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“Quo Vadis” (¿A dónde vas?) España


Juan J. Rodríguez Ballesteros [colaboraciones].-

Somos muchas las personas que nos preguntamos a dónde va España y cómo pueden evolucionar los problemas que le afectan. Es evidente que sin el análisis de lo acá sucedido, al menos desde el siglo XVIII, no es posible obtener respuestas mínimamente atinadas. 

(FOTOS: El Libro de Grandezas y Cosas Memorables de España, 1548; Mapa político de España de 1854. Uniforme, foral, asimilada y colonial; Batalla de Chiclana, de Louis-François Lejeune; II República Española; Estelada de 1911. Círculo catalanista de Cuba; República de España y Los Nacionales. Cartel de la Guerra Civil de Juan Antonio Morales, 1936).

 

España no es un estado excepcional, a pesar de cargar con realidades y prejuicios a consecuencia de haber actuado como metrópoli de la Monarquía Hispánica, cuyo imperio propició la primera globalización, de ahí que sus competidoras fuesen gestando discursos, no sólo contra la corona, sino también otros racistas contra los españoles, apuntalados por un cierto fatum trágico y violento que dicen nos persigue, sin olvidar lo de cargar con el sambenito de pueblo orgulloso, ignorante y supersticioso, infecto de sangre africana, judía y americana.

 

No es extraño que Emilia Pardo Bazán esbozase la idea de la existencia de una Leyenda Negra. Portugal hizo prácticamente las mismas cosas y nunca se vio fustigada por tan mala fama.

 

EL VIRUS DE LA REVOLUCIÓN

 

Comencemos por el hecho inaugural de la Edad Contemporánea, la Revolución francesa (1789). Tras los trágicos sucesos acaecidos en Francia y para evitar el contagio, toda idea ilustrada fue puesta bajo sospecha, nada extraño en una monarquía establecida sobre la base de una incondicional alianza con el altar. Y para las ideas democráticas y republicanas: persecución y cordones sanitarios en un intento de evitar que el virus de la revolución atravesase los Pirineos.



Toda una visión clínica de la historia; sin reparos. Luego vendría aquello de “
España se ha quedado sin pulso” y lo de que se necesita y espera “un cirujano de hierro”. Curioso nacionalismo con mirada de microscopio desenfocado. Hasta Ortega y Gasset abusó de esa ciencia.

Como contrapunto cito al poeta romántico, Hölderlin, en conversación sobre la Revolución francesa con su madre asustada. Habla ella: “¡Ojalá esta fiebre no se nos contagie! No necesitamos esta agitación ni las convulsiones!”. Hölderlin le aclara: “¡Mamá, no se trata de una fiebre, asistimos a un levantamiento!”.

 

Y LLEGÓ NAPOLEÓN

 

El ejército francés terminó atravesando la frontera y al ser invadida la península por Napoleón, el Imperio de la Monarquía Hispánica empezó a desmoronarse como un gigante con pies de barro, naciendo más de veinticinco nuevos estados, uno de los cuales sería el reino de España, con algunas colonias que terminaron finalmente en manos de EE UU, restando tan solo las africanas.

 

La invasión napoleónica dio lugar a lo que los ingleses llamaron la Guerra peninsular, para los españoles de la Independencia. Ellos estaban obligados a abrirle un nuevo frente bélico a Napoleón para así distraerlo en otro escenario, a fin de evitar la invasión de Gran Bretaña que andaban preparando los franceses, ya dueños de casi toda Europa continental.

 

Así las cosas, la defensa de la capital portuguesa era para los británicos un gran objetivo táctico y base desde la que sus tropas podían mantener en jaque a los galos. Para los españoles de entonces cualquier ayuda era deseable, con tal de apuntalar su revolución patriótica. Mirándolo bien, esta guerra fue para los ingleses una zanahoria con la que atraer a Napoleón.



LA BATALLA DE CHICLANA

Sólo entendiendo eso puede interpretarse adecuadamente lo sucedido en la Batalla de Chiclana, que acabó con miles de muertos y ningún rédito militar para los españoles. Los ingleses consiguieron en ella su primera águila imperial, su trofeo del que alardear tras su marcial cabriola en la torre de El Puerco, para oprobio de los militares españoles acusados de que “ni siquiera acudieron en su auxilio”.

 

Está claro que se trataba de dos ejércitos no sólo con preparaciones y mentalidades diferentes, sino con intereses muy distintos: Uno extranjero, eficiente, que se luce. ¿A cuento de qué aceptar el mando de Lapeña sin cuestionarlo a la mínima? El otro, como una novia abandonada, no pudo ya ni plantearse reconquistar Chiclana y menos aún otras poblaciones de la bahía. ¡Imagínense las dos bahías gaditanas libres y contra Napoleón! Pues a los ingleses no les debió interesar, ellos tenían sus propios planes… y su águila.

 

Graham derramó suficiente sangre como para vengar la profanación del cadáver de su mujer, realizada por los franceses. “¡Ahí te quedas, que yo me voy con mi ejército para Cádiz!”, le dijo a Lapeña en la casa del coto de San José. Cruzaron el caño de Sancti-Petri por el puente de barcas que los españoles habían montado, hacia la Punta del Boquerón.

 


LA PEPA
, PAPEL MOJADO

Otro asunto de la época conviene recordar. El texto constitucional gaditano era liberal, menos en un asunto crucial, en el relato nacionalcatólico que se inaugura y que traerá cola. Fue todo un triunfo del tradicionalismo que pronto convertirá en papel mojado el resto de la propia Pepa, nada más quedar Fernando VII suelto, inaugurando su primera etapa de terror nacionalcatólico. La trinidad Dios, Patria y Rey nos saldría muy cara.

