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Le estábamos esperando

José Antonio Sanduvete [colaborador]

- ¿Tienen ustedes habitaciones libres?
El tipo parecía confuso. Fruncía el ceño, perdía la mirada y se rascaba la sien. Normal. Ni siquiera sabía por qué estaba allí. Solo recordaba haber despertado en un autobús con la cabeza apoyada en el cristal y un hilo de baba cayéndole de la boca al bolsillo de la camisa. A su lado una octogenaria a la que descubrió observándole con la curiosa y escandalizada sorpresa con la que los visitantes observan en el zoológico a los monos mientras fornican. Luego el autobús había parado en un lugar desconocido, una especie de plaza en una especie de pueblucho construido en una especie de páramo sin fin. Frente a él, la Pensión Cortes. Se encontraba cansado, así que había decidido hacerse con una habitación.

- Digo que si tienen habitaciones libres.
El tipo de recepción parecía simpático, vivaracho y servicial, tal vez en exceso. Tomaba notas en una pequeña libreta. Alzó la mirada y sonrió de oreja a oreja.
- Por supuesto, para usted siempre tenemos habitaciones libres. ¿Desea la de siempre, señor?
Cualquiera, dijo el tipo, aún más confuso que antes. Esa manera de tratar a los clientes, esa familiaridad, le parecía absurda.
- ¿Sabe qué, señor Pérez? Le estábamos esperando. Suba, suba, por favor, 201.
El señor Pérez hizo ademán de subir, pero antes se atrevió a formular al recepcionista una última pregunta.
- Perdone...
- ¿Sí?
- ¿Me puede decir dónde estamos?
- En la Pensión Cortes, por supuesto...
- Sí, claro, pero... ¿en qué ciudad?
El recepcionista no mostró el menor gesto de sorpresa ante la pregunta. Solo siguió sonriendo y palmeó en el hombro al señor Pérez.
- Ah, señor Pérez, usted siempre igual...
El señor Pérez comenzó el ascenso. Le pareció ver una sombra que se ocultaba en el descansillo de la escalera del piso superior; también un ojo que asomaba a través de una mirilla. El recepcionista todavía le habló desde la lejanía.
- Por cierto, esta vez tenga más cuidado que la vez anterior, si no le importa...
Entonces el señor Pérez pudo haber protestado por la insolencia, o haber salido corriendo, o haber seguido preguntando, o haber llamado a la puerta desde la que le habían estado espiando hacía un momento. Sin embargo, llego a la 201 e introdujo la llave.
Nunca había estado allí. Estaba seguro. Y, no obstante, aquel espacio le resultaba familiar. Notó una presencia a su espalda y comprendió que le iba a resultar difícil descansar...

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