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¿Qué ha sido de aquella Chiclana?


Félix Arbolí [colaboraciones].-

Noventa y seis bodegas, declaradas como industrias, había en Chiclana cuando en 1973 publiqué mi primer libro sobre “Chiclana entre el mito y la verdad”. Hoy dudo que pasen de la docena. Cuando yo la visitaba de niño, los Vélez eran como los señores de la Villa,  por su  importancia y la prosperidad de sus bodegas. Vivían como en un mundo aparte y cerrado.

Tras el debacle económico por la muerte de mi padre, solo nos quedó el peso de un apellido que fue relevante en tiempo de mis abuelos, a los que no conocí y mi madre se empeñó en mantener. A un niño tener que vivir bajo falsas apariencias de cara al exterior le ocasiona más sacrificios que ventajas.

Cada vez que pasaba ante la que fue nuestra casa en Magistral Cabrera, creo que en el 5, me causaba un enorme trauma al pensar que esa vivienda había sido el escenario de mis primeros y últimos pasos chiclaneros y de la muerte de mi padre. He tenido una infancia muy dura.  

Recuerdo a los Collantes y su bodega y a mis compañeros de colegio Miguel Guerra y Pepe Galindo, hijo y sobrino de bodegueros importantes. Formaban parte de una sociedad en la que me decían había nacido, pero me era difícil pertenecer. Es muy penoso ocultar las carencias bajo un jersey tejido de otro deshecho por mi madre, como la Penélope de Ulises, o un abrigo heredado del hermano mayor.

MOSTO CHICLANERO

No obstante, me agradaba y sentía un  enorme orgullo ante el beso y los abrazos que en plena calle me daban personas a las que no recordaba, pero decían que habían estado trabajando con mis padres y me contaban maravillas de ese hombre excepcional del que solo pude disfrutar los cuatro primeros años de mi vida. Esa fue la única y magnífica herencia que recibí.

Me encantaba la Chiclana de aquellos años, sin apenas circulación, a excepción de algún borriquillo con sus serones llenos de leña, cántaros de leche o cualquier mercancía con la que su dueño se ganaba honesta y estrechamente la vida.

Los bares y cafés de siempre, en los que la vida parecía detenerse y el chiclanero encontraba un pretexto para hacer un alto en el camino y admirar el contoneo de las mozas, sabedoras de que eran observadas.

Los paseos por el campo con sus chumberas, tomillos, eucaliptos, pinares y romeros, eran una auténtica delicia. Solo se advertían casas y chalets de fachadas pulcramente blanqueadas y extensiones de viñedos, que proporcionaban un mosto muy valorado no solo en la industria local, sino en importantes y prestigiosas bodegas jerezanas. Nadie podía figurarse que algunas marcas famosas de vinos jerezanos se habían elaborado con mosto chiclanero.

CAMPOS DE GOLF Y URBANIZACIONES DONDE HABÍA VIÑAS

Hoy esa riqueza natural y milenaria tradición ha desaparecido y en su lugar observamos campos de golf y urbanizaciones y hoteles de cinco estrellas, que han dejado a la ancestral industria vinícola estrellada ante los cánticos de sirenas de la tecnología y el progreso.

Ha dejado de ser la bodega más solicitada de la zona por la calidad de su vino de elaboración totalmente natural, para convertirse en feudo del Tío Sam y los poderosos del mundo. Echo mucho de menos aquella Chiclana tan cercana al encanto del Mago de Oz y el paraíso perdido. La ciudad donde nací y que ha sido un referente en mis recuerdos, y una continua nostalgia en mis sentimientos. 

Hoy me entero con enorme pesar del cierre de la fábrica de “Muñecas Marín”, el buque insignia del progreso y la promoción de Chiclana en el mundo durante sus ochenta y seis años de pujante vida comercial.

La muerte de su fundador, Pepe Marín, mi gran amigo, fue un duro golpe para este fabuloso escaparate en el que mi tierra se ofrecía a la admiración del mundo entero con sus inimitables y famosas muñecas que representaban la belleza, garbo y salero de la mujer andaluza.

