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Chiclana y Granada


JUAN J. RODRÍGUEZ BALLESTEROS [colaboraciones].-

El conde de Maule, hace doscientos años, mantenía en su gabinete dos paisajes al óleo en lugar preeminente, para alegrarse la vista. En ambos, acompañado, se hizo retratar para recordar y fijar el romántico paisaje del que disfrutó. (FOTOS: Juan J. Rodríguez Ballesteros y Antonio Aragón del Cerro).

En el primero de ellos, al fondo, aparece Granada, enclave cuya notoriedad y fama alcanza a todo el orbe. Pero el segundo es una vista de Chiclana, fechada en 1806. Actualmente, cualquiera que desconozca nuestra historia contemporánea, ante tal comparación, cuando menos soltaría una sonora carcajada o una sonrisa irónica y pensaría: Una de dos, o el conde de Maule erró en su valoración sobre nuestra ciudad o Chiclana no es lo que era y no ha sabido crecer con armonía. La realidad es que, para nuestra desgracia, la segunda de las opciones es la que resulta más convincente.

No fueron las tropas de Napoleón las que le dieron el tiro de gracia al arrasar su núcleo medieval. Tras Fernando VII, Chiclana logró recuperarse. Buena muestra de ello son los edificios isabelinos que proliferaron, algunos de exquisita singularidad, como nuestra bella escondida, ubicada en la actual calle Jesús Nazareno, nº 27. Y es que, a partir de mediados del siglo XIX, fueron consolidándose nuevos mercados para nuestros vinos.

RIQUEZA HORTOFRUTÍCOLA Y FORESTAL

Aún permanecía intacta su riqueza hortofrutícola y forestal. Sólo el olivar fue arrasado por la tala masiva durante la ocupación francesa. Las salinas comenzaron a ganar terreno y, además, consiguió distinguirse como una atractiva población balnearia, con variada oferta de aguas: sulfurosas, ferruginosas, de mar y potable. Escrupulosamente escamondada y refulgente de cal, exhibiendo una considerable oferta de posadas.

No olviden que, con orgullo, los chiclaneros se jactaban de que en nuestro pueblo no había mendicidad alguna. Fue entonces cuando se originó y tomó cuerpo nuestra fama de laboriosidad. Y para remate, aquí se alumbró la novela contemporánea española de la mano de Cecilia Böhl de Faber que, aislada y acosada por motivos económicos y demás, no podía sino quejarse de cuanto le rodeaba, incluyendo a nuestro pueblo.

 
ENSEÑANZA SECUNDARIA

La concesión del título de ciudad por Alfonso XII no vino sino a corroborar lo evidente. Y así continuó Chiclana, creciendo pausadamente hasta la II República. Cuando comenzó a superar el gran socavón provocado por el franquismo, aunque deslucida al decir de Pío Baroja, aún conservaba su singularidad y morfología arquitectónica.

Hubo también dos intentos de establecer la enseñanza secundaria en la ciudad, dejando a un lado la Escuela Agrícola Salesiana de Campano. El primero llegó con los frailes Agustinos y el famoso Niño Mortara, de 1882 a 1886. El segundo de 1949 a1951, participando como enseñante nuestro afable concejal Dionisio Montero, cuando aún se estilaba para tales ocupaciones el uso del uniforme falangista. Las aulas se instalaron en el magnífico edificio de la calle Fierro.

VEDA DESTRUCTIVA EN CHICLANA

Así pues, la veda destructiva en nuestra localidad, se levantó tras el desastre de la riada de 1965 y continuó hasta nuestros días. Pero los gobiernos postfranquistas llegaron bastante más lejos que las destructivas aguas del Iro. Tras la tercera restauración borbónica y la incorporación a Europa, se alcanzó este último progreso, con su despegue demográfico y despareció para siempre la entrañable ciudad que fue, devorada por otra californiana, hecha a la medida del automóvil, del turismo estacional y de una desordenada y masiva ocupación del campo.

Es por ello que estimo conveniente rescatar del olvido, para los sordos de espíritu, las palabras del singular escritor granadino Ángel Ganivet, relatando, ya en 1896, contra el urbanismo de su Granada la bella, en términos que traspasan los años.

LAMENTABLES COINCIDENCIAS

Lean detenidamente lo que he podido sonsacar:

Para embellecer una ciudad no basta crear una comisión, estudiar, reformar y formar presupuestos […] Nada de enarbolar instrumentos destructores para echar abajo lo que no sabemos cuándo ni cómo ha de ser reconstruido, ni tampoco proponer nuevas construcciones, sabiendo, como sabemos todos, que no hay dinero, y lo que es peor, que no hay buen gusto.

[En] cuestión del orden arquitectónico […] se termina casi siempre por el proverbial no hay dinero, la tabla de salvación de nuestra patria en el siglo actual. Porque […] en medio de esta oleada de vulgaridades […] si hubiéramos tenido dinero abundante […] hubiéramos dejado a nuestros descendientes motivos sobrados para que nos despreciaran. […] Pero a veces ¡oh dolor! hay dinero. Y entonces […] sin examinar lo que debe hacerse,[…] el capital, guiado por un impulso momentáneo, se lanza a ciegas, a salga lo que saliere.

