UN BESO CON NAVAJAS EN LA LENGUA (Chloe)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Es bueno reconocer en las mujeres sus muchas virtudes como su fuerza inigualable, su capacidad de resistencia, su tesón hecho con mimbres de lo irrenunciable, su inmensa tolerancia al dolor. Pero también es bueno, de vez en cuando, visitar los lados más oscuros de sus recias personalidades. Rincones de tiniebla que guardan lo desconocido, el misterio de unas bocas que besan con navajas en la lengua y hacen del pecado, un deseo y de la desconfianza, una razón.
Y Chloe es un thriller sentimental asentado en las firmes bases del retorcimiento propio del algunas fĂ©minas, que luchan desesperadamente por encontrar alicientes en una vida que se torna rutinaria y prescindible cuando una vez fueron princesas enamoradas que temblaban con un roce del afortunado elegido que las hicieron soñar, desear y, sobre todo, vivir. Si no se asume eso, la pelĂcula pasa por ser una serie de sensaciones imposibles, un compendio de absurdas esquinas del ánimo que desembocan, inevitablemente, en la turbiedad de quien perdiĂł el equilibrio muy cerca de un amor que no supo agarrar definitivamente.
Sin embargo, todo se vuelve nĂtido cuando Julianne Moore mira con sus ojos perdidos y vacilantes, como queriendo apoyarse en algo que sostenga su tortura. La tentaciĂłn está ahĂ mismo, al otro lado de un cristal y cuando la decepciĂłn ha sembrado demasiadas pecas en la piel se buscan caminos equivocados, farsas inĂştiles para confirmar sospechas que se prefieren creer. Es otro beso con navajas en la lengua.
Detrás de la cámara y disfrazado de sobriedad mientras agita e inquieta con planteamientos muy torcidos está Atom Egoyan, un director que dio lo mejor de sĂ mismo mientras nos hablaba, tambiĂ©n alrededor de la cortante prestancia del filo, de El dulce porvenir a la que, en esta ocasiĂłn, no logra igualar pero con la que traza una lĂnea coherente, visitando de nuevo la penumbra del alma y la nieve que cae suavemente sobre unas perturbadoras apariencias con pretensiones de verdad.
Y nada lo es. No es verdad esa desconfianza obsesiva. No es verdad esa seducciĂłn inmediata. No es verdad la excitaciĂłn insana de un relato que va dirigido directamente a la piel hambrienta. No es verdad que la belleza se ofrezca con facilidad. Siempre hay que luchar por ella, conquistarla, perderla, recuperarla y asegurarla.
Un poco más atrás, donde las arrugas son atractivas y los ojos hablan con clase y cierta galanterĂa está Liam Neeson, hombre de certezas sorprendentes e intensas galanterĂas que alimentan lo que es un embuste del corazĂłn. Debilidades masculinas que proliferan en cuanto un perfume huele más de lo necesario y trae a la cabeza Ă©pocas de comodidad con la pareja, instantes de bienestar que se pierden por los arrebatadores empujes de la complicaciĂłn. Nota musical en clave de sol que diserta en el pentagrama cuando deberĂa hacerlo en un polĂgono de sábanas blancas y de besos sin filo, de pasiones olvidadas y de ilusiĂłn por el otro. Hombres...
No hay lugar en estas lĂneas para Amanda Seyfried, muñeca de capricho y motivo, porque está muy lejos, a demasiada distancia de Julianne Moore que secuestra con registros conmovedores y sensuales a pesar de doblarla en edad. Es lo que tiene tener un estilo que, por momentos, se hace más atractivo para el que es hombre de etiqueta negra y no marioneta de los acontecimientos. La imaginaciĂłn vuela y, a veces, lo hace en medio de aires huracanados que extravĂan las evidencias. Quizá todo merezca la pena porque siempre hay una huella que merece ser rememorada, un detalle que busca salir de la oscuridad del fondo de un cajĂłn para lanzar un mensaje que ensucia la mirada. Ésa misma que puede hacernos creer que todo está en orden cuando nada permanece en su sitio.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Es bueno reconocer en las mujeres sus muchas virtudes como su fuerza inigualable, su capacidad de resistencia, su tesón hecho con mimbres de lo irrenunciable, su inmensa tolerancia al dolor. Pero también es bueno, de vez en cuando, visitar los lados más oscuros de sus recias personalidades. Rincones de tiniebla que guardan lo desconocido, el misterio de unas bocas que besan con navajas en la lengua y hacen del pecado, un deseo y de la desconfianza, una razón.