CALLE A LAS MUÑECAS DE MARÍN

Fue Anita, mi querida e inolvidable amiga de veraneos familiares, la que se hizo cargo del negocio a la muerte de su padre, junto a su hermano Ernesto, actual alcalde de la ciudad y, según me cuentan, apreciado por su honestidad y eficacia como munícipe. Ana, con un arte heredado de su progenitor, ideó un nuevo tipo de muñecas con vestuario muy elegante.

Al  morir ella también, tremendo golpe para los que la queríamos y tratamos, la fábrica perdió su mentora y la posterior invasión comercial china con  sus bajos precios, por su peor calidad, condenaron al cierre empresas antes boyantes y productivas. Era el negocio más próspero de la localidad y el que más empleo proporcionaba.

Recuerdo a su famoso fundador presidiendo desde una tarima el trabajo de sus muchos empleados, mayormente mujeres, y el cruzarme en la calle con las que realizaban la labor en sus domicilios e iban a primeras horas de la mañana con sus cestas y envoltorios llenos de caras, pelos, piernas, brazos y vestidos que, como en un delicado puzle, encajarían posteriormente para formar esas inconfundibles muñecas que llevaron el nombre de su creador y el de Chiclana a todos los países. 

Propongo que en homenaje a esa fábrica que fue alma y vida de Chiclana, se dedique una  calle a “Las muñecas de Marín”, para que las generaciones actuales y venideras no olviden el prestigio que esas “gitanas y elegantes damas de artesanía” dieron a la localidad. Sería un detalle que honraría más a la ciudad que al objetivo que se pretendería homenajear y recordar.   

2 comentarios:

  1. En los años 40 del siglo pasado, don Félix, en mi pueblo natal había un único coche, un “gasógeno”. que hacía una vez a la semana el trayecto hasta la capital. Como el pueblo está en la sierra y la carretera era infame, los viajeros tenían que terminar a pie el viaje de vuelta porque el coche no podía subir la última cuesta, que era empinadísima. Si algún otro coche subía al pueblo, los vecinos se asomaban a las puertas de sus casas para ver quién iba dentro.
    Y como en Chiclana, los borriquillos iban por las calles de mi pueblo cargados con cántaros de leche o con otras mercancías que permitían a sus dueños ganarse la vida. Había unos bares en cuyas puertas se sentaban jóvenes (y no tan jóvenes) que no perdían ocasión de piropear a las mozas que pasaban por allí . Hay que tener en cuenta que aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) no se sentían cohibidos a la hora de mostrar su admiración por las mozas porque entonces no había, como la hay ahora, una presidenta del Observatorio contra la violencia doméstica y de género que propusiera acabar con los piropos, aun cuando sean bonitos, porque constituyen una invasión de la intimidad de las mujeres..
    Y los campos de mi pueblo se han convertido, lo mismo que los de Chiclana, en urbanizaciones, hoteles., etc. Yo, al igual que Vd., don Félix, añoro mi “paraíso perdido”.
    Un abrazo

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  2. Felix Arboli Martinez16 de enero de 2015, 18:26

    Mi querida Bárbara; Aunque mas joven que yo, sé que hemos compartido unos años de dificultades. modas y circunstancias muy semejantes, aunque estuviésemos tan lejos uno de la otra o a veces tan cerca, pero sin conocernos,

































    M i quwrida Bárbara gracias una vez nmás p¡por seguirme leyendo escriba donde escriba. Es un orgullo y un hionor para mi que ulectora de tu categorían social e intelectual sea capaz de leer cuanton escribo y hastab comentarlo. Me agrada que gracias a esta oportunidad puiuedas conocer algono de este maravilloso publo donde nacíi y sabes que ha estado sienmpre presente en todos mis escritos. Es mi debilidad, mi eterna Dulcinea. Ta gradezco tu fidelidad y prueba de amistad y espero que sigamos en contacto muchos años más. ASerá una buena señal para ambos. Un abrazo y mil gracias.

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