Al salir del cine: UN DESIERTO DE AGUA (Lo imposible)
César Bardés [colaborador].-
Lo imposible no es que la Naturaleza se rebele con toda su furia y convierta a un paraĂso en un desierto de agua. No es que la fuerza de la corriente se lleve por delante hogares, hoteles, árboles, animales, personas, coches, muebles, historias y sueños. No es que la desolaciĂłn quede tras las catástrofe porque eso es abrumadoramente normal. Ni siquiera es que haya heridas abiertas en las pieles mojadas haciendo lo posible por abrir paso a la muerte. Lo que es verdaderamente imposible es volver a sentir la emociĂłn del reencuentro.
Lo imposible es que los que menos tienen siempre son los que más dan. Es que el que lo ha perdido todo desea que el que estĂ© al lado no pierda algo. Es tener la certeza de que el ser humano guarde tanto cariño y, sin embargo, la rutina y el contacto diario con la gente haga que se nos olvide la capacidad de amar sin recibir nada a cambio. Es ese sentimiento de ayuda que tanto cuesta extraer de nuestro interior cuando se trata de un desconocido. Es ese abrazo en el momento justo que te da las fuerzas necesarias para seguir luchando, para seguir sufriendo, para seguir adelante aunque ya todo sea un erial de agua marchita. Lo imposible es sacar una madurez anticipada a un muchacho que solo desea ser niño. Es sentir, de forma emocionante y Ăşnica, lo increĂblemente importante que es que un niño te dĂ© la mano solamente para sentirse seguro, porque te acepta como alguien con quien está seguro, porque recupera la confianza de niño que, en algĂşn lugar del camino, siempre perdemos siendo adultos.
A ratos, Lo imposible es una pelĂcula terriblemente conmovedora porque rechaza fijarse en la distorsiĂłn creada por la misma Naturaleza y prefiere posar su mirada en los seres humanos y en todo lo maravilloso que llevan dentro a pesar de estar rodeados de millas de agua, de basura, de hierros retorcidos, de cadáveres a los que ha sorprendido la muerte sin poder gritar, de cristales dispuestos a hincarse en lo primero vivo que encuentren y de la penosa confusiĂłn que sigue al hecho. Siempre hay un silencio oportuno o una mirada de compañĂa o una caricia en el momento justo cuando la desorientaciĂłn es tal que ni siquiera el cielo ofrece respuestas. Solo el agua las da y casi siempre es la respuesta que no se quiere escuchar.
Juan Antonio Bayona articula una pelĂcula de imposibles porque es consciente de que se nos está olvidando ofrecer humanidad al vecino, porque el miedo no está en que una ola gigantesca y devoradora se te eche encima. El miedo está en la soledad despuĂ©s de que lo imposible haya ocurrido, de que un minuto antes se tenĂa todo y, de repente, no se tiene nada más que agua, frĂa y hostil, furiosa y temible, descarnada y tramposa. Todo el futuro se evapora con la ira del agua. Todo el presente muere con ella. Todo el pasado gira alrededor gritando y ahogándose en pánico. Y no hay nada a lo que asirse. Solo seguir viviendo para que los más dĂ©biles continĂşen el camino.
AĂşn con algĂşn momento de esa cámara tan nerviosa que tanto le gusta a Bayona y dos o tres instantes de lágrima demasiado fácil, el espectador siente la ola en las gradas del cine, llorando con sus protagonistas, exhalando sonidos de fastidio cuando las cosas no salen y, sobre todo, provocando tsunamis en la costa de sus labios cuando NaomĂ Watts, verdadero motor de la pelĂcula junto con la impagable mirada de los niños, actĂşa con pasiĂłn e intensidad.
Lo imposible no es que el mundo se venga encima. Lo imposible es que haya tantas personas buenas y no sepamos que existen. Porque hacen falta catástrofes de esta magnitud para darnos una exacta medida de toda la comprensión y ayuda que necesitamos todos. Y estamos inmersos en un penoso y salvaje sálvese quien pueda que no nos hace muy diferentes de una ola asesina.
Lo imposible no es que la Naturaleza se rebele con toda su furia y convierta a un paraĂso en un desierto de agua. No es que la fuerza de la corriente se lleve por delante hogares, hoteles, árboles, animales, personas, coches, muebles, historias y sueños. No es que la desolaciĂłn quede tras las catástrofe porque eso es abrumadoramente normal. Ni siquiera es que haya heridas abiertas en las pieles mojadas haciendo lo posible por abrir paso a la muerte. Lo que es verdaderamente imposible es volver a sentir la emociĂłn del reencuentro.
Lo imposible es que los que menos tienen siempre son los que más dan. Es que el que lo ha perdido todo desea que el que estĂ© al lado no pierda algo. Es tener la certeza de que el ser humano guarde tanto cariño y, sin embargo, la rutina y el contacto diario con la gente haga que se nos olvide la capacidad de amar sin recibir nada a cambio. Es ese sentimiento de ayuda que tanto cuesta extraer de nuestro interior cuando se trata de un desconocido. Es ese abrazo en el momento justo que te da las fuerzas necesarias para seguir luchando, para seguir sufriendo, para seguir adelante aunque ya todo sea un erial de agua marchita. Lo imposible es sacar una madurez anticipada a un muchacho que solo desea ser niño. Es sentir, de forma emocionante y Ăşnica, lo increĂblemente importante que es que un niño te dĂ© la mano solamente para sentirse seguro, porque te acepta como alguien con quien está seguro, porque recupera la confianza de niño que, en algĂşn lugar del camino, siempre perdemos siendo adultos.
Juan Antonio Bayona articula una pelĂcula de imposibles porque es consciente de que se nos está olvidando ofrecer humanidad al vecino, porque el miedo no está en que una ola gigantesca y devoradora se te eche encima. El miedo está en la soledad despuĂ©s de que lo imposible haya ocurrido, de que un minuto antes se tenĂa todo y, de repente, no se tiene nada más que agua, frĂa y hostil, furiosa y temible, descarnada y tramposa. Todo el futuro se evapora con la ira del agua. Todo el presente muere con ella. Todo el pasado gira alrededor gritando y ahogándose en pánico. Y no hay nada a lo que asirse. Solo seguir viviendo para que los más dĂ©biles continĂşen el camino.
AĂşn con algĂşn momento de esa cámara tan nerviosa que tanto le gusta a Bayona y dos o tres instantes de lágrima demasiado fácil, el espectador siente la ola en las gradas del cine, llorando con sus protagonistas, exhalando sonidos de fastidio cuando las cosas no salen y, sobre todo, provocando tsunamis en la costa de sus labios cuando NaomĂ Watts, verdadero motor de la pelĂcula junto con la impagable mirada de los niños, actĂşa con pasiĂłn e intensidad.
Lo imposible no es que el mundo se venga encima. Lo imposible es que haya tantas personas buenas y no sepamos que existen. Porque hacen falta catástrofes de esta magnitud para darnos una exacta medida de toda la comprensión y ayuda que necesitamos todos. Y estamos inmersos en un penoso y salvaje sálvese quien pueda que no nos hace muy diferentes de una ola asesina.
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