 

El anticlericalismo, las quemas de conventos, las matanzas de frailes (en nuestra Guerra Civil mataron más curas que en la Revolución Francesa) no pueden justificarse, pero sí entenderse como reacción por la complicidad de la Iglesia con ese vínculo trinitario, reeditada como cruzada en 1936. Intentar erradicar un posible terror con otro terror aún peor, no trajo sino sangre y más sangre.

 

Para entonces, en el territorio metropolitano de este imperio moribundo emergen dos relatos nacionales. Uno tradicional, imperial y otro que empieza a preguntarse qué es España, hasta entonces pura suma de reinos y territorios cada uno con sus fronteras y aduanas. Comienza a repensarse el llamado problema territorial español. Recuerdo una carta manuscrita de un ministro refiriéndole a la reina gobernadora, viuda de Fernando VII: “Esto no se arreglará hasta que la frontera del Ebro no se lleve hasta los Pirineos”.

 

MONARQUÍA UNIVERSAL

 

Se trataba de asentar un estado único centralizado en Madrid. Las guerras carlistas no fueron sino expresión de una realidad territorial sugerida bajo parámetros ideológicos: tradicionalistas frente a liberales. El río que antes unía ahora separa. Todos sabemos que el carlismo, más abajo del Ebro, fue casi anecdótico.

 

Los tiempos corrían a favor de los liberales centralistas, tras el despotismo también centralista de Fernando VII, pero comenzaron a gestarse otros discursos nacionales paralelos en el País Vasco español y en lo que quedaba de Cataluña en España. El primero para consolidación de sus privilegios y el segundo para intentar restaurar los suyos. Todo ello y más saldrá a relucir en la I República.

 

Evidentemente la confusión entre estado, rey y religión propiciada por el tradicionalismo, no se cuestiona qué es España. España es un imperio y punto. Los liberales, en busca de un funcional estado moderno, sí necesitaban peguntárselo. ¿Por qué dos estados en la península? Por la misma lógica que hoy ondea la bandera británica en Gibraltar.

 

Portugal fue casi un protectorado inglés. A ellos les entregó la India a cambio de ayuda para hacer efectiva su independencia. Todo un mazazo en el cráneo de la Monarquía Hispánica. Holanda, Francia, Inglaterra y Roma, tras la independencia de Portugal, al fin vieron enterrada la pesadilla de ese primer intento de Monarquía Universal.



PORTUGAL SE INDEPENDIZA DE ESPAÑA

 

Quedaron de facto sólo dos coronas ibéricas, ambas de espalda a la otra. Portugal más exigua y el resto se quedó con el nombre de España, que hasta entonces era un término geográfico que designaba a toda la península, derivado del de la Hispania romana. Los reyes asentados en Madrid comenzaron a usar el título inexistente hasta entonces de rey de España, incluso de las Españas.

 

O sea que el rey toma ese título justo cuando ya no es rey de toda España por quedar fuera Portugal debido a los errores de Felipe III, los deseos de la casa de Braganza y parte de sus súbditos, más el apoyo de Inglaterra. Comenzaron a llamarse lusos, aunque Portugal se fundó fuera y más al norte de la Lusitania romana que, para colmo, tenía su capital también fuera de las actuales fronteras portuguesas, en Mérida. Todo un apaño salpicado de imprecisiones.

 

¿Es España entonces una nación? La propia existencia de Portugal te está diciendo que no, que ya existe un estado monolingüe portugués como pudo haber otro catalán, sólo que no consiguió los apoyos necesarios de fuera. Todo dependió de la fuerza bruta y económica que tuvieran la burguesía y aristocracia de tales territorios para configurar sus propios estados nacionales.



DESMEMBRACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPANA

Por aquel entonces decir que eras de la nación vizcaína sólo significaba que habías nacido allí. Fueron los reyes los que necesitaron identificar la nación con el estado, especialmente el francés, veterano en el proceso de uniformación lingüística, institucional y aduanera. Así que España ni tuvo imperio, pues era del rey, ni es un solo reino y hoy tan sólo es uno de los dos estados peninsulares, el más grande, con sus islas y sus plazas africanas.

 

Todo estado queda delimitado por unas fronteras custodiadas por un solo ejército, eso es lo definitivo. Una nación es más un sentimiento territorial con implicaciones políticas, por el contrario un estado es algo real. En él las instituciones se hallan sujetas a cambios, por evolución o ruptura, como sucedió con las dos repúblicas españolas, planteándose la cuestión territorial abiertamente: ¿Centralismo o Federación?

 

La desmembración del imperio de la Monarquía Hispana agudizó mucho el asunto. De hecho, la existencia no de la nación portuguesa sino de su estado, es la más evidente muestra del declive de la Monarquía Universal soñada por los reyes hispánicos.

 

A punto estuvieron de conseguirla, pero la pérdida de su poder en Europa ya había posibilitado la independencia de los Países Bajos, el fortalecimiento de Francia como potencia continental y el incremento del poder marítimo, y a la postre también colonial, de Inglaterra, la gran triunfadora tras la derrota de Napoleón, que se hizo además con el comercio marítimo del imperio chino, el estado de PIB más grande del mundo desde siempre.

 

(CONTINUARÁ)



 

 

 

 

 

 

 

 

 

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