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EL ORO EN AGUA (También la lluvia)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Francis Ford Coppola decía que él se dedicaba al cine porque estaba convencido de que una película era capaz de cambiar el mundo. Cuando un cineasta se propone contar toda la verdad a través de una cámara, es muy posible que la verdad acabe devorando a esa extraña máquina y lo que permanezca sea sólo un pálido reflejo de lo que una vez ocurrió. El cine suele ser un testigo pero rara vez es un acusado.



Y aquí asistimos al rodaje de una recreación del desembarco y posterior explotación de América por los españoles, con sus crueldades, sus matanzas, sus sacrificios, sus cinismos eclesiásticos y sus flagrantes injusticias como si de haber sido los portugueses, los ingleses o los franceses sus intenciones de sembrar margaritas se hubieran truncado por su buen corazón con los indígenas. Aparte de lo políticamente correcto que resulta todo ello, Iciar Bollaín consigue una película atractiva que estructura en diversos planos de realidad y ficción para decirnos que los pobres siempre pagan y que lo único que pueden hacer es sobrevivir, que es lo que mejor saben hacer.

Para ello, cuenta con una magnífica banda sonora de Alberto Iglesias, una ambientación muy creíble de aquellos días del año dos mil en los que los nadie se batieron con determinación contra los alguien y vencieron a costa de sudor, muerte y valentía. Correcta es la interpretación de Gael García Bernal, aburrida resulta la de Luis Tosar con su tono monocorde y con una transformación del personaje que se antoja poco creíble; y brillante y excepcional es la de Karra Elejalde en la piel de ese actor que está ya al final del camino, a punto de subir un pie al estribo, caminando por el filo cortante de la derrota, honesto en su experiencia, impresionante en su sabiduría y que se erige, sin lugar a dudas, en lo mejor de toda la cinta.

El caso es que el personaje de Gael García Bernal quiere rodar una película en Bolivia y dejarla para la posteridad, lanzando un mensaje eterno y sincero que se ve modificado, en buena medida, por el estallido de la Guerra del Agua. Así, asistimos al paralelismo de cómo los conquistadores españoles mataban por la búsqueda del oro y cómo los grandes emporios económicos son capaces de hacer frente con extrema dureza a todo un pueblo por hacerse con la propiedad del agua en un país donde no falta la lluvia. Quinientos años de civilización para nada. Para seguir igual. Para continuar dando palizas en las espaldas de los pobres porque no sirven a los poderosos con diligencia y conformismo. La rebelión se sofoca a patadas y el hombre no ha evolucionado. En nada y para nada. Sólo ha inventado un par de cosas para hacer más cómoda la vida a unos cuantos pero la gente humilde quiere agua cuando tiene sed, quiere comida cuando tiene hambre, quiere respeto cuando lo que ha conocido es la humillación.

Sí que es posible la nominación a la mejor película extranjera para También la lluvia aunque dudo mucho que pase de ahí. Con eso ya deberíamos darnos por satisfechos porque la libertad de crear, lanzar un mensaje y ser reconocidos es uno de los premios que se pueden ofrecer al pobre. Soñar que hay gente que aún se preocupa por las desgracias de los demás y que no sale huyendo son quimeras que esta historia se encarga de quemar a conciencia. Los comprometidos son sólo unos pocos, el resto corre en dirección contraria. Una película puede cambiar el mundo, tal vez. Pero hace falta que todos los que están implicados en ella puedan mirar a través de la telaraña de luces cegadoras que cubre el recuerdo porque tras los disparos siempre sigue el silencio. La idea convertida en justicia. El desprecio en amistad. El agua en una pequeña botella como símbolo de la vida envasada. Muchos mueren en la lucha y muy pocos recuerdan los nombres. La lluvia se encarga de borrarlos y el tamiz verde de la mirada se empaña con las lágrimas de un adiós que encuentra un motivo para amar.

César Bardés

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