MI MONEDA DE EURO
JesĂşs M. AragĂłn [colaborador]
Como quien no quiere la cosa, mi moneda de euro camina (rueda, más bien), por mi mesa. Dice que estuvo en Roma, que allà ayudó a pagar el helado de stracciatella más sabroso que he probado nunca. De eso hace casi tres años, me acuerdo como si fuese ayer.
Pero de Ă©l no me acuerdo.
Esta moneda de euro me cuenta que hace tres dĂas ha vuelto de un viaje en las islas, que aĂşn reconocerĂa el olor de aquellas manos de adolescentes extranjeras que lo miraban sin reconocerlo. Me cuenta que cruzĂł hace mes y medio el charco en clase business dentro del bolsillo de una americana desgastada de un broker cualquiera, que pasĂł de mano en mano, que Ă©l tambiĂ©n preferĂa a las pesetas, que estuvo a punto de desaparecer intercambiado con unos cuartos de dĂłlar en una cĂ©ntrica calle de Nueva York, que alguien al final se dio cuenta del error y lo devolviĂł de inmediato a su cartera.
Rodando de cara, sin cruz, me dice que ha viajado en primera pero también en tercera, que ha sido el cambio de la papeleta de una tómbola de feria de pueblo sin premio, que ha estado despierto muchas noches, que ha madrugado, servido para pagar churros, que no entraba en la ranura de la mesa de billar de aquel bar, que alguien lo encontró en el suelo y se agachó a escondidas, que fue propina, que alguien lo dejó olvidado en la mesilla de noche del alojamiento de primavera, que ha comprado toallas en Portugal, servido de bote en el bar Antonio los domingos de fútbol, corrido la maratón de Londres en una riñonera.
El euro me cuenta que una vez incluso viajĂł en un tren-hotel, que ha sido mirado y remirado, guardado y malgastado, limpiado a conciencia y lavado sin querer, que estuvo en una hucha, que saliĂł de esa misma hucha cuando la niña, su dueña, cumplĂa años, y que acabĂł la tarde en una tienda de helados compartiendo cartel con viejos billetes ensamblados gracias al papel celofán.
Rodando por mi mesa, bailando de canto con el impulso de mis dedos, mi moneda de euro me cuenta que un dĂa estuvo varios minutos a la deriva encima de la sucia barra de un club de carretera. Me cuenta que allĂ nadie lo miraba, que veĂa pasar vasos vacĂos, hielos a medio derretir, caderas anchas, y que nadie lo echaba en falta.
Tras hacer una pausa para tragar el agua imaginaria que solo bebe el dinero, el euro me cuenta aĂşn confuso que no sabe cĂłmo terminĂł en aquella máquina de discos en plena madrugada, me cuenta que todavĂa sueña con el olor del perfume barato que acababa de echarse la prostituta, que aĂşn recuerda el calor de la saliva de ella, despuĂ©s de que la travesti de la esquina lo chupara un poquito para luego lanzárselo a la cara a su primer cliente de la noche que le regateaba.
El euro me cuenta que la cara del rey le gusta más que la de la bandera, me cuenta que más de una vez se ha excitado en bolsillos de quinceañeras, que volĂł, que se temiĂł lo peor en la penĂşltima crisis financiera, que a los pocos dĂas saliĂł de aquel club de carretera donde hacĂa tanto calor por fin, en una bolsa de plástico cerrada con cremallera. Eran muchos, todos iguales, cada uno con un destino, todos mezclados, agitados, colocados por tamaño en pequeños trozos de papel blanco con cifras escritas a mano. Dos mil, tres mil, cuatro mil en hileras...
Muchas noches después de aquello mi moneda de euro me mira, me cuenta algunas anécdotas, me dice que voló por los aires en una refriega callejera en el Rabal de Barcelona, que alguien lo tiró por la ventana para que su madre comprara mantequilla en la tienda de la esquina en una barriada de Sevilla.
