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FUNDIDO EN GRIS (La carretera)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Parece ser que el tema monográfico del cine en esta temporada viene a ser el fin del mundo. Solo que en esta ocasión, no es repentino, es agonizante, lleno de angustia, sórdido, cruel. Y, como decía el poeta, el mar es el morir porque lo que era azul, ahora es gris. El precio de la rebelión de la Naturaleza es la misma muerte y no hay destino salvo el caminar hacia delante con una bala de reserva.

Y es que el Ăşnico instante gozoso de esta pelĂ­cula es la breve pero poderosa apariciĂłn de un actor Ăşnico y sabio, de vieja escuela y gesto singular como es Robert Duvall. El resto es una sucesiĂłn de situaciones dentro de un contexto que, hace algunos años, bien podrĂ­a haber dado lugar a una serie televisiva. El pĂşblico sale maltrecho del encuentro y el envite contiene algunas incoherencias narrativas del tipo “llueve mucho pero apenas hay vegetaciĂłn”. Por otra parte, la premisa narrativa es bastante parecida a la famosa El Ăşltimo hombre vivo, de Boris Sagal sĂłlo que allĂ­ habĂ­a mutantes fantasmagĂłricos y aquĂ­ hay canĂ­bales dispuestos a hacerse pastelitos de yugular en menos de lo que canta un gallo. Eso sĂ­, gallos no hay. SĂłlo perros.



La atmósfera gris y agobiante de la película (debida principalmente a nuestro sabio director de fotografía, Javier Aguirresarrobe) se convierte en un personaje más, como si la muerte fuera una nube que planea continuamente sobre los dos personajes protagonistas. La moraleja es no rendirse, seguir sin mirar hacia atrás y la seguridad permanente de que la familia es el mejor refugio, el único refugio, el último refugio.

Pensándolo bien hasta podríamos decir que ésta es la precuela de la aún reciente Número 9, de Shane Acker y, aunque no he tenido el placer de leerla, estoy seguro de que la novela de Cormac McCarthy ganadora del Premio Pulitzer en la que se basa la película es de una eficacia demoledora y aún más impactante que contada en imágenes. Lo cierto es que, quitando el egoísmo destructivo del personaje interpretado por Charlize Theron, tenemos que inclinarnos ante la voluntad de hierro de un padre que cree que si su hijo no es Dios, entonces es que Dios no ha hablado y les ha dejado abandonados a su suerte. Y Dios no existe en esa tierra árida, enferma de desesperación, yerma y asesina, brutal e impía. Sólo el hombre. El hombre malo. El hombre bueno. Y uno llega a la conclusión de que nunca podrá igualarse a ese padre que es capaz de todo con tal de conservar la débil certeza de que hay algo al final de la carretera. Algo más que buscarse la comida como sea y seguir respirando un día más.

Pero aún así, la película destila otro significado que queda evidenciado en el personaje del niño. Los hombres buenos se matan unos a otros por la desconfianza, por no abrir una rendija en el corazón, por no arriesgarse a la creencia de que aún puede haber personas con bondad en un mundo que camina inevitablemente hacia un futuro de aniquilación y abismo. No hay buenas intenciones cuando lo que se trata es de sobrevivir. Y tal vez lo que estemos haciendo ahora sea precisamente eso: sobrevivir.

El fuego que calienta se apaga con lentitud. El tibio abrazo del verde se extravía en el fondo de nuestra conciencia. El cielo puede que sólo sea un recuerdo. Con esto, vigila, hijo mío. Que nadie te arrebate la última bala. Lo demás sólo es un demorado fundido en gris. Fin.

César Bardés



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