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SOY EL CAPITÁN DE MI ALMA (Invictus)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Desde la noche que, sobre mí, se cierne,
Negra, como su insondable abismo,
Agradezco a los dioses, si existen,
Por mi alma invicta.




Caído en las garras de la circunstancia,
Nadie me vio llorar, ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
Mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira,
Yacen los horrores de la sombra,
Pero la amenaza de los años
Me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el camino,
Cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino.
Soy el capitán de mi alma.

Desde la noche que, sobre mí, se cierne puedo vislumbrar un nuevo amanecer en el que todos podamos vibrar por un esfuerzo común. No importarán las necesidades inmediatas puesto que lo primero es lograr que un blanco no vuelva la cabeza por desconfiar de un negro. Y que un negro no desee vengarse por tantas lágrimas que África ya ha derramado. La separación social entre hermanos de una misma nación por una cuestión de raza debe ser derrotada por mi alma invicta. No soy ningún Dios, sino un hombre que agradece a todos los que trabajan por hacer de cada día, un país un poco mejor, un país sin rechazos, un país que tiene la obligación de perdonar, de olvidar y de mirar hacia delante, todos juntos, a una misma ilusión.

Caído en las garras de la circunstancia, mi mundo se redujo a cuatro paredes muy estrechas, al incesante picar en las piedras con dureza de diamante, a levantar la mirada para soñar que, un día, en manos del tiempo, alguien podrá hacer que los colores que deseemos ver sean los mismos, que el entusiasmo sea un solo grito, como un coro de voces negras y blancas que celebran una victoria que durante tantos años se nos ha negado. Así el mundo, tal vez, mire y se pueda dar cuenta de que somos un pueblo con dignidad y convicción. No se trata del juego, no se trata de la duda, se trata de la gente. Mi gente. Toda mi gente. Y eso he de lograrlo antes de que los años me encuentren y sea un espejismo para los que una vez fueron ejemplos de valentía.

No importa cuán estrecho sea el camino, tendré que ir por senderos de reconciliación, de memoria borrada, de humanidad sentida cuyo centro y origen deberá partir de mí. Habrá que acercar los ídolos al pueblo que sufre porque sufrirán menos y los ídolos estarán más altos en la admiración de los que se llaman personas. La fuerza siempre estará en la unión y no en fomentar el odio que se ha colado durante tanto tiempo entre los barrotes de mi celda intentando que el olvido me tape con una manta, tratando de asesinar una rebelión que nunca quise desde el desprecio sino desde la amistad que, desde el primer instante, tendré que demostrar.

Soy el amo de mi destino, porque de mi resistencia, vendrá la paz y el estrechamiento de manos, el alarido común ante la injusticia, el sueño de los apartados y la tranquilidad de los privilegiados. De mi destino y mis decisiones, dependerá el júbilo y la tristeza, la alegría y la violencia, la evasión o victoria, la historia del triunfo y la anécdota del perder. Mi destino tendrá que ser contado porque de la cárcel, pasé a ser presidente. Y no fui perfecto porque hay muchos problemas que dejé sin resolver como los pobres, l delincuencia, las casas o el trabajo. Al menos, ese destino que ha estado en suspenso durante veintisiete años, fue el detonante que, sin rabia, convirtió a los enemigos en compañeros, a un equipo de exclusivos en una escuadra de iguales, a una esperanza en un futuro posible, a Sudáfrica en un hogar sin barrotes en las ventanas.
Soy el capitán de mi alma...

César Bardés

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