Mi moneda de euro me cuenta que su color platino original se desgastĂł nada más salir del banco, que el cajero que lo introdujo por primera vez en la cuenta del dĂa de Nochebuena estaba liado con su compañera, que ambos solĂan follar cuando los clientes salĂan de la oficina, que lo hacĂan tirando los billetes por los aires, que a ellos, las monedas, los despreciaban por su color y manoseo de vil metal...
El euro me cuenta que ha vivido atracos, que ha sido testigo de cĂłmo unos adolescentes compraban marihuana, de cĂłmo parte de aquella marihuana acababa requisada en una comisarĂa de policĂa de un distrito madrileño, de cĂłmo los policĂas que la habĂan requisado se la fumaban mientras jugaban con su arma y unas cervezas.
Rodando con alma de canto rodado el euro no se disfraza ni oculta su pasado. Reconoce haber sido moneda de cambio en Marruecos, haber servido para que el ser humano compre y venda su honor, haber llorado de alegrĂa al ver cĂłmo servĂa para traer una sonrisa al fumador hambriento de nicotina, haberse despedido de la vida tras caer a una fuente supuestamente milagrosa, fruto de la fe de su portadora que lo tirĂł de espaldas.
El barrendero lo barrĂa una tarde sin darse cuenta en el suelo desgastado de Praga tras caerse de la cartera de algĂşn turista excesivamente intrĂ©pido, y un niño lo cogiĂł y le dijo a su padre, en perfecto castellano; -¡Mira papá, lo que me he encontrado!... Mi euro me cuenta que ha atravesado fronteras, que pagĂł un pañuelo de señora con rombos morados en el Soho por equivocaciĂłn del comprador, que a punto estuvo de ser deborado por los patos en un estanque cerca del Rhin, que se ha fundido con el calor del sáhara, volatilizado en el regalo de una boda, que ha sido amante del lujo, gastado con mimo, guardado con cariño por la anciana que se lo daba todas las tardes a su nieto, que Paris no es tan bonito como parece en las postales...
Mi euro me cuenta que ha visto caer parte del muro de BerlĂn, que ha sofocado la sed de un bombero tras el incendio entrando en la máquina de refrescos del parque de bomberos, que ha estrenado guarida con la bolsita de canicas reconvertida en bandolera de los 80, que se ha convertido en algodĂłn de azĂşcar, que ha servido para pagar una fianza, que iba en la nota que le dejĂł un ministro a su amante en el hotel Ritz, que participĂł en el rodaje de una pelĂcula en el desierto fingido de AlmerĂa, que sirviĂł para cuadrar en metálico el pago en dinero negro del finiquito del Ăşltimo periodista que han mandado al paro en esta provincia, que ha estado en una tienda de Zara durante semanas, acumulado junto a billetes de 500, que se ha convertido en balas, en bastones para los oĂdos, en caramelos para niños, en jarabe, que ha caĂdo en el cacharrito de un indigente en la puerta de una iglesia, que ha tenido barra libre en los mejores garitos de Lisboa, que ha pagado metros, sonado a metálico al caer al suelo del cuarto de baño, quedado sin respiraciĂłn en medio de un cine, que ha rodado las escaleras, que ha arañado telĂ©fonos mĂłviles con los que compartĂa bolsillos, que ha ido y venido, ganado, perdido, ocultado, muerto y resucitado, que ha sido desechado en algunas expendedoras por su forma de vestir, que ha sido chicles o paquetes de chicles, que ha dado cambio, que antes valĂa más, que no paga a traidores aunque los conoce, que ha sido cambio de 2, de 5, de 10 y de 20, que ha rodado y rodado, que ha sido lanzado al aire, que otra vez ha vuelto a salir cara, y luego ha salido cruz... que ha vivido.
Como quien no quiere la cosa, mi moneda de euro camina (rueda, más bien), por mi mesa. Dice que estuvo en Roma, que allà ayudó a pagar el helado de stracciatella más sabroso que he probado nunca. De eso hace casi tres años, me acuerdo como si fuese ayer.
Pero de Ă©l no me acuerdo.
