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Al salir del cine: POR AMOR AL ARTE (La mejor oferta)

César Bardés [colaborador].-

La vida es como una obra de arte. Hay que participar en un proceso creativo lleno de inspiración para alcanzar la grandeza. Tiene que ser un reflejo de lo que ocurre a nuestro alrededor. No puede basarse en una mera actitud de observación porque eso no se parece, ni siquiera lejanamente, al arte. Eso podrá ser un signo ostentoso, arrogante, perfecto y algo grotesco de un estilo de vida que no es más que una pose. El arte, sin duda, también sirve para eso pero no se puede confundir el fin con el medio. Y, por supuesto, también es susceptible de soportar algunas falsificaciones que solo podrán ser identificadas usando algo que cada vez se halla más en desuso: la inteligencia.

De vez en cuando, en una tarde de otoño en la que se hace muy evidente el rechazo a cualquier rastro de procedencia humana, te hacen una oferta. Se basa principalmente en la sorpresa, en ofrecer una obra maestra a través de una puerta. No se puede ver, no se puede tocar, pero se puede intuir. Más que nada porque la voz es capaz de atraer con la misma facilidad con la que lo hace el trazo más preciso. Primero, habrá un atisbo de curiosidad, más tarde, surgirá el verdadero interés y, por último, aparecerá el inevitable amor. Siempre esquivo, siempre disfrazado, nunca evidente. Quizá sea el único sentimiento que tiene miedo a mostrarse. Y eso no hace más que espolear las ganas de alcanzarlo.


Y esa voz escuchada a través de la puerta, esos mensajes casuales dejados en lo que parecen ser simples esbozos de lo que vendrá después, consigue el milagro de bajar al suelo toda la arrogancia acumulada, todo el desprecio combativo que se ha agolpado con fuerza entre los pliegues del traje de alta costura, todos los miedos que se han ido escondiendo detrás de las oportunas cortinas del fingimiento y de la falsedad. Debajo de la pintura del tinte, tal vez, haya la obra de arte que solo el tiempo es capaz de pintar, con colores plateados en las sienes, con los surcos de pintura negra dibujados sobre un rostro que ha empezado a ajarse, con la nada equivocada de los mejores restaurantes, de los más impresionantes lujos y de la más demoledora soledad. La naturalidad asoma su irresistible cara y esa belleza que siempre se ha perseguido entre cuatro paredes atestadas de rostros femeninos inmortalizados en el lienzo se tiene ahí mismo, al alcance de la mano. Es la mejor oferta que se puede hacer a un marchante de arte.

Geoffrey Rush da toda una lección de saber estar en todos los registros que requiere su personaje. Es grotescamente elegante, es cómicamente curioso, es torpemente conquistador, es alucinantemente ingenuo, es abrumadoramente versátil. Él es la principal razón para ver una película que Giuseppe Tornatore dirige con un notable dominio de las situaciones y del uso de la música que acompaña a tanto trazo genial, simple subrayado de una vida que se vacía, se llena y se vuelve a vaciar.

No todas son virtudes puesto que, en algún momento, la película se encalla, se resiste a avanzar, tal vez para trasladar las sensaciones propias de un observador que se sienta delante de una obra de arte y deja pasar el tiempo escrutando todas y cada una de las pinceladas del autor pero no cabe duda de que la propuesta es inteligente, ligeramente previsible pero llevada a un terreno creíble desde la ilógica que irradia toda la historia. Quizá como las piezas sueltas de un engranaje que no quieren decir otra cosa que el tiempo es el enemigo al que hay que vencer, que cuando queremos tener el triunfo en la mano, él se encarga, con su insultante tic-tac, de recordarnos de que ya no queda más para seguir viviendo que el uso de la imaginación, que la quimera del deseo, que la soledad cada vez se hace más profunda, más insistente y más imbatible. Y esa es la auténtica firma de una vida que jamás quiso ser una obra de arte.

2 comentarios:

  1. Una pelĂ­cula entretenida, bonita. Pero previsible desde el primer tercio de su duraciĂłn y con un tema un tanto manido.
    Una de tantas, como ya va siendo habitual (por suerte sin efectos informáticos por medio).

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  2. Ciertamente es algo previsible pero a mĂ­ me parece que su mayor virtud es la soledad pero no cualquier tipo de soledad. Es la soledad buscada, la que se instala y dejamos que se instala sin prever, ni por un instante, las consecuencias.
    Lo bueno del arte es que no importa cuántas veces se toque. El arte es una opinión y, por tanto, cada vez que uno se acerca a él, la visión es distinta.
    No está mal. Yo no diría tanto "una de tantas". Creo que está un poco por encima de la media, con un poquito más de ambición.
    Un saludo.

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