Mineros

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Marchan por la carretera bajo un sol de plomo, sin que nada les arredre, con toda la dignidad del mundo, intentando desesperadamente salvar sus puestos de trabajo. Son ejemplo vivo para todos los españoles y españolas que andamos los últimos meses acobardados como ratas por culpa de este gobierno de incapaces que administra nuestra economía y nuestras vidas.

La supervivencia de toda una cuenca minera está pendiente de una decisión ministerial, de unos políticos que no han tenido otra cosa en qué fijarse que en suprimir de un plumazo las subvenciones a la extracción del carbón en España.

Cuatrocientos, quinientos, seiscientos millones es el precio de esta reconversión brutal, cuya producción, todos reconocemos que es altamente deficitaria, aún cuando alimenta esencialmente a las centrales térmicas, que amasan miles de millones produciendo electricidad. Pero quienes van a meter la tijera a este sector productivo, esencia y savia de la economía de comarcas enteras, no tienen dignidad ética para hacerlo.

Porque en sólo una semana, la inmovilidad de este gobierno que hace seis meses lo prometía y aseguraba todo, y que en la práctica nos ha demostrado que no tiene ni idea de lo que se trae entre manos, ha hecho perder a España más de diez mil millones de euros, debido precisamente a esa indefinición. ¿Cuántas reconversiones podríamos ahorrarnos con esos miles de millones? ¿A quién se le pide cuenta de todo este desconcierto, de este atropello?

Y a todo asentimos, y con todo nos conformamos. Definitivamente, nos ha metido el miedo en el cuerpo esta horda de advenedizos que vive como si de reyes se tratase, que viaja en primera clase y que apunta como gastos de viaje hasta el papel higiénico que consume.

La picaresca en este país no desapareció tras su época de auge, el siglo de Oro, no, sino que se ha remozado y actualizado para crear castas políticas, judiciales o económicas que se lo llevan calentito todos los días, mientras el resto del país vive atemorizado y no sale de su asombro con las continuas noticias y contranoticias que nos vuelven un poquito más locos y nos atemorizan aún más, si cabe.

¡Ay, si todos siguiésemos el ejemplo de los mineros! ¡Ay, si todos aprendiésemos de ese valor que demuestran sus mujeres, con sus hijos en brazos, jaleándolos con orgullo, despreciando a voz en grito a los miserables que pretenden dejarlos sin trabajo y sin ingresos a sus familias!

Tenemos que aprender a reclamar nuestros derechos, a exigirlos, porque nuestra Constitución nos ampara. Como los mineros. Y queremos saber, de manera pormenorizada, la relación de esos puestos de trabajo excelentemente remunerados en empresas públicas y privadas que no aparecen en los periódicos y en donde se colocan, día tras día, mes tras mes, año tras año, los hijos y las hijas de los ricos.

Relaciones públicas de vaya usted a saber qué empresas, directores generales de no sé qué, consejeros de maldita la cosa, portavoces de no sé quiénes, todos bien pagados en sus sueldos, sus dietas, sus viajes y sus almuerzos de trabajo. Siempre dispuestos a reunirse en lugares paradisíacos para darse la gran vida, mientras a muchas familias les atenaza la garganta la incertidumbre del presente y del mañana inmediato.

Si con una sola palmada cayesen al suelo esta mancha de vividores a costa de lo ajeno, los poquitos que nos quedásemos de pie nos asombraríamos del resultado de la experiencia. En cualquier caso, estoy seguro de que, junto a nosotros, los mineros seguirían erguidos, en pie, bravos, tiznados de negro, impasibles, porque nadie más que ellos sabe lo que es ganarse el pan con el sudor de sus frentes, poniendo en peligro a diario sus vidas.