino.





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