EL NEGOCIO DE LA CRISIS (Margin call)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Cuando una crisis aparece nunca pierden los que más tienen. El método será hundirse con los bolsillos llenos y prescindir de la cuestión de conciencia. Y si alguno de los implicados tiene una carga tan pesada, será mejor que la entierre dos metros bajo el suelo porque lo único que vale es el dinero, un pedazo de papel con foto que evita que los hombres tengan que matarse para conseguir comida. Si la negligencia ha sido la causa, hagamos a todo el mundo responsable.
La mecha se prende cuando se despide a la persona equivocada. Alguien que es de competencia demostrada e intuye que se está gastando más de lo debido, que una empresa financiera está al descubierto y que sus inversiones tienen mucho más riesgo del asumible porque ha habido una masificación hipotecaria. Si la gente quiere comprarse un coche caro y no tiene dinero para pagarlo, es culpa suya. Si una empresa quiere pagar sueldos millonarios y no hay de dónde, sólo se necesita vender, despedir, liquidar y a otra cosa. Es el capitalismo salvaje. Es la moral extraviada. Es la nada a ras de suelo y el poder en los océanos de cristal de los rascacielos.
Y la caĂda es inevitable. La decisiĂłn de unos pocos influye en millones de personas, en universos enteros de economĂas domĂ©sticas que vuelan por los aires mientras nunca falta el deportivo, el traje caro, el lujo inĂştil y la casa con un jardĂn del tamaño de un campo de fĂştbol. A eso no se renuncia. Que renuncien los demás. Y si, por casualidad, hay que prescindir de alguna cabeza para contentar a los furibundos inversores, la tragedia es para el condenado que no podrá llevar el tren de vida a toda velocidad y deberá acostumbrarse a vivir a ritmo de utilitario.
Con todos estos mensajes detrás de una quiebra, J. C. Chandor realiza una historia eficaz, algo confusa y lenta para explicar los inicios de la crisis que, sin lugar a dudas, ha seguido siendo un negocio para los de siempre. El reparto de extraordinaria eficacia ayuda a que la sombra de Lehmann Brothers se haga aĂşn más grande y, por quĂ© no, un poco más espantosa ante la carencia de escrĂşpulos de los que manejan los hilos. Entre ellos, cabe destacar al excepcional Jeremy Irons, infernal en sus planteamientos, terrible en sus apariencias y diabĂłlico en sus resultados; al maravilloso Kevin Spacey, charlatán de miradas de palabras cortas, que maneja su cuota de dominio con tintes de cinismo pero que llega a un lĂmite llamado Ă©tica; y al muy intenso y eficaz Paul Bettany, personificaciĂłn del listo de toda oficina que jamás verá la calle desde el otro lado de la cristalera. Juntos conforman toda una conspiraciĂłn para llevar a cabo la vieja máxima del Principe de Salina de Giuseppe Tomasso di Lampedusa en El gatopardo: “Hay que cambiarlo todo para que todo siga igual”. Y no duden que eso será lo que ocurrirá.
Bien es cierto que no es muy descifrable para el pĂşblico la utilizaciĂłn de sentencias como “Ăndices de volatilidad”, “permanencia contable de activos de dudoso riesgo” o “inversiones hipotecarias de entidades financieras sin liquidez inmediata”. Lo Ăşnico que hay que tener en cuenta es que si se gasta más de lo que se ingresa, el resultado es la ruina. Pero la ruina para los trabajadores, siempre absolutamente prescindibles. Lo más seguro es que el individuo mejor trajeado, el que prevĂ© los movimientos de mercado, el que amasa una fortuna mientras da cuenta de su almuerzo, no sĂłlo no pierda su empleo si no que, a pesar de comportarse como un autĂ©ntico ratero de tres al cuarto, seguirá gozando de respetabilidad, de prestigio y de admiraciĂłn en este mundo de cemento y sombras y de excesos aĂşn no saldados.
