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La Mancha Negra

José Antonio Sanduvete [colaborador]

Me lo decía con lágrimas en los ojos, como una súplica, empujada por el deseo de ser oída, de ser creída y de hacer público lo que jamás creyó que fuera ni tan siquiera un secreto:
- Yo no sabĂ­a nada de ellos... te lo juro... no sabĂ­a nada...
Luego te contaba que había estado curioseando por internet, que había abierto páginas aparentemente inofensivas que hablaban de conspiraciones, de sociedades secretas y cultos mistéricos, de leyendas urbanas que siempre la habían divertido.

Había escrito un relato, lo había publicado en su blog y luego en papel, en una publicación del pueblo en la que solía colaborar, escasas páginas con una trama intrigante en torno a una sociedad secreta que extendía sus ramas de poder e influencia desde las más altas esferas hasta los niveles más ínfimos. Me dijo hasta el nombre de la sociedad, no lo recuerdo ahora, sí que recuerdo que me repetía desesperada:

- Pero me lo inventé, créeme, el nombre me lo inventé... era ficción...
Comenzaron por llamadas teléfonicas al móvil a las que les sucedía el silencio, una respiración amenazadora al otro lado de la línea, más tarde el correo electrónico, aquel en el que el nombre de la sociedad aparecía como membrete. Una sociedad aparentemente ficticia. Por último, apareció la psicosis, el sentirse observada, espiada en casa, seguida por la calle, maltratada por el prójimo en los comercios, la administración, la circulación urbana.

Me comentó que se sentía "como una apestada", odiada y apartada por la comunidad tras haber desvelado lo indesvelable. No la creí, quiero decir que no presté demasiada atención a su mirada extraviada, a sus temores y obsesiones. Lo último que me dijo es que había recibido por correo una hoja de papel con una mancha en el centro, sólo eso.

- La Mancha Negra, ¿lo ves?, como a Billy Bones... vienen a por mĂ­...
Yo sonreí, la abracé y le dije palabras tranquilizadoras. Aquello fue tres días antes de que desapareciera sin dejar rastro, y dos semanas antes de que en mi buzón apareciera un sobre que contenía una hoja de papel en blanco. En blanco, salvo una mancha en el centro, de color negro.

Ahora giro la cabeza a izquierda y derecha mientras camino por la calle y todo me resulta extraño, amenazador. ¿Por quĂ© me hablarĂ­a de la sociedad secreta? Tal vez creen que sĂ© más de lo que realmente sĂ©. Pero, por Dios, si ni siquiera recuerdo el nombre...

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