LAS CIUDADES SIN IDEAS SON COMO DESIERTOS

Porque las ciudades, donde falta el contrapeso de las ideas, son como los desiertos. […] En España han arrancado muchos árboles y muchas ideas, y así estamos de continuo amenazados por las inundaciones […] ¿cómo diré para ser suave?... de cosas nuevas que arrasan los sentimientos españoles, de quien aún los conserva. […] Con fervor filantrópico, serían capaces de echar abajo la Catedral, […]

Señores, lo importante es comer -replican los representantes de la industria- , y aquí lo que falta es actividad, medios fáciles de comunicación, abrir grandes arterias para el tráfico interior de la ciudad, mover capitales [y ¿] sacrificar aquella antigua y venerable iglesia, este rincón pintoresco, este otro monumento arqueológico? […]

A los arquitectos toca decidir con arreglo a los principios de la ciencia y pudieran añadir, ¿sin hacer caso de la tradición artística local? […] “Implantar” un tranvía de nuevo sistema, un nuevo aparato para regar las calles o alguna curiosidad burocrática con que perfeccionar nuestra complicada administración. […]

AMERICANISMO

Para crear nuevos hoteles hemos tomado el tipo extranjero […] En las ciudades meridionales las casas se acercan, se juntan, hasta besarse los aleros de sus tejados. […] y si el calor es tan fuerte que no hay medio de luchar contra él, el hombre […] se defiende con árboles. […] La aspiración constante es tener calles rectas y anchas, porque así las tienen los otros [pero] el ensanche de una calle o plaza exige un abundantísimo arbolado. […]

Esta idea del ensanche […] no tardó en complicarse con otra idea nueva, que para abreviar bautizaré con el nombre de americanismo […] y como su deseo era ir de prisa, fundaron la ciudad exclusivamente útil y prosaica. […] Esta ramplonería arquitectónica vino a Europa de rechazo y fue del gusto de los hombres de negocios, de los mangoneadores de terrenos y solares y de los fabricantes de casas baratas. […] La sacrificada fue la estética […] No he visto ríos cubiertos […] y se nos ha ocurrido, parecerá paradoja, por la manía de imitar, que nos consume.

CON LA PICOTA AL HOMBRO

[…] En España estamos aún con la picota al hombro, y si los municipios tuvieran fondos bastantes para pagar las expropiaciones, habría que dormir al raso. […] Y lo curioso es la sinceridad con que muchos creen que la cosa es digna de admiración. […] Cuando lo que es tan vulgar nos parece tan extraño, ¿qué prueba más clara de que no está en armonía con nuestro modo de ser? […] Los arquitectos deben estudiar mucha psicología: si abren grandes calles y para unir estas calles una gran plaza, y la gente no va por allí, en vez de embellecer una ciudad han metido en ella un cementerio.

[…] Antes hacíamos las cosas en pequeño y con ánimo de que duraran; ahora las hacemos en grande “para dar un buen golpe” y “endosarle a otro el muerto”, […] copia grosera de cosas extrañas con que nos adornamos hoy, […] pero el organismo principal, con su viejo carácter, quede en pie; que la introducción de una cosa nueva no lleve consigo la destrucción de una vieja. No hay que destruir nada. […] Nuestras ideas son negativas y no sirven para el arte, que es cosa de crear, no de destruir; […]

ESTILOS ARQUITECTÓNICOS

Nos sucede lo que a los toreros nuevos: mucho corazón para acercarse a las astas de los toros; pero falta de maestría para salir de las suertes. Cuando lo esencial del arte no es entrar, sino salir con seguridad y elegancia, […] que la inteligencia no viva subyugada por la petulancia de los audaces […] Cada país tiene un estilo arquitectónico propio que se descubre en las construcciones pobres, en que lo natural está poco transformado por el arte. […]

En las adaptaciones de lo extraño a lo local, el espíritu trabaja sobre un tema forzado y no puede levantar el vuelo […] Lo costoso es lo enemigo de lo bello, porque lo costoso es artificial. […] Una obra que a primera vista revela lo excesivo de su coste, nos produce una sensación penosa, porque nos parece que se ha querido comprar nuestra admiración, sobornándonos.

[…] He visto funcionar empresas que se proponían librar iglesias y catedrales de la vecindad de casas pobres, con fines aparentemente piadosos y en el fondo utilitarios, [pero] a veces lo pequeño es punto de apoyo para apreciar lo grande.

LO PRIMERO QUE CAE A MANO

Acompañando un día a un artista que visitaba Bruselas, nos detuvimos ante la iglesia de santa Gudula y nos lamentamos de que tan bella obra hubiese quedado sin concluir, sin torres, desmochada; yo, sin embargo, hice la salvedad de que, habiendo tantas obras concluidas en el mundo, una sin acabar tenía ya, por esto sólo, cierta gracia.

[…] Creo que no debían erigirse monumentos más que para conmemorar lo que los siglos nos muestran como digno de conmemoración; las improvisaciones son funestas en la estatuaria, y en España lo son mucho más, porque somos poco aficionados a rendir homenaje a nuestros hombres, y cuando nos decidimos a hacerlo, elegimos, por falta de costumbre, lo primero que cae a mano.

[…] Por todas partes la historia se repite. Así como los hombres nos esforzamos por crearnos una personalidad para no parecer todos cortados por la misma tijera, así las plazas, calles o paseos de una ciudad deben adquirir un aire propio dentro de la unidad del espíritu local y para dar a éste más fuerza. Y esto sólo se consigue con los pequeños medios: la concesión de primas a los que construyan edificios de estilo local, que hay reconocido interés porque no desaparezca”.

Cualquier parecido con nuestra realidad, es pura coincidencia.