El fuego, la torpeza, los arroyos y cauces sucios de broza

CARTAS AL PERIÓDICO
Antonio López Ariza, presidente del PAUTIE

Estoy cabreado con lo que veo y escucho. Cuando yo era un chaval, como me crié en el campo era como un olivo, pues entonces se tenían unas costumbres que ojalá hoy se usaran. Los bosques eran por ahí arriba, aquí teníamos pinares y alcornocales (chaparros). Era todo muy diferente y me refiero a lo que vi el otro día en el Tajón, campo que linda con el arroyo del Carrajolilla, el Coto de la Campa, con viñas que entonces eran de los Benítez, y por levante con la hijuela del Cotín.

Estuve en ese campo para hacer unas mediciones, el croquis de una vivienda y tirar unos desniveles desde ésta al arroyo, puesto que ahora la quieren poner zona blanca, o sea, se anega, y para la pequeña charca que hay allí, en la que se acumula el agua, con un tubo de 70 mm de diámetro es suficiente para lanzar el agua al citado arroyo.

Cuando llegué y vi el arroyo me quedé de piedra. Todo era una montaña de altabacas y las malditas cañotas y marsiegas. Esto es, todo el pasto seco que hay allí, y me dije: ¿cómo no va a haber fuegos? Antes, ese arroyo, cuando llegaba mayo, los vecinos colindantes con éste lo limpiaban y sembraban sandías, melones, boniatos, tomates y todas las plantas de verano, y allí no se podía producir ningún fuego ya que todo lo que había era verde. Ahora tiras allí una colilla y llega el fuego a la Playa de La Barrosa.

Hasta no hace mucho los pinares se limpiaban y se aprovechaba el monte bajo rozado, que se empleaba en los hornos de hacer cal, yeso y también para los hornos de pan. Las cabras y las ovejas pastaban y se comían lo que entonces era hierba fresca y que en el verano se convierte en pasto, que es pólvora. De ahí viene el refrán que dice que los fuegos se apagan en invierno. ¿Por qué?

Porque el monte estaba limpio por abajo, porque hay que tener en cuenta que cuando se abre un fuego se convierte en dos. El primero va por arriba, arrasando las copas de los árboles, y detrás viene el segundo fuego, por debajo, quemándolo todo y arrasando.

Pero ahora son muy listos y los arroyos dan asco, todo es maleza para ratas, serpientes y toda clase de bichos en el verano. En invierno se van porque saben que viene la corriente, que arrastra. Y advierto una cosa: para que arda no hay que prender fuego en el bosque o pinar si hay un arroyo que pase por allí. Desde el mismo arroyo le puede hacer la puñeta cualquier pirómano.

El Seprona será todo lo listo que sea, pero no tiene ni idea de lo que es el campo de verdad. Antes había más pinares y bosques que hoy y no había tantos fuegos como ahora. Y se apagaban a mano, con una rama u otra cosa; se hacían muchos contrafuegos y, desde luego, había menos barbacoas.

El que encendía en el campo un fuego, en el monte, siempre trataba de hacerlo fuera del pinar o bosque. Hoy no, hoy llegan estos nuevos ricos que no han visto el campo ni en el cine y lo hacen en cualquier sitio, no hay problemas. Éstos vienen después cuando se quema el monte. Por eso recuerdo este refrán: “El fuego se apaga en invierno”.