PAISAJE PARA UNA DESOLACIÓN (Sólo ellos)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Un hombre que no se detiene en ningún paisaje se encuentra, de repente, con la tarea de ser padre. No sabe cuál es el camino que debe tomar. Ese camino tan plagado de errores que significa cuidar de alguien que siempre le ha visto como un mero portador de regalos que, de vez en cuando, aparecía para saborear la felicidad. Ser padre no es ninguna ganga. Es un cúmulo de obligaciones que él no ha querido nunca asumir. Ser padre es, también, estar vivo.
Así que se queda allí, derramando lágrimas en un paisaje que parece hecho para ser desolación, para ser vuelta, para ser dolor. Al principio, cree que está solo. Los niños no saben tener responsabilidades. Y debe aguantar el llanto cuando un niño, siempre inocente y cruel, dice lo indebido. ¿Cómo se hace? ¿Cómo alguien que sólo sabe moverse entre canchas de deporte y titulares de raqueta y brazada puede aprender a jugar? Cuando no hay raíces echadas es difícil que algo crezca. Tal vez sólo hace falta aprender a decir que sí.
Pero esta película lo único que nos enseña es a decir que no. Lo que podría haber sido emocionante, se convierte en algo tan previsible como incoherente. Lo que debería rozar los sentidos, pasa de largo ante quien asiste una y otra vez a la repetición de una jugada a cámara muy lenta. Lo que tendría la obligación de ser cine, se queda en una intrascendente historia para televisión que, por millonésima vez, está basada en hechos reales. Es lo de siempre para contar algo que debería ser lo de nunca.
Y no deja de ser algo bastante lamentable que un director como Scott Hicks que sabía tocar la fibra sensible con un relato tan sobriamente llevado como Shine y que, incluso supo conmover ligeramente con un título tan prescindible como Corazones de la Atlántida, se haya olvidado de cuáles son las normas básicas para, al menos, humedecer los ojos, o remover algunos sentimientos que tenemos escondidos y que sólo somos capaces de sacar a la luz en la oscuridad de una sala de cine. Aquí no hay nada que contar salvo el paso de un actor como Clive Owen, que es creíble en sus reacciones, que es arrojado en un registro dramático y que se hace muy cercano cuando transmite toda la pena que siente por perder lo que más quiso y ganar lo que nunca esperó. Es el tipo perfecto para encarnar la independencia mutilada por la obligación. Es una puesta de sol en marco de playa. Es un poco de cinismo metido en un globo de agua.
Más allá de eso, no hay otra cosa que lugares que ya hemos visitado, desórdenes mil veces vistos, la tendencia a considerar que, aún con todo el sufrimiento del mundo, la vida es hermosa y que siempre se debe intentar encajar las piezas de un pasado que ha ido dejando demasiadas cosas pendientes por las esquinas de los días. Vemos de nuevo Kramer contra Kramer con el añadido de la pérdida. Y es entonces cuando nos damos cuenta de que hay mucho aire libre y pocas intenciones encerradas. Todo un envoltorio de promesas que se estrellan en la red que divide los dos campos de una norma. El miedo al error toma muchas ideas del silencio.
Así que no merece la pena que tomen un avión que les deja abandonados a mitad de trayecto y que, además, no entretiene, no recoge, no niega, no anda, no cuenta. Es más apetecible dejar que los niños crezcan con el dolor incrustado porque eso les dará sabiduría. Es más fácil hacer y dejar hacer. Es más creíble escribir una crítica sin ir al evento. Dejemos que el aire se nos estrelle en la cara por encima de los abruptos fallos de un sendero que nos lleva a un paisaje para una desolación. La misma que nos deja esta película porque se sale con la sensación de no haber visto nada importante y sí mucho aburrido. Es mejor comprarse un descapotable porque uno quiere llegar a creer que eso es lo que te hubiera pedido la mujer de tus sueños.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Un hombre que no se detiene en ningún paisaje se encuentra, de repente, con la tarea de ser padre. No sabe cuál es el camino que debe tomar. Ese camino tan plagado de errores que significa cuidar de alguien que siempre le ha visto como un mero portador de regalos que, de vez en cuando, aparecía para saborear la felicidad. Ser padre no es ninguna ganga. Es un cúmulo de obligaciones que él no ha querido nunca asumir. Ser padre es, también, estar vivo.
