Los consejos de la oruga
José Antonio Sanduvete [colaborador]
Alicia siguiĂł caminando hasta que llegĂł a un claro entre los inmensos árboles que flanqueaban el sendero. AllĂ encontrĂł a la oruga, acomodada sobre una seta, ocupadĂsima en firmar, uno tras otro, lo que parecĂan ser informes importantĂsimos, a juzgar por el tesĂłn y el esfuerzo con que se empeñaba en su trabajo.
- Hola -dijo Alicia.
- No hay tiempo para holas -contestĂł la oruga. Entonces, con la mano que le quedaba libre, y sin dejar de firmar sin descanso, aspirĂł profundamente de la pipa que, aunque Alicia hasta entonces no habĂa advertido su presencia, se encontraba a su lado.
- Quiero crecer, ¿sabes? Estoy harta de medir veinte centĂmetros -dijo Alicia, como siempre inasequible al desaliento y acostumbrada a que los demás no le hicieran el menor caso.
- Crecer para quĂ©, ¿para firmar informes? - le respondiĂł la oruga mientras desprendĂa por su boca el humo opiáceo de la pipa.
- No, para ser mayor.
- Sigo sin saber para quĂ©. No te hace falta. MĂrame a mĂ, tambiĂ©n mido veinte centĂmetros y no paro de firmar informes. No te preocupes, ya llegará tu momento.
- ¡Pero yo no quiero firmar esos estĂşpidos informes! -gritĂł Alicia, ligeramente irritada.
- Pues lo vas a hacer, quieras o no, asà que más vale que lo vayas asumiendo.
Alicia se retirĂł, pensando quĂ© tontas que eran las orugas, y quĂ© inĂştiles sus ocupaciones. Se jurĂł a sĂ misma que nunca firmarĂa informes, ni siquiera cuando sobrepasara los veinte centĂmetros, y continuĂł su camino.
Estaba feliz, era el dĂa de su no cumpleaños...
Alicia siguiĂł caminando hasta que llegĂł a un claro entre los inmensos árboles que flanqueaban el sendero. AllĂ encontrĂł a la oruga, acomodada sobre una seta, ocupadĂsima en firmar, uno tras otro, lo que parecĂan ser informes importantĂsimos, a juzgar por el tesĂłn y el esfuerzo con que se empeñaba en su trabajo.
- Hola -dijo Alicia.
- No hay tiempo para holas -contestĂł la oruga. Entonces, con la mano que le quedaba libre, y sin dejar de firmar sin descanso, aspirĂł profundamente de la pipa que, aunque Alicia hasta entonces no habĂa advertido su presencia, se encontraba a su lado.
- Quiero crecer, ¿sabes? Estoy harta de medir veinte centĂmetros -dijo Alicia, como siempre inasequible al desaliento y acostumbrada a que los demás no le hicieran el menor caso.
- Crecer para quĂ©, ¿para firmar informes? - le respondiĂł la oruga mientras desprendĂa por su boca el humo opiáceo de la pipa.
- No, para ser mayor.
- Sigo sin saber para quĂ©. No te hace falta. MĂrame a mĂ, tambiĂ©n mido veinte centĂmetros y no paro de firmar informes. No te preocupes, ya llegará tu momento.
- ¡Pero yo no quiero firmar esos estĂşpidos informes! -gritĂł Alicia, ligeramente irritada.
- Pues lo vas a hacer, quieras o no, asà que más vale que lo vayas asumiendo.
Alicia se retirĂł, pensando quĂ© tontas que eran las orugas, y quĂ© inĂştiles sus ocupaciones. Se jurĂł a sĂ misma que nunca firmarĂa informes, ni siquiera cuando sobrepasara los veinte centĂmetros, y continuĂł su camino.
Estaba feliz, era el dĂa de su no cumpleaños...
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