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José Antonio Sanduvete [colaborador]
Aquel era, desde luego, un libro electrĂłnico prohibido, fuera de los cĂrculos comerciales y de los derechos de promociĂłn. Por eso esperĂł hasta que a las 10 de la noche, como siempre desde que tenĂa memoria, se apagaron las luces de la ciudad y las baterĂas de los vehĂculos, y se cerraron las persianas de todas las viviendas.
Solo entonces comenzĂł a leer el libro, con temor reverencial a los detectores de ruido y de humo que el gobierno habĂa colocado en todos los techos de la ciudad, y cuya activaciĂłn constituĂa flagrante delito y severa multa.
"La sociedad del riesgo", se titulaba. ¿No era esa la expresiĂłn oficial para hacer referencia a la sociedad del pasado, antes del supremo bienestar y de la paz universal?
El libro hablaba de sociedades utĂłpicas, de pasados remotos en los que los humanos opinaban y discrepaban, en los que el diálogo era aceptado, en los que vivir era una aventura y la libertad un valor. PensĂł que el autor deliraba, no le extrañaba que estuviera prohibido, escribir ficciĂłn podĂa conducir a penas de extrema dureza.
En esa sociedad los humanos morĂan por enfermedades, no existĂa la medicina genĂ©tica digital, sino que otros humanos, los doctores, los llamaban, ofrecĂan sustancias que curaban los males. ¿Y la gente, entonces, no elegĂa cuándo morir?
El libro contaba cĂłmo ellos le dijeron a la poblaciĂłn que no asumieran riesgos, que ciertas costumbres eran viciosas y perniciosas, que pensar llevaba a la disensiĂłn y esta al conflicto, que ya ellos pensarĂan por todos los demás, que el contacto humano desataba fricciones. ¿Que provocaba placer? Y quĂ© más da. OlvĂdemos el placer y dediquĂ©monos a evitar los riesgos para conseguir la paz universal.
Nadie sabĂa quiĂ©nes eran ellos, pero estaban tan seguros de sĂ mismos...
Fue todo esto lo que precipitĂł los acontecimientos, lo que llevĂł a continuar con las prohibiciones, se prohibieron los desplazamientos de larga duraciĂłn, gran parte de los alimentos de consumo habitual, los gritos, las protestas. Se prohibiĂł mostrar infelicidad en pĂşblico.
Cuando las prohibiciones fueron demasiadas, el departamento de justicia emitiĂł un nuevo cĂłdigo legal en el que no aparecĂan los actos delictivos, sino solo los permitidos. Ese fue el origen de la prohibiciĂłn de salir a la calle. El aire contaminado era un riesgo más a evitar.
PensĂł que aquel libro le resultaba extrañamente interesante. Un mundo de fantasĂa, lejos de la sociedad perfecta en la que habitaba. Mientras se tomaba su pastilla-cena y asimilaba sus nutrientes pensĂł en cĂłmo serĂa vivir peligrosamente. Salir a la calle, quĂ© locura.
GuardĂł el libro, bien guardado. No querĂa que los sensores de movimiento que patrullaban por la calle detectaran su presencia en el salĂłn. Tocaba acostarse y dormir las cinco horas reglamentarias. Menos mal que le habĂa tocado vivir en la sociedad de la felicidad universal, vivir en el pasado hubiera sido horrible. Aunque aquel libro... quizá volverĂa al dĂa siguiente a leer unas páginas. La premisa constitucional estaba clara, desde luego, la felicidad era que todos pensasen lo mismo, pero pensar un poquito diferente... solo un poquito... quizá nadie se diera cuenta...
Aquel era, desde luego, un libro electrĂłnico prohibido, fuera de los cĂrculos comerciales y de los derechos de promociĂłn. Por eso esperĂł hasta que a las 10 de la noche, como siempre desde que tenĂa memoria, se apagaron las luces de la ciudad y las baterĂas de los vehĂculos, y se cerraron las persianas de todas las viviendas.
Solo entonces comenzĂł a leer el libro, con temor reverencial a los detectores de ruido y de humo que el gobierno habĂa colocado en todos los techos de la ciudad, y cuya activaciĂłn constituĂa flagrante delito y severa multa.
"La sociedad del riesgo", se titulaba. ¿No era esa la expresiĂłn oficial para hacer referencia a la sociedad del pasado, antes del supremo bienestar y de la paz universal?
El libro hablaba de sociedades utĂłpicas, de pasados remotos en los que los humanos opinaban y discrepaban, en los que el diálogo era aceptado, en los que vivir era una aventura y la libertad un valor. PensĂł que el autor deliraba, no le extrañaba que estuviera prohibido, escribir ficciĂłn podĂa conducir a penas de extrema dureza.
En esa sociedad los humanos morĂan por enfermedades, no existĂa la medicina genĂ©tica digital, sino que otros humanos, los doctores, los llamaban, ofrecĂan sustancias que curaban los males. ¿Y la gente, entonces, no elegĂa cuándo morir?
El libro contaba cĂłmo ellos le dijeron a la poblaciĂłn que no asumieran riesgos, que ciertas costumbres eran viciosas y perniciosas, que pensar llevaba a la disensiĂłn y esta al conflicto, que ya ellos pensarĂan por todos los demás, que el contacto humano desataba fricciones. ¿Que provocaba placer? Y quĂ© más da. OlvĂdemos el placer y dediquĂ©monos a evitar los riesgos para conseguir la paz universal.
Nadie sabĂa quiĂ©nes eran ellos, pero estaban tan seguros de sĂ mismos...
Fue todo esto lo que precipitĂł los acontecimientos, lo que llevĂł a continuar con las prohibiciones, se prohibieron los desplazamientos de larga duraciĂłn, gran parte de los alimentos de consumo habitual, los gritos, las protestas. Se prohibiĂł mostrar infelicidad en pĂşblico.
Cuando las prohibiciones fueron demasiadas, el departamento de justicia emitiĂł un nuevo cĂłdigo legal en el que no aparecĂan los actos delictivos, sino solo los permitidos. Ese fue el origen de la prohibiciĂłn de salir a la calle. El aire contaminado era un riesgo más a evitar.
PensĂł que aquel libro le resultaba extrañamente interesante. Un mundo de fantasĂa, lejos de la sociedad perfecta en la que habitaba. Mientras se tomaba su pastilla-cena y asimilaba sus nutrientes pensĂł en cĂłmo serĂa vivir peligrosamente. Salir a la calle, quĂ© locura.
GuardĂł el libro, bien guardado. No querĂa que los sensores de movimiento que patrullaban por la calle detectaran su presencia en el salĂłn. Tocaba acostarse y dormir las cinco horas reglamentarias. Menos mal que le habĂa tocado vivir en la sociedad de la felicidad universal, vivir en el pasado hubiera sido horrible. Aunque aquel libro... quizá volverĂa al dĂa siguiente a leer unas páginas. La premisa constitucional estaba clara, desde luego, la felicidad era que todos pensasen lo mismo, pero pensar un poquito diferente... solo un poquito... quizá nadie se diera cuenta...
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