Esta moneda de euro me cuenta que hace tres dĂas ha vuelto de un viaje en las islas, que aĂşn reconocerĂa el olor de aquellas manos de adolescentes extranjeras que lo miraban sin reconocerlo. Me cuenta que cruzĂł hace mes y medio el charco en clase business dentro del bolsillo de una americana desgastada de un broker cualquiera, que pasĂł de mano en mano, que Ă©l tambiĂ©n preferĂa a las pesetas, que estuvo a punto de desaparecer intercambiado con unos cuartos de dĂłlar en una cĂ©ntrica calle de Nueva York, que alguien al final se dio cuenta del error y lo devolviĂł de inmediato a su cartera.
Rodando de cara, sin cruz, me dice que ha viajado en primera pero también en tercera, que ha sido el cambio de la papeleta de una tómbola de feria de pueblo sin premio, que ha estado despierto muchas noches, que ha madrugado, servido para pagar churros, que no entraba en la ranura de la mesa de billar de aquel bar, que alguien lo encontró en el suelo y se agachó a escondidas, que fue propina, que alguien lo dejó olvidado en la mesilla de noche del alojamiento de primavera, que ha comprado toallas en Portugal, servido de bote en el bar Antonio los domingos de fútbol, corrido la maratón de Londres en una riñonera.
El euro me cuenta que una vez incluso viajĂł en un tren-hotel, que ha sido mirado y remirado, guardado y malgastado, limpiado a conciencia y lavado sin querer, que estuvo en una hucha, que saliĂł de esa misma hucha cuando la niña, su dueña, cumplĂa años, y que acabĂł la tarde en una tienda de helados compartiendo cartel con viejos billetes ensamblados gracias al papel celofán.
Rodando por mi mesa, bailando de canto con el impulso de mis dedos, mi moneda de euro me cuenta que un dĂa estuvo varios minutos a la deriva encima de la sucia barra de un club de carretera. Me cuenta que allĂ nadie lo miraba, que veĂa pasar vasos vacĂos, hielos a medio derretir, caderas anchas, y que nadie lo echaba en falta.
Tras hacer una pausa para tragar el agua imaginaria que solo bebe el dinero, el euro me cuenta aĂşn confuso que no sabe cĂłmo terminĂł en aquella máquina de discos en plena madrugada, me cuenta que todavĂa sueña con el olor del perfume barato que acababa de echarse la prostituta, que aĂşn recuerda el calor de la saliva de ella, despuĂ©s de que la travesti de la esquina lo chupara un poquito para luego lanzárselo a la cara a su primer cliente de la noche que le regateaba.
El euro me cuenta que la cara del rey le gusta más que la de la bandera, me cuenta que más de una vez se ha excitado en bolsillos de quinceañeras, que volĂł, que se temiĂł lo peor en la penĂşltima crisis financiera, que a los pocos dĂas saliĂł de aquel club de carretera donde hacĂa tanto calor por fin, en una bolsa de plástico cerrada con cremallera. Eran muchos, todos iguales, cada uno con un destino, todos mezclados, agitados, colocados por tamaño en pequeños trozos de papel blanco con cifras escritas a mano. Dos mil, tres mil, cuatro mil en hileras...
Muchas noches después de aquello mi moneda de euro me mira, me cuenta algunas anécdotas, me dice que voló por los aires en una refriega callejera en el Rabal de Barcelona, que alguien lo tiró por la ventana para que su madre comprara mantequilla en la tienda de la esquina en una barriada de Sevilla.
Mi moneda de euro me cuenta que su color platino original se desgastĂł nada más salir del banco, que el cajero que lo introdujo por primera vez en la cuenta del dĂa de Nochebuena estaba liado con su compañera, que ambos solĂan follar cuando los clientes salĂan de la oficina, que lo hacĂan tirando los billetes por los aires, que a ellos, las monedas, los despreciaban por su color y manoseo de vil metal...
El euro me cuenta que ha vivido atracos, que ha sido testigo de cĂłmo unos adolescentes compraban marihuana, de cĂłmo parte de aquella marihuana acababa requisada en una comisarĂa de policĂa de un distrito madrileño, de cĂłmo los policĂas que la habĂan requisado se la fumaban mientras jugaban con su arma y unas cervezas.
