Ayuntamientos democráticos
Francisco
M. Navas [colaboraciones].-
En estas
fechas, en las que conmemoramos cuarenta años de ayuntamientos democráticos,
reconozco que siento haberme perdido la mesa redonda celebrada el pasado 20 de
marzo en el Museo del Vino y de la Sal de nuestra ciudad, Chiclana de la
Frontera. (FOTOS: Homenaje a concejales de la primera Corporación, hace cuarenta años, y tranvía).
No dudo
del talante democrático de los componentes de esta mesa redonda, aun cuando
mucho me temo que, a falta de leer las conclusiones de dicho encuentro, si es
que las hubo, no me cabe la menor duda de que cada cual intentaría arrimar el
ascua a su sardina, sin entrar en mayores profundidades.
Tampoco sé
nada del número de personas asistentes a dicho evento, pero mucho me temo que
la sala no se quedaría pequeña, sino más bien habría espacio libre en el aforo.
En
cualquier caso, en política, como en medicina, la diagnosis nunca es
suficiente. Eso de que “este niño parece que no
ve bien”, para pasar en una segunda visita a certificar que “parece que el niño definitivamente no ve bien, sino
que ve peor”, y finalizar sentenciando: “Como
habíamos diagnosticado, este niño, tras su pérdida de visión progresiva, se ha
quedado ciego”, podría, más que consolar, indignar a los sufridos padres
de la criatura, y a la criatura misma, porque, evidentemente, han sobrado
diagnosis y han faltado remedios efectivos que evitaran el fatal desenlace.
A nuestra
ciudad le ha pasado algo parecido al niño del cuento. Todo el mundo filosofa,
todo el mundo opina, todo el mundo está en posesión de la verdad, todo el
mundo, durante estos cuarenta años, ha gobernado excelentemente. Sin embargo,
el cuarenta por ciento de la población sigue sin agua potable, sin
alcantarillado y sin una adecuada canalización de las aguas pluviales.
UN TRANVÍA
EN VEZ DE SERVICIOS BÁSICOS
“Pero hombre- dirán los legales- es que en esta ciudad
ha habido mucho caradura que se ha construido una casa sin permiso, sin
papeles, y ahora quieren tener los mismos derechos que nosotros, que lo hemos
pagado todo religiosamente”.
Y los ilegales replicarán: “A nosotros nadie nos prohibió nunca comprar nuestros terrenos, ningún
notario nos echó para atrás nuestras escrituras, ningún policía municipal vino
a multarnos por construir ilegalmente, ningún contratista fue denunciado, se
permitió a Endesa a darnos electricidad,
se nos dio de alta en el pago del IBI, en la tasa de basura (los que la
pagamos) e incluso desde algunas concejalías se nos animó a construir sin
problemas, que aquí no pasaba nada”.
Y
añadirán: “Nosotros no queremos nada gratis.
Estamos dispuestos a pagar un justiprecio en forma entrada en metálico a
convenir y un canon mensual durante el tiempo que haga falta para obtener esos
servicios básicos, para poder parecernos un poquito más a Europa y menos a
África, con perdón”. Para acabar rematando: “No parece razonable que se gasten 200 millones de euros en un tranvía,
cuya rentabilidad ya se verá, y que casi la mitad de la población no tenga agua
potable”.
La triste
realidad de Chiclana es que, como consecuencia de este caos urbanístico que
prima un tranvía antes que dotar de servicios básicos a las familias, que gasta
ingentes cantidades de dinero en instalaciones deportivas mientras los baches
del extrarradio siguen igual que hace cuarenta años (salvo lo asfaltado por los
vecinos), que organiza macro conciertos en zonas protegidas de Sancti Petri,
mientras no se es capaz de proteger una parada de autobús escolar con un paso
cebra.
CIUDAD DE
TERCERA EN EL TRATO AL CIUDADANO
Que monta
costosas carpas para el carnaval y no se acaba de solucionar la puesta en
marcha del Centro de Salud de Los Gallos, o que acaba pintando una rotonda en
el suelo para organizar una zona conflictiva de tráfico, mientras lo que se
necesita es una rotonda en condiciones, por poner algunos ejemplo. Hemos de
reconocer que no nos ha ido demasiado bien con estos ayuntamientos
democráticos, que no han sabido solucionar los problemas esenciales de la
ciudadanía.
Me duele
decirlo, pero vivimos en una ciudad medianamente poblada por su número de
habitantes, aunque no pasa de ser una ciudad de tercera por el trato que da a
casi la mitad de sus habitantes. Una ciudad que ni siquiera redistribuye su
riqueza entre legales e ilegales, porque toda la recaudación se
destina a las zonas urbanizadas, muchas de ellas barrios-fantasma durante gran
parte del año.
Si durante
cuarenta años nadie ha sido capaz de ir buscando soluciones que reconduzcan
este desastre, tengo que dudar forzosamente de la capacidad intelectual y ética
de nuestros gobernantes. Muchos de ellos siguen siendo los mismos, y los que
recientemente se incorporan a la vida pública tampoco aportan demasiado.
Ahora, con
unas nuevas elecciones municipales en puertas para volver a elegir a otra
corporación democrática, nos volverán a intentar vender la burra. Y como en la
película de Casablanca, cuando pase todo
este desfile de mentiras y falsas promesas, aunque tengamos que seguir
comprando agua embotellada, siempre nos quedará el consuelo de ir a jugar al
golf en el campo municipal, o bañarnos en la piscina cubierta, o pasear en el
tranvía, cuando se inaugure, jugar al pádel, practicar ciclismo en el velódromo
o hacernos unos kilómetros en la pista de atletismo. Eso sí, aprovechando para
llenar una garrafa de agua potable en los vestuarios.
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