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DE FANTASMAS Y ASESINOS (En el centro de la tormenta)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

La bruma siempre escupe algún muerto desde las entrañas de su estómago de agua. El pasado y el presente se funden para urdir un misterio que sólo puede ser resuelto por un hombre que es ambas cosas. Nueva Orleáns está aún moribunda después del huracán y es fácil encontrar la depravación a la vuelta de cualquier esquina. Así la fantasía se encuentra con la inteligencia y el enemigo es una naturaleza que se niega con insistencia a doblegarse ante la presencia de la civilización.



Hace unos cuantos años ya se hizo una película con el personaje del detective Dave Robicheaux como protagonista. Se llamaba Prisioneros del cielo, de Phil Joanou, con Alec Baldwin interpretando a ese policía que se tiene que tomar un descanso porque el alcohol le ha hundido en la miseria del sin sentido que le rodea. Ahora, un director como Bertrand Tavernier, cinéfilo empedernido y autor de maravillas como Coup de torchon, Alrededor de la medianoche o Capitán Conan toma el relevo y decide que ya es hora de que el investigador se enfrente a sus fantasmas, ajados, rancios y necesariamente bondadosos, para poder resolver un asesinato que presenció cuarenta años atrás y que se halla conectado a una serie de crímenes repletos de crueldad y salvajismo en la Nueva Orleáns que aún no ha resurgido después del Katrina.

Y así, Tavernier articula lo que podría denominarse una película de cine negro sobrenatural. Robicheaux (admirablemente interpretado en esta ocasión por Tommy Lee Jones) habla con seres que pueblan los rincones de su imaginación para no renunciar a sus principios aunque sea a costa de tener una cierta inventiva en algunos pasajes de la investigación. Al final, sólo quedará la certeza de que es un hombre que tiene mucho más pasado que futuro, que todos los recuerdos marcan y perfilan un destino que parece tener querencia hacia el infierno y que siempre hay que tener una pistola de repuesto por si todo apunta hacia la culpabilidad.

Al lado de Tommy Lee Jones, hay que destacar la extraordinaria sensibilidad de una actriz tan habitualmente desaprovechada como Mary Steenburgen, bellísima en su madurez y serena en su trabajo, contrapunto ideal para ese detective que parece que, por momentos, se desequilibra y pierde el rumbo porque ve lo que le convierte también en fantasma. Y es que todos hemos hablado solos creyendo que nos está escuchando un amigo imaginario, un personaje histórico o una incógnita vestida de vacío. Después ya viene la lucidez, el despertar hacia una realidad que se empeña en mostrar su lado más feo y menos noble, muy alejada de la caballerosidad que admitía el empeño injusto aunque la batalla fuera una hazaña.

No cabe duda de que Tavernier no quiere en ningún momento caer en las típicas relaciones que se establecen en una película negra y quiere mostrar el interior algo nublado por el alcohol reseco de un hombre que se obsesiona con hacer justicia y eso hace que todo el conjunto se desarbole por abajo como una raíz que poco a poco va abandonando la tierra. La reacción de quien asiste a todo ello es de extrañeza y de lejanía pero hay transiciones modélicas y una utilización del paisaje que también parece en trance de ruina que pasa por un retrato del verde transformado en rojo. En cualquier caso, la historia se mueve por senderos de originalidad, de choque de ambientes que hacen que el cine se encuentre con la desgracia, que el viejo enemigo del instituto se haya convertido en un mafioso amenazante y que el chivato de turno diga todo cuando en realidad no dice absolutamente nada. Y mientras, sentimos que el suelo se mueve bajo nuestros pies porque de lo que se trata es de esconderse en las aguas profundas de un pantano que encierra todas las preguntas.

César Bardés

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