LA REDACCION

Fumanchú, el CHINAclero disconforme [colaborador]

A mi clase había llegado en unos carteles el último mensaje de Francisco Franco Bajamontés y el primer mensaje de sus majestades RR.EE. La verdad, ya no me acuerdo que decía uno ni cuál era el mensaje del otro, er caso es que aquello le dio a mi maestro (mu bueno por cierto, no como la mayoría) por pedir a sus alumnos una redacción sobre cómo queríamos nosotros que fuese el mundo nuevo que íbamos a vivir.

Todos empezaron a escribir, pero yo no tenía muchas ganas y mucho menos de pensar lo que iba a poner, así que escribí sin pensar con todas las ganas de terminar cuanto antes con aquello.

Y la experiencia me enseñó que todo lo que se dice y se escribe sin pensar tiene mucha más resonancia, “maldita la hora”. Claro, pensaba yo por entonces, que por eso los poetas no escribían con la cabeza, escribían con el corazón y algunos hasta con el culo porque vaya el tal Manchado ese escribiéndole a un olmo seco. ¡Manda cohone!

Entregué mi relación de las primeras en una octavilla de cuadritos y la dejé encima de la mesa del profesor mientras veía como todos lo entregaban en folios. Un folio es ahora lo más parecido a un A-4 y la octavilla era más o menos como un A-5 o sea la mitad y esos formatos de folio y octavilla seguro que en aquella época no estaban ni registrados en Ginebra dado el aislamiento que el régimen franquista tenía en Europa y en el mundo. Así que aquella octavilla a unos 10 mts. se destacaba del resto de las redacciones por ser la mitad de tamaño.

Cuando llegó el maestro las leyó y vi que mi octavilla la había separado de los demás folios. En principio pensé que me iba a obligar a repetirla en un folio pero que va, nos fuimos al recreo y el maestro se guardo mi octavilla y empezó a enseñársela en el patio al resto de los profesores. Yo me quería morir y no sabía dónde acudir. Pensé en el maltratado oráculo más cercano, mi primo el empollón.
Le dije:
-Primo, mira lo que he hecho.
El me contestó:
-¿Qué has escrito? ¡uy, uy, uy!
-Te juro que no es nada malo –le respondí-, sólo he puesto cómo me gustaría a mí el mundo y dije que todos fuésemos iguales, que todo el mundo debería de ganar el mismo dinero, un basurero igual que un arquitecto y uno der campo igual que un médico, y que todas las viviendas costasen lo mismo, y todos los coches, y que todos los ciudadanos pagasen el mismo impuesto.

Mi primo se reía a carcajada:
-Primo, tú lo que eres es un comunista, ja, ja, ja.
-A mí no me insultes que te doy una mascá -le contesté-. A ver ¿qué es un comunista?
-Es como un rojo.
-¿Rojo ¡yooo!, rojo yo, como los indios, piel roja?, mira que te doy, le amenacé.
Él suavizó la situación:
-Tranquilo, eso no es cosa der pellejo, eso es cosa de las ideas y tus ideas son comunistas.

Yo le dije que aunque pensase así yo no era ningún comunista, no quería que mis ideas tuviesen nombre. ¡Vamo hombre!, comunista yo por una puerca redacción. Mi primo, que era muy listo, me dijo:
-No te preocupes primo, guardaré el secreto y no le diré a nadie que eres comunista, ja aja jaja.

Salí corriendo detrás de él, pero no le alcancé.
Aquella mañana me prometí que partir de entonces iba a pensar antes de pensar y como me dé la gana. Mis ideas sólo van a ser para mí, tendrían mi nombre, voy a reflexionar solo para mí lo que yo quiera y se me ocurra, y como me entere de que alguien me dice comunista, el primero que va a llevar leña va a ser mi primo por chivato y por empollón. ¿A ver, comunista de qué, sólo por pensar, sólo por eso, cómo va a ser así, están chalaos? ¿Me van a colocar un sambenito sólo por pensar? Eso es una tremenda injusticia. Como la democracia tenga que ser así, apañaos vamos a estar.