AsĂ pues que los mercados financieros sigan marcando el rumbo. Pronto no quedará nada para repartir porque todo lo que se pueda tener, estará acumulado en muy pocas manos. Y alrededor de ellas, habrá unos cuantos lacayos que pondrán la astucia como moneda de cambio. Usted y yo sĂłlo tendremos derecho a ver cĂłmo nuestras carteras siguen vacĂas.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Cuando una crisis aparece nunca pierden los que más tienen. El método será hundirse con los bolsillos llenos y prescindir de la cuestión de conciencia. Y si alguno de los implicados tiene una carga tan pesada, será mejor que la entierre dos metros bajo el suelo porque lo único que vale es el dinero, un pedazo de papel con foto que evita que los hombres tengan que matarse para conseguir comida. Si la negligencia ha sido la causa, hagamos a todo el mundo responsable.
La mecha se prende cuando se despide a la persona equivocada. Alguien que es de competencia demostrada e intuye que se está gastando más de lo debido, que una empresa financiera está al descubierto y que sus inversiones tienen mucho más riesgo del asumible porque ha habido una masificación hipotecaria. Si la gente quiere comprarse un coche caro y no tiene dinero para pagarlo, es culpa suya. Si una empresa quiere pagar sueldos millonarios y no hay de dónde, sólo se necesita vender, despedir, liquidar y a otra cosa. Es el capitalismo salvaje. Es la moral extraviada. Es la nada a ras de suelo y el poder en los océanos de cristal de los rascacielos.
Y la caĂda es inevitable. La decisiĂłn de unos pocos influye en millones de personas, en universos enteros de economĂas domĂ©sticas que vuelan por los aires mientras nunca falta el deportivo, el traje caro, el lujo inĂştil y la casa con un jardĂn del tamaño de un campo de fĂştbol. A eso no se renuncia. Que renuncien los demás. Y si, por casualidad, hay que prescindir de alguna cabeza para contentar a los furibundos inversores, la tragedia es para el condenado que no podrá llevar el tren de vida a toda velocidad y deberá acostumbrarse a vivir a ritmo de utilitario.
Con todos estos mensajes detrás de una quiebra, J. C. Chandor realiza una historia eficaz, algo confusa y lenta para explicar los inicios de la crisis que, sin lugar a dudas, ha seguido siendo un negocio para los de siempre. El reparto de extraordinaria eficacia ayuda a que la sombra de Lehmann Brothers se haga aĂşn más grande y, por quĂ© no, un poco más espantosa ante la carencia de escrĂşpulos de los que manejan los hilos. Entre ellos, cabe destacar al excepcional Jeremy Irons, infernal en sus planteamientos, terrible en sus apariencias y diabĂłlico en sus resultados; al maravilloso Kevin Spacey, charlatán de miradas de palabras cortas, que maneja su cuota de dominio con tintes de cinismo pero que llega a un lĂmite llamado Ă©tica; y al muy intenso y eficaz Paul Bettany, personificaciĂłn del listo de toda oficina que jamás verá la calle desde el otro lado de la cristalera. Juntos conforman toda una conspiraciĂłn para llevar a cabo la vieja máxima del Principe de Salina de Giuseppe Tomasso di Lampedusa en El gatopardo: “Hay que cambiarlo todo para que todo siga igual”. Y no duden que eso será lo que ocurrirá.
Bien es cierto que no es muy descifrable para el pĂşblico la utilizaciĂłn de sentencias como “Ăndices de volatilidad”, “permanencia contable de activos de dudoso riesgo” o “inversiones hipotecarias de entidades financieras sin liquidez inmediata”. Lo Ăşnico que hay que tener en cuenta es que si se gasta más de lo que se ingresa, el resultado es la ruina. Pero la ruina para los trabajadores, siempre absolutamente prescindibles. Lo más seguro es que el individuo mejor trajeado, el que prevĂ© los movimientos de mercado, el que amasa una fortuna mientras da cuenta de su almuerzo, no sĂłlo no pierda su empleo si no que, a pesar de comportarse como un autĂ©ntico ratero de tres al cuarto, seguirá gozando de respetabilidad, de prestigio y de admiraciĂłn en este mundo de cemento y sombras y de excesos aĂşn no saldados.
AsĂ pues que los mercados financieros sigan marcando el rumbo. Pronto no quedará nada para repartir porque todo lo que se pueda tener, estará acumulado en muy pocas manos. Y alrededor de ellas, habrá unos cuantos lacayos que pondrán la astucia como moneda de cambio. Usted y yo sĂłlo tendremos derecho a ver cĂłmo nuestras carteras siguen vacĂas.
César Bardés
Pon tu comentario