Así que se queda allí, derramando lágrimas en un paisaje que parece hecho para ser desolación, para ser vuelta, para ser dolor. Al principio, cree que está solo. Los niños no saben tener responsabilidades. Y debe aguantar el llanto cuando un niño, siempre inocente y cruel, dice lo indebido. ¿Cómo se hace? ¿Cómo alguien que sólo sabe moverse entre canchas de deporte y titulares de raqueta y brazada puede aprender a jugar? Cuando no hay raíces echadas es difícil que algo crezca. Tal vez sólo hace falta aprender a decir que sí.
Pero esta película lo único que nos enseña es a decir que no. Lo que podría haber sido emocionante, se convierte en algo tan previsible como incoherente. Lo que debería rozar los sentidos, pasa de largo ante quien asiste una y otra vez a la repetición de una jugada a cámara muy lenta. Lo que tendría la obligación de ser cine, se queda en una intrascendente historia para televisión que, por millonésima vez, está basada en hechos reales. Es lo de siempre para contar algo que debería ser lo de nunca.
Y no deja de ser algo bastante lamentable que un director como Scott Hicks que sabía tocar la fibra sensible con un relato tan sobriamente llevado como Shine y que, incluso supo conmover ligeramente con un título tan prescindible como Corazones de la Atlántida, se haya olvidado de cuáles son las normas básicas para, al menos, humedecer los ojos, o remover algunos sentimientos que tenemos escondidos y que sólo somos capaces de sacar a la luz en la oscuridad de una sala de cine. Aquí no hay nada que contar salvo el paso de un actor como Clive Owen, que es creíble en sus reacciones, que es arrojado en un registro dramático y que se hace muy cercano cuando transmite toda la pena que siente por perder lo que más quiso y ganar lo que nunca esperó. Es el tipo perfecto para encarnar la independencia mutilada por la obligación. Es una puesta de sol en marco de playa. Es un poco de cinismo metido en un globo de agua.
Más allá de eso, no hay otra cosa que lugares que ya hemos visitado, desórdenes mil veces vistos, la tendencia a considerar que, aún con todo el sufrimiento del mundo, la vida es hermosa y que siempre se debe intentar encajar las piezas de un pasado que ha ido dejando demasiadas cosas pendientes por las esquinas de los días. Vemos de nuevo Kramer contra Kramer con el añadido de la pérdida. Y es entonces cuando nos damos cuenta de que hay mucho aire libre y pocas intenciones encerradas. Todo un envoltorio de promesas que se estrellan en la red que divide los dos campos de una norma. El miedo al error toma muchas ideas del silencio.
Así que no merece la pena que tomen un avión que les deja abandonados a mitad de trayecto y que, además, no entretiene, no recoge, no niega, no anda, no cuenta. Es más apetecible dejar que los niños crezcan con el dolor incrustado porque eso les dará sabiduría. Es más fácil hacer y dejar hacer. Es más creíble escribir una crítica sin ir al evento. Dejemos que el aire se nos estrelle en la cara por encima de los abruptos fallos de un sendero que nos lleva a un paisaje para una desolación. La misma que nos deja esta película porque se sale con la sensación de no haber visto nada importante y sí mucho aburrido. Es mejor comprarse un descapotable porque uno quiere llegar a creer que eso es lo que te hubiera pedido la mujer de tus sueños.
César Bardés
fumanchu dice: gracias por los articulos son fabulosos de verdan.
ResponderEliminarpara cuando un especial de fumanchu.
La venganza de fumanchu.
fumanchu y los 7 vampiros de oro
las novias de fumanchu.
el hijo de fumanchu.
fumanchu ataca de nuevo.
fumanchu dice: ser padre no solo es un certificado de la vida es tambien una consecuancia de accion reaccion y repercucion.
ResponderEliminarjajajaja...
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