Al salir del cine: EL ENCANTO DE LA INCONSCIENCIA (Los descendientes)
César Bardés [colaborador].-
Puede que haya padres de familia que tengan perfectamente ordenado su mundo. Ante todo, el trabajo. No hay tiempo para mucho más. La mujer es algo cómodo que destila un amor que se le supone. Los hijos son cuestión de ella. Para relajarse, un buen club playero donde tomarse una copa y darse un baño. De repente, algo ocurre y ese mundo se resquebraja con demasiada facilidad. El cemento de esa supuesta felicidad es pura inconsciencia llena de encanto. Es la hora de tomar responsabilidad y ni siquiera se sabe por dónde empezar.
Y es entonces cuando hay que tratar a las niñas, ocuparse de ellas, corregir lo que está mal y no se encuentran palabras para las pequeñas crisis domĂ©sticas de cada dĂa. La esperanza pronto se desvanece y ya no hay marcha atrás. Todo cuesta más trabajo y los secretos que nunca fueron inquietud comienzan a salir a la superficie. Más ruina sobre escombros. No hay brĂşjulas que señalen el camino. No hay más que debatirse entre el engaño y la rabia, entre los fallos del pasado y los errores del presente, entre el todo que se creyĂł poseer y el nada que realmente se tuvo.
Con un escenario paradisĂaco como Hawai de fondo, George Clooney se convierte en ese hombre que pasa de la risa al llanto, del ridĂculo al acecho. Por su rostro transcurre la alegrĂa, el agradecimiento, la tragedia, el esperpento cĂłmico, la incredulidad del instante, la permanencia del fracaso a pesar del dinero...Lienzo de sensaciones que hacen reĂr y llorar, que provocan sentimientos encontrados ante un personaje lleno de irresponsabilidad, que intenta poner la primera piedra de su existencia con las piedras angulares de sus hijas porque su matrimonio, sumergido en una aparente normalidad, era un barco hundiĂ©ndose con varias vĂas de agua. Y la paz interior por haber sido tan ingenuo de creer que todo iba bien no es sencilla de alcanzar. Clooney es la pelĂcula y, en Ă©l, hay tantas sensaciones que alguna, por fuerza, tiene que ser tambiĂ©n nuestra.
Con aires de comedia negra, de comedia trágica, de comedia dramática y de comedia de situaciĂłn, Alexander Payne fabrica la que es su mejor pelĂcula hasta ahora. Mucho más acertada que Entre copas y mucho mejor trazada que A propĂłsito de Schmidt, Payne pinta un fresco sobre la familia, sobre la dejadez de la edad adulta y sobre la adultez de la edad adolescente, sobre la ceguera paterna que suele machacar involuntariamente por donde más duele, sobre el acre sabor de la venganza, sobre la certeza de que hallar el camino correcto suele ser una sinuosa pirueta del destino. La vida tornada en celuloide. Unos planos de realidad para que la sonrisa acompañe incluso cuando las cartas vienen mal dadas. Un actor excepcional para asegurarnos que, sobre Ă©l, están todas las debilidades como personaje y todas las fortalezas como intĂ©rprete.
El amor es el salvavidas para todas las situaciones. Incluso cuando el corazĂłn comienza a convertirse en piedra, el amor es el asidero, el que impide que seamos fieras que abandonan a sus crĂas para lanzarse en busca de la ambiciĂłn. El amor puede dibujarse en unos collares de flores que flotan en el agua como Ăşltimo testimonio de que, no importa lo que haya pasado, se echará de menos al ausente. Y la marea, caprichosa y transparente, dibujará con ellos tres corazones como marco de una ceniza disuelta. Somos lo que hacemos pero tambiĂ©n lo que dejamos y lo que tenemos que dejar atrás, no nos engañemos es amor. Porque con Ă©l, vivirán nuestros hijos. Porque con Ă©l, seguiremos adelante y ellos tendrán impulso. Bajo una manta y delante del televisor. Compartiendo el calor. Disipando la pena. Siendo más nosotros y menos yo. El yo no vale nada. El yo es un artĂculo de saldo con el que mercadean otros. Amor es la herencia. Y no valen monedas falsas. SĂłlo cariño del autĂ©ntico. El que impone tranquilidad. El que da seguridad.