Rodando con alma de canto rodado el euro no se disfraza ni oculta su pasado. Reconoce haber sido moneda de cambio en Marruecos, haber servido para que el ser humano compre y venda su honor, haber llorado de alegrĂa al ver cĂłmo servĂa para traer una sonrisa al fumador hambriento de nicotina, haberse despedido de la vida tras caer a una fuente supuestamente milagrosa, fruto de la fe de su portadora que lo tirĂł de espaldas.
El barrendero lo barrĂa una tarde sin darse cuenta en el suelo desgastado de Praga tras caerse de la cartera de algĂşn turista excesivamente intrĂ©pido, y un niño lo cogiĂł y le dijo a su padre, en perfecto castellano; -¡Mira papá, lo que me he encontrado!... Mi euro me cuenta que ha atravesado fronteras, que pagĂł un pañuelo de señora con rombos morados en el Soho por equivocaciĂłn del comprador, que a punto estuvo de ser deborado por los patos en un estanque cerca del Rhin, que se ha fundido con el calor del sáhara, volatilizado en el regalo de una boda, que ha sido amante del lujo, gastado con mimo, guardado con cariño por la anciana que se lo daba todas las tardes a su nieto, que Paris no es tan bonito como parece en las postales...
Mi euro me cuenta que ha visto caer parte del muro de BerlĂn, que ha sofocado la sed de un bombero tras el incendio entrando en la máquina de refrescos del parque de bomberos, que ha estrenado guarida con la bolsita de canicas reconvertida en bandolera de los 80, que se ha convertido en algodĂłn de azĂşcar, que ha servido para pagar una fianza, que iba en la nota que le dejĂł un ministro a su amante en el hotel Ritz, que participĂł en el rodaje de una pelĂcula en el desierto fingido de AlmerĂa, que sirviĂł para cuadrar en metálico el pago en dinero negro del finiquito del Ăşltimo periodista que han mandado al paro en esta provincia, que ha estado en una tienda de Zara durante semanas, acumulado junto a billetes de 500, que se ha convertido en balas, en bastones para los oĂdos, en caramelos para niños, en jarabe, que ha caĂdo en el cacharrito de un indigente en la puerta de una iglesia, que ha tenido barra libre en los mejores garitos de Lisboa, que ha pagado metros, sonado a metálico al caer al suelo del cuarto de baño, quedado sin respiraciĂłn en medio de un cine, que ha rodado las escaleras, que ha arañado telĂ©fonos mĂłviles con los que compartĂa bolsillos, que ha ido y venido, ganado, perdido, ocultado, muerto y resucitado, que ha sido desechado en algunas expendedoras por su forma de vestir, que ha sido chicles o paquetes de chicles, que ha dado cambio, que antes valĂa más, que no paga a traidores aunque los conoce, que ha sido cambio de 2, de 5, de 10 y de 20, que ha rodado y rodado, que ha sido lanzado al aire, que otra vez ha vuelto a salir cara, y luego ha salido cruz... que ha vivido.
El vino que pagué yo,
ResponderEliminarcon aquel euro italiano
que habĂa estado en un vagĂłn
antes de estar en mi mano,
y antes de eso en Torino,
y antes de Torino, en Prato,
donde hicieron mi zapato
sobre el que caerĂa el vino.
mira que habia billetes, y no hace mucho tiempo. dentro de las hormigoneras, en las guantera de la fargonetas, detras de los mostraores. donde estan esos billetes, hay que sacarlo pa fuera como sea.
ResponderEliminarme pagaron el otro dia con un billete de 100 euros y sali coriendo par banco, er de la caja me dijo, ¿que es pa un ingreso? y yo le dije un ¿ingreso, que diceeeeee, ingreso amo home? esto es pa que uste lo mire por si es farso porque llevo ya unas poca de semana que no veo ninguno?
ar finá era gueno. no vea, hasta pa trinca pasa ya uno ya un mar rato.
Como nos timaron con el jodio euro .....donde se pongan esos veinte duros y el todo a cien que nos quiten lo bailao .
ResponderEliminarSaludos
PD - Raval es con v
que chorro de tonterias dios mio, haced algo mas interesante.
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