La infancia, una época nada bonita

Félix Arbolí [colaboraciones].-

La edad es como la ascensión a una montaña. Los primeros pasos los hacemos deseando llegar a la cima cuanto antes y ver cumplidas tus ilusiones pero cuando llegas arriba te sientes agotado y hasta en ocasiones defraudado, porque te das cuenta que no han merecido la pena tantos esfuerzos  para ver las mismas cosas que puedes contemplar antes de subir, aunque un  tanto diferentes.

Vencer tantas dificultades para contemplar el entorno desde distinta perspectiva. Excluyo de esta consideración los deportistas y profesionales que hacen sus escaladas por vocación, sino por la satisfacción que les produce haber realizado con éxito su enorme proeza.

De pequeño queremos ser mayores y de mayores pequeños, aunque yo difiero y pienso que el estado ideal de la persona es la juventud, con todos sus sueños e ilusiones aún por realizar, sentir las delicias de esas primeras citas y experiencias amorosas; y el no tener en todo instante la mirada inquisidora de los mayores, marcándole el camino sin comprobar si son realmente esos sus deseos. No obstante, las relaciones familiares han cambiado y hoy gozan una  libertad que en mis tiempos era impensable.

En contra de lo que piensa la mayoría, la infancia no es el momento más bonito de nuestra existencia. Ni en el caso de tener unos padres y familiares a pendientes de ellos y dispuestos a darle su máximo apoyo y cariño. Hasta en el momento de nacer el niño recibe unas palmadas hasta que le hacen llorar. Es un aviso de lo que le espera nada más aterrizar en este valle de lágrimas y su primer saludo.

DESCONTENTO

El llanto de los niños es la única manera que ellos tienen para expresar o demostrar su descontento y no siempre es por hambre, la salida de un nuevo diente -que debe causarse un fuerte dolor- o sentirse incómodo, sin saber cómo poder remediar esa postura. Situaciones que solo ellos conocen, pero no nos lo pueden contar. Tampoco tienen recuerdos con los que distraerse en tantos días y hasta meses de inactividad.

Cuando ya son chavalines, hablan, piden y protestan, aunque no le sirva de nada, pues se hallan sometidos a una serie de normas y disciplinas que ya no les abandonarán el resto de sus días, sino que se irán incrementando.

En éstos pocos años, no solo sufrirán o vivirán instantes gratos y difíciles, con juegos que no les apetecen y broncas y trifulcas con otros amiguitos, sino el abandono momentáneo de sus padres en guarderías y parvularios que ellos no entienden que deben hacerlo, ni saben que volverán a recogerlos. El primer día de guardería es un  auténtico trauma infantil.

Luego llega la época de los castigos más o menos severos por diabluras y acciones que hoy nos causan risa y a nuestros padres un cabreo descomunal y merecedor de acciones punibles. Ha cambiado mucho la tolerancia y manera de comportarse nuestros padres con los actuales. Mis hijos, no me cabe duda,  guardarán recuerdos más alegres, emotivos y maravillosos que los que yo he podido conservar de esa época de mi vida.

LA ETAPA MÁS DURA

Y gracias a ese cambio de orientación educacional, la juventud actual es más consciente, está mejor preparada y es más difícil de manipular que las de nuestros años. Son más dueños de sus destinos y decisiones y me atrevería a decir que nos quieren y atienden con mayor celo y cariño.

La infancia y regreso a mi principio, es quizás la etapa más dura e incomprendida de nuestra vida, incluso cuando nos echan de las charlas entre mayores, porque hablan temas que consideran inapropiados a nuestra edad, sin saber que en esos años y gracias a algunos compañeros, que nunca faltan, ya sabemos latín. Matemáticas y griego. 

Cuando se descubre el celosamente guardado secreto de los Reyes, es cuando podemos decir que la inocencia fluye rápida hacia el mar donde ahogan nuestras ilusiones, la fe en los milagros celestiales y fantasía que aún nos quedaba por descubrir.