Y Chloe es un thriller sentimental asentado en las firmes bases del retorcimiento propio del algunas fĂ©minas, que luchan desesperadamente por encontrar alicientes en una vida que se torna rutinaria y prescindible cuando una vez fueron princesas enamoradas que temblaban con un roce del afortunado elegido que las hicieron soñar, desear y, sobre todo, vivir. Si no se asume eso, la pelĂcula pasa por ser una serie de sensaciones imposibles, un compendio de absurdas esquinas del ánimo que desembocan, inevitablemente, en la turbiedad de quien perdiĂł el equilibrio muy cerca de un amor que no supo agarrar definitivamente.
Sin embargo, todo se vuelve nĂtido cuando Julianne Moore mira con sus ojos perdidos y vacilantes, como queriendo apoyarse en algo que sostenga su tortura. La tentaciĂłn está ahĂ mismo, al otro lado de un cristal y cuando la decepciĂłn ha sembrado demasiadas pecas en la piel se buscan caminos equivocados, farsas inĂştiles para confirmar sospechas que se prefieren creer. Es otro beso con navajas en la lengua.
Detrás de la cámara y disfrazado de sobriedad mientras agita e inquieta con planteamientos muy torcidos está Atom Egoyan, un director que dio lo mejor de sĂ mismo mientras nos hablaba, tambiĂ©n alrededor de la cortante prestancia del filo, de El dulce porvenir a la que, en esta ocasiĂłn, no logra igualar pero con la que traza una lĂnea coherente, visitando de nuevo la penumbra del alma y la nieve que cae suavemente sobre unas perturbadoras apariencias con pretensiones de verdad.
Y nada lo es. No es verdad esa desconfianza obsesiva. No es verdad esa seducciĂłn inmediata. No es verdad la excitaciĂłn insana de un relato que va dirigido directamente a la piel hambrienta. No es verdad que la belleza se ofrezca con facilidad. Siempre hay que luchar por ella, conquistarla, perderla, recuperarla y asegurarla.
Un poco más atrás, donde las arrugas son atractivas y los ojos hablan con clase y cierta galanterĂa está Liam Neeson, hombre de certezas sorprendentes e intensas galanterĂas que alimentan lo que es un embuste del corazĂłn. Debilidades masculinas que proliferan en cuanto un perfume huele más de lo necesario y trae a la cabeza Ă©pocas de comodidad con la pareja, instantes de bienestar que se pierden por los arrebatadores empujes de la complicaciĂłn. Nota musical en clave de sol que diserta en el pentagrama cuando deberĂa hacerlo en un polĂgono de sábanas blancas y de besos sin filo, de pasiones olvidadas y de ilusiĂłn por el otro. Hombres...
No hay lugar en estas lĂneas para Amanda Seyfried, muñeca de capricho y motivo, porque está muy lejos, a demasiada distancia de Julianne Moore que secuestra con registros conmovedores y sensuales a pesar de doblarla en edad. Es lo que tiene tener un estilo que, por momentos, se hace más atractivo para el que es hombre de etiqueta negra y no marioneta de los acontecimientos. La imaginaciĂłn vuela y, a veces, lo hace en medio de aires huracanados que extravĂan las evidencias. Quizá todo merezca la pena porque siempre hay una huella que merece ser rememorada, un detalle que busca salir de la oscuridad del fondo de un cajĂłn para lanzar un mensaje que ensucia la mirada. Ésa misma que puede hacernos creer que todo está en orden cuando nada permanece en su sitio.
César Bardés
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