Todos somos Zutano
José Antonio Sanduvete [colaborador]
Existe la posibilidad, en efecto, de que alguien ahĂ arriba, en algĂşn lugar divino o humano, tenga el poder suficiente como para controlar la vida de las pobres personitas de a pie. Alguien poderoso de verdad, quiero decir, no un politicastro o un empresario ricachĂłn pero mundano, alguien capaz de dirigir a su gusto no sĂłlo los movimientos y tendencias de masas sino las vidas de los seres individuales. Un Dios, vamos, tanto si habita en los cielos como en un castillo muy, muy alto con un salĂłn llenos de pantallas de televisiĂłn desde las que sigue todos los avatares de su diversiĂłn particular, que no es otra, desde luego, que hacer uso y abuso de su poder.
Es de suponer, desde luego, que ese ser poderoso se convierte, de vez en cuando, en una mano negra capaz de enviar calamidades y tragedias a donde le apetezca. Quizá tiene buen corazĂłn, esta mano negra, no lo negamos, pero, ¿quiĂ©n no se divertirĂa en su lugar? ¿QuiĂ©n no calmarĂa su hastĂo haciendo sufrir a seres inferiores? Yo lo harĂa, si pudiera...
Y más aún. Es posible que ese ser poderoso, ahà arriba, se divierta haciéndole la vida imposible a una sola persona, todo el tiempo, una especie de Job puesto a prueba por el capricho y para la diversión del que maneja el cotarro, del que mueve los hilos, del titiritero del mundo. Pues ése, ese desgraciado, es Zutano, el tercero en discordia, el que no importa, el que ni viene ni se le espera, alguien tan insignificante que sólo sirve para que los dioses se echen unas carcajadas a su costa.
A Zutano se le dirige, se le anima, se le da conciencia y voluntad, se le lleva de un lado a otro y se le somete a todas las calamidades que pueda ocurrĂrseles a los poderosos, a cada cual más retorcida e inverosĂmil. Y Zutano no puede hacer otra cosa que negar con la cabeza, suponer que su suerte funesta cambiará algĂşn dĂa y seguir siendo el hazmerreĂr.
Zutano nunca pensarĂa que es vĂctima de un plan perfectamente trazado para mantenerlo en una tibia infelicidad, y los dioses, o los poderosos, disfrutan sin cansarse de las desgracias que le imprimen y que, de paso, les reafirma en su poder y en su estatus superior. En realidad, nadie puede culparles. De hecho, yo, en su lugar, tambiĂ©n lo harĂa.
El mismo Zutano, si pudiera, tambiĂ©n se reirĂa de otro Zutano...
Existe la posibilidad, en efecto, de que alguien ahĂ arriba, en algĂşn lugar divino o humano, tenga el poder suficiente como para controlar la vida de las pobres personitas de a pie. Alguien poderoso de verdad, quiero decir, no un politicastro o un empresario ricachĂłn pero mundano, alguien capaz de dirigir a su gusto no sĂłlo los movimientos y tendencias de masas sino las vidas de los seres individuales. Un Dios, vamos, tanto si habita en los cielos como en un castillo muy, muy alto con un salĂłn llenos de pantallas de televisiĂłn desde las que sigue todos los avatares de su diversiĂłn particular, que no es otra, desde luego, que hacer uso y abuso de su poder.
Es de suponer, desde luego, que ese ser poderoso se convierte, de vez en cuando, en una mano negra capaz de enviar calamidades y tragedias a donde le apetezca. Quizá tiene buen corazĂłn, esta mano negra, no lo negamos, pero, ¿quiĂ©n no se divertirĂa en su lugar? ¿QuiĂ©n no calmarĂa su hastĂo haciendo sufrir a seres inferiores? Yo lo harĂa, si pudiera...
Y más aún. Es posible que ese ser poderoso, ahà arriba, se divierta haciéndole la vida imposible a una sola persona, todo el tiempo, una especie de Job puesto a prueba por el capricho y para la diversión del que maneja el cotarro, del que mueve los hilos, del titiritero del mundo. Pues ése, ese desgraciado, es Zutano, el tercero en discordia, el que no importa, el que ni viene ni se le espera, alguien tan insignificante que sólo sirve para que los dioses se echen unas carcajadas a su costa.
A Zutano se le dirige, se le anima, se le da conciencia y voluntad, se le lleva de un lado a otro y se le somete a todas las calamidades que pueda ocurrĂrseles a los poderosos, a cada cual más retorcida e inverosĂmil. Y Zutano no puede hacer otra cosa que negar con la cabeza, suponer que su suerte funesta cambiará algĂşn dĂa y seguir siendo el hazmerreĂr.
Zutano nunca pensarĂa que es vĂctima de un plan perfectamente trazado para mantenerlo en una tibia infelicidad, y los dioses, o los poderosos, disfrutan sin cansarse de las desgracias que le imprimen y que, de paso, les reafirma en su poder y en su estatus superior. En realidad, nadie puede culparles. De hecho, yo, en su lugar, tambiĂ©n lo harĂa.
El mismo Zutano, si pudiera, tambiĂ©n se reirĂa de otro Zutano...
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