Puede que haya padres de familia que tengan perfectamente ordenado su mundo. Ante todo, el trabajo. No hay tiempo para mucho más. La mujer es algo cómodo que destila un amor que se le supone. Los hijos son cuestión de ella. Para relajarse, un buen club playero donde tomarse una copa y darse un baño. De repente, algo ocurre y ese mundo se resquebraja con demasiada facilidad. El cemento de esa supuesta felicidad es pura inconsciencia llena de encanto. Es la hora de tomar responsabilidad y ni siquiera se sabe por dónde empezar.
Y es entonces cuando hay que tratar a las niñas, ocuparse de ellas, corregir lo que está mal y no se encuentran palabras para las pequeñas crisis domĂ©sticas de cada dĂa. La esperanza pronto se desvanece y ya no hay marcha atrás. Todo cuesta más trabajo y los secretos que nunca fueron inquietud comienzan a salir a la superficie. Más ruina sobre escombros. No hay brĂşjulas que señalen el camino. No hay más que debatirse entre el engaño y la rabia, entre los fallos del pasado y los errores del presente, entre el todo que se creyĂł poseer y el nada que realmente se tuvo.
Con un escenario paradisĂaco como Hawai de fondo, George Clooney se convierte en ese hombre que pasa de la risa al llanto, del ridĂculo al acecho. Por su rostro transcurre la alegrĂa, el agradecimiento, la tragedia, el esperpento cĂłmico, la incredulidad del instante, la permanencia del fracaso a pesar del dinero...Lienzo de sensaciones que hacen reĂr y llorar, que provocan sentimientos encontrados ante un personaje lleno de irresponsabilidad, que intenta poner la primera piedra de su existencia con las piedras angulares de sus hijas porque su matrimonio, sumergido en una aparente normalidad, era un barco hundiĂ©ndose con varias vĂas de agua. Y la paz interior por haber sido tan ingenuo de creer que todo iba bien no es sencilla de alcanzar. Clooney es la pelĂcula y, en Ă©l, hay tantas sensaciones que alguna, por fuerza, tiene que ser tambiĂ©n nuestra.
Con aires de comedia negra, de comedia trágica, de comedia dramática y de comedia de situaciĂłn, Alexander Payne fabrica la que es su mejor pelĂcula hasta ahora. Mucho más acertada que Entre copas y mucho mejor trazada que A propĂłsito de Schmidt, Payne pinta un fresco sobre la familia, sobre la dejadez de la edad adulta y sobre la adultez de la edad adolescente, sobre la ceguera paterna que suele machacar involuntariamente por donde más duele, sobre el acre sabor de la venganza, sobre la certeza de que hallar el camino correcto suele ser una sinuosa pirueta del destino. La vida tornada en celuloide. Unos planos de realidad para que la sonrisa acompañe incluso cuando las cartas vienen mal dadas. Un actor excepcional para asegurarnos que, sobre Ă©l, están todas las debilidades como personaje y todas las fortalezas como intĂ©rprete.
El amor es el salvavidas para todas las situaciones. Incluso cuando el corazĂłn comienza a convertirse en piedra, el amor es el asidero, el que impide que seamos fieras que abandonan a sus crĂas para lanzarse en busca de la ambiciĂłn. El amor puede dibujarse en unos collares de flores que flotan en el agua como Ăşltimo testimonio de que, no importa lo que haya pasado, se echará de menos al ausente. Y la marea, caprichosa y transparente, dibujará con ellos tres corazones como marco de una ceniza disuelta. Somos lo que hacemos pero tambiĂ©n lo que dejamos y lo que tenemos que dejar atrás, no nos engañemos es amor. Porque con Ă©l, vivirán nuestros hijos. Porque con Ă©l, seguiremos adelante y ellos tendrán impulso. Bajo una manta y delante del televisor. Compartiendo el calor. Disipando la pena. Siendo más nosotros y menos yo. El yo no vale nada. El yo es un artĂculo de saldo con el que mercadean otros. Amor es la herencia. Y no valen monedas falsas. SĂłlo cariño del autĂ©ntico. El que impone tranquilidad. El que da seguridad.
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