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ESA RARA LUZ INTERIOR (Precious)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Hay personas de las que emana una rara luz interior incluso cuando su destino es un paseo inexorable por la desgracia. Son como ángeles de gran carcasa que lo ignoran todo pero que, por otro lado, lo saben todo porque han conocido el dolor muy de cerca. Son inteligentes, pero aceptan sin pestañear los repetidos golpes de la miseria. Y existen palabras que para ellas dejan de tener significado. Palabras como violación, enfermedad, desprecio, odio, abandono, nada, cero.

Y entonces, sin ninguna conciencia, comienzan a asumir la resignación como forma de vida, como un sumidero de agua sucia que ha sido construido precisamente para eso y que no puede cambiar las condiciones que son pura rutina al otro lado de la educación, más allá de la frontera de lo permisible, en los alrededores del deseo de morir.



Con todo, no dejan de emanar esa luz. Es como una especie de brillo que hace que podamos pensar que son personas diferentes, que no son como las demás, que tienen un futuro que no ven y un pasado que no dejan de ver. Son cuentos imaginados, moralejas no aprendidas, melodías de abandono en un entorno que no se preocupa en absoluto de intentar descubrir su talento, su luz, su grandeza. Ese entorno sólo ve que son gordas, o feas, o que se han buscado la desgracia, o que la fortuna huye de ellas porque huelen mal, huelen a infelicidad.

Sin embargo, la vida está hecha de cruces de acera, de escaleras subidas y de traiciones anunciadas. Y lo mismo que da un bandazo para un lado, lo puede dar para otro. Y siempre hay un ángel, no importa si gordo, feo, tonto o inútil, que está dispuesto a cuidar de lo que más ama.

Muchas son las oscuridades por las que se mueve esa pelĂ­cula. Visitamos la sordidez y la bajeza. Hacemos parada obligatoria en el perdĂłn y en la incompetencia que puede llegar a dar un tĂ­tulo. Tomamos un refresco en los pĂ©talos de una flor que se va abriendo en medio del asfalto y en un cuaderno con todas sus hojas por escribir. Y la verdadera luz que refulge con su tiza en las manos es la de Paula Patton en el papel de la profesora de la protagonista, Gabourey Sibide. Y en el piso de abajo, viendo la televisiĂłn nos encontramos con Mo´Nique en un papel cuyo mĂ©rito reside en visitar registros extremos, en mirar con un odio incontrolado y dejar adivinarnos que hay algo de ternura reprimida, en crueldad ignorante y asistir a la evidencia del acomodo de una vida condenada al trago y a la indiferencia. Con ellas tres, la pelĂ­cula se eleva a alturas de feminidad, de sabidurĂ­a atisbada en el barranco que siempre supone cualquier mujer. Además de todo ello, no cabe duda de que Lee Daniels realiza una historia sobria, con ocasionales visitas a la facilidad de unos sueños que nunca se van a cumplir y que, quizás, constituyen su mayor error. Por el contrario, se esfuerza en hacer que no sintamos pena, ni horror, sino tan sĂłlo algunos instantes de humanidad sentida, breves momentos de solidaridad hacia alguien que se ha visto castigada por algo que cree que es el amor. El de una madre, el de un padre, el de un hijo, el de una maestra, el de una compañera. Ella, al fin y al cabo, es la autĂ©ntica estrella de su vida, la Ăşnica protagonista. Y debe buscar aquello que ansĂ­a para que, al menos, pruebe algunos sorbos de la desconocida felicidad. Ella es preciosa.

César Bardés



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