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Hiroshima y Nagasaki

    
Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Anteayer se cumplieron, humilde pero solemnemente, sesenta y nueve años de la explosión de la primera bomba atómica detonada sobre una población civil. La cultura japonesa, absolutamente diferente a la nuestra en su esencia, aunque contaminada actualmente en sus valores por la omnipresencia imperialista de los EE.UU y de sus implacables objetivos de dominio económico mundial, se mostró ante el mundo, un año más, con respeto y una infinita elegancia para conmemorar, que no celebrar, el genocidio perpetrado por los americanos sobre la población inocente de Hiroshima, y repetido impunemente y sin piedad tan sólo tres días más tarde sobre la ciudad de Nagasaki, lo que trajo como consecuencia la rendición incondicional de Japón ocho días más tarde.

Hasta aquí el relato histórico, amañado torpemente por los verdaderos ganadores de la Segunda Guerra Mundial, los americanos, que siempre han defendido su criminal actuación argumentando el ahorro de vidas humanas producido por la fulminante rendición de Japón. Lo que no nos cuentan es la firme intención de EE.UU de seguir bombardeando objetivos civiles hasta torcer la voluntad del pueblo japonés y ganar la guerra, eufemismo con el que se oculta el bombardeo de ciudades repletas de inocentes.

Cuando se lanza una bomba atómica, los resultados son absolutamente impredecibles. Nadie sabía entonces, y ni siquiera nadie puede controlar hoy en día el interminable rosario de nefastas consecuencias que una explosión nuclear acarrea. Una bomba convencional explota, destruye, mutila y mata momentáneamente, pero ahí se acaba todo.

La radiación nuclear producida por una explosión atómica pervive durante cuarenta mil años y sigue afectando durante ese tiempo a personas, animales, plantas y al medio ambiente en general. Todavía siguen naciendo niños con malformaciones congénitas en estas dos ciudades, y cada vez que esto sucede, se revive dramáticamente este doble genocidio que, como tantos otros, han quedado impunes.

OCHENTA MIL PERSONAS ASESINADAS EN UN SEGUNDO


Ochenta mil personas asesinadas en un solo segundo, muchas de ellas volatilizadas por la explosión. Pocos meses después, ya sumaban más de 145.000. Anteayer, las cifras se elevaban a 292.325. Y ante esta masacre, Japón se limita a venerar a sus “hibakusha”, sus supervivientes de las dos bombas en estas dos ciudades, que suman 192.719, con una edad media de 77,44 años, y a pedirle humildemente a las grandes potencias en armamento nuclear un desarme multilateral y total, a fin de evitar que este horror se vuelva a repetir.

Después del 6 de agosto de 1945, EE.UU ha seguido interviniendo activamente en toda clase de conflictos bélicos mundiales, so pretexto de defender la paz mundial, aun cuando hasta los niños de teta saben que tras este falso espíritu de eternos paladines de la libertad se ocultan los oscuros intereses de su industria y de sus fabricantes de armas.

Vietnam quedará para siempre en la memoria de los americanos honestos y de todos aquellos que vivimos las imágenes de aquella guerra en vivo y en directo por televisión, como una interminable mancha de vergüenza colectiva, como ejemplo de un nuevo genocidio, de una desigual lucha entre David y Goliat, de pueblos enteros bombardeados con gasolina, de uso de exfoliantes para acabar con la vegetación de la selva, hábitat natural de los guerrilleros vietnamitas.

Y como siempre, se lamentan las vidas humanas americanas perdidas en un conflicto de intereses puramente políticos, mientras se silencian vergonzosamente los cientos de miles de vietnamitas borrados de la faz de la tierra.

HACIENDO BUENOS A LOS NAZIS

No existe ningún monumento a los sucesivos genocidios perpetrados por los EEUU a través de su corta pero intensa historia, como no existe, incomprensiblemente, ningún monumento al genocidio sistemático y cruel llevado a cabo por Franco tras la Guerra Civil española.

Miles de personas, agrupadas en Asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica, han sufrido y siguen soportando a diario el absoluto desprecio e indiferencia de todos los gobiernos de nuestra reciente democracia, de todos, repito, cuando lo único que reclaman es desenterrar de las cunetas a sus seres queridos para darles un entierro digno.

Por todo ello, a nadie le sorprende ya la actuación de los israelíes en Gaza, ya que, como dueños de las finanzas mundiales, del monopolio del comercio del oro y diamantes, provistos de un armamento de primera generación, de la bomba atómica y apoyados incondicionalmente por sus socios, los americanos, nunca tendrán que dar explicaciones a nadie ni ante nadie sobre sus criminales actuaciones.

Con sus ataques, con su destrucción permanente de la franja de Gaza, están haciendo buenos a los nazis que utilizaron la fuerza, como ellos, para señalarlos primero, agruparlos y deportarlos más tarde, y para acabar gaseándolos en los campos de concentración, porque resultaba más barato que dispararles una bala en la nuca a cada uno.

PIEDRAS CONTRA TANQUES

Piedras contra tanques. Gentes humildes, que viven de la agricultura, la ganadería y el comercio local frente al todopoderoso pueblo de Israel. Gentes que lo único que quieren es poner su nombre al territorio donde han vivido desde siempre, poder comer, asistir a las escuelas, trabajar y disfrutar de la paz.

Mientras tanto, todos mirando para otro lado, gobernantes del mundo entero cruzados de brazos, incluyendo a los árabes, silencios bochornosos y multitudinarios de famosos que antes nos vendieron sus viajes a África como paradigmas de solidaridad.

Y nosotros, que no nos atrevemos a condenar abiertamente nada, que vendemos armas a Israel, que paralelamente hemos reducido drásticamente al pueblo palestino nuestras ayudas económicas, que saturamos de terribles imágenes los telediarios para que nos conformemos con lo que tenemos, que hemos sumido en la pobreza a más de dos millones de personas en nuestro país, nosotros sí tenemos dinero para fletar un avión y repatriar a dos religiosos, con escoltas, poniendo una plantas entera de hospital a su disposición, cuando los enfermos se hacinan a diario en los pasillos. Juzguen ustedes mismos. A mí todo esto tan sólo me da asco.  
   

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