LA SUTILIDAD DE DIOS (El rito)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Toda pelĂcula que tenga la osadĂa de tratar el tema de los exorcismos corre la enorme desventaja de ser comparada con El exorcista, de William Friedkin y, aunque en esta ocasiĂłn hay inevitables elementos en comĂşn, no cabe duda de que tambiĂ©n existen algunas novedades que indagan en el escepticismo y en el siempre resbaladizo terreno en el que se mueven aquellos que se sitĂşan en el mismo umbral de la incredulidad.
Y es que la ausencia de valores suele ser el caldo de cultivo ideal para que la maldad siembre su cosecha de confusiĂłn y descreimiento. Es perfectamente lĂcito que la pelĂcula plantee el problema desde la Ăłptica religiosa y de esos inexplicables fenĂłmenos de posesiones demonĂacas que los mortales de a pie nos apresuramos a calificar de sugestiones, locuras o desgastes psĂquicos provocados por el desequilibrio. Es más, me atreverĂa a decir que en ningĂşn momento se huye de esas mismas excusas porque los dos casos que se plantean surgen a raĂz de sendos traumas dolorosos para la mente. Es más fácil dejarse seducir por el Diablo que por Dios y los dos son igualmente difĂciles de identificar.
Sin embargo, a pesar de que no es una pelĂcula para la historia, sĂ que contiene algunos aciertos que comienzan y terminan por los mĂşltiples registros que exhibe un actor como Anthony Hopkins, cuya maestrĂa se eleva muy por encima del relato. Él consigue que la escena parezca poseĂda por un halo divino del signo más conveniente y que todo muera un poco cuando no está. Él es lĂłgico y es expeditivo. Él es fe y tambiĂ©n agnosticismo. Él es actor y admiraciĂłn. En una sola de sus miradas están contenidos los dos lados de la cruz. Y es que, dentro de su arte, el Diablo camina con paso decidido porque está claro que para creer en el Maligno, primero hace falta creer en Dios y que si no hay una fe inquebrantable no se puede vencer a ese supuesto enemigo que habita en todos nosotros y que sĂłlo se desarrolla en unos cuantos.
En otro acierto de guión, también se sugiere que, igual que el Diablo entra en las personas, Dios también puede hacerlo sutilmente diciendo una frase que, en algún momento, ha podido ser importante en las vidas de cada uno. Los exorcismos pueden ser los últimos recursos psicológicos ante una medicina que se ve impotente para adecuar sus tratamientos a una exageración perversa del dolor y del rechazo a cualquier acontecimiento que nos debilita y nos hace falibles. Sólo la verdad puede salvar. Y no hace falta que sea gritada en el interior de una iglesia que, cada vez, se halla más lejos de sus fieles y se niega a una renovación en la mirada y en las actitudes.
El cine, en su inmensa grandeza que algunos se empeñan en reducir, ha indagado con frecuencia en el lado más oscuro del rito catĂłlico y ahĂ delante tenemos cuál es el procedimiento para realizar un exorcismo en el que muy pocos creen. Si Dios existe, su sabidurĂa es de tal magnitud que incluso nos ofrece la opciĂłn de no creer en Él y no por eso el Diablo campa a sus anchas por los cuerpos y almas derrengados de una creencia que jamás se hace visible. Dios existe si ayudamos. El Diablo existe si respiramos.
No es una pelĂcula de terror por mucho que los que ponen el dinero hayan querido venderla como tal. Es sĂłlo un cuento religioso, presidido por la carencia de fe ante la presencia constante de la muerte. Aunque, en algĂşn instante, uno puede llegar a pensar que el Diablo si que anda por las calles, en la crueldad moral que nos invade, en la falta absoluta de ganas de echar una mano a los demás. Yo creo que conocĂ a alguien asĂ una vez. VendĂa loterĂa, se creĂa muy guapa, se juntĂł con un macho cabrĂo y disfrutaron de los pecados de la carne mientras arrastraban por el lodo a personas que dependĂan de ella. Es la prueba de que el demonio puede estar a la vuelta de la esquina.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Toda pelĂcula que tenga la osadĂa de tratar el tema de los exorcismos corre la enorme desventaja de ser comparada con El exorcista, de William Friedkin y, aunque en esta ocasiĂłn hay inevitables elementos en comĂşn, no cabe duda de que tambiĂ©n existen algunas novedades que indagan en el escepticismo y en el siempre resbaladizo terreno en el que se mueven aquellos que se sitĂşan en el mismo umbral de la incredulidad.
Y es que la ausencia de valores suele ser el caldo de cultivo ideal para que la maldad siembre su cosecha de confusiĂłn y descreimiento. Es perfectamente lĂcito que la pelĂcula plantee el problema desde la Ăłptica religiosa y de esos inexplicables fenĂłmenos de posesiones demonĂacas que los mortales de a pie nos apresuramos a calificar de sugestiones, locuras o desgastes psĂquicos provocados por el desequilibrio. Es más, me atreverĂa a decir que en ningĂşn momento se huye de esas mismas excusas porque los dos casos que se plantean surgen a raĂz de sendos traumas dolorosos para la mente. Es más fácil dejarse seducir por el Diablo que por Dios y los dos son igualmente difĂciles de identificar.
Sin embargo, a pesar de que no es una pelĂcula para la historia, sĂ que contiene algunos aciertos que comienzan y terminan por los mĂşltiples registros que exhibe un actor como Anthony Hopkins, cuya maestrĂa se eleva muy por encima del relato. Él consigue que la escena parezca poseĂda por un halo divino del signo más conveniente y que todo muera un poco cuando no está. Él es lĂłgico y es expeditivo. Él es fe y tambiĂ©n agnosticismo. Él es actor y admiraciĂłn. En una sola de sus miradas están contenidos los dos lados de la cruz. Y es que, dentro de su arte, el Diablo camina con paso decidido porque está claro que para creer en el Maligno, primero hace falta creer en Dios y que si no hay una fe inquebrantable no se puede vencer a ese supuesto enemigo que habita en todos nosotros y que sĂłlo se desarrolla en unos cuantos.
En otro acierto de guión, también se sugiere que, igual que el Diablo entra en las personas, Dios también puede hacerlo sutilmente diciendo una frase que, en algún momento, ha podido ser importante en las vidas de cada uno. Los exorcismos pueden ser los últimos recursos psicológicos ante una medicina que se ve impotente para adecuar sus tratamientos a una exageración perversa del dolor y del rechazo a cualquier acontecimiento que nos debilita y nos hace falibles. Sólo la verdad puede salvar. Y no hace falta que sea gritada en el interior de una iglesia que, cada vez, se halla más lejos de sus fieles y se niega a una renovación en la mirada y en las actitudes.
El cine, en su inmensa grandeza que algunos se empeñan en reducir, ha indagado con frecuencia en el lado más oscuro del rito catĂłlico y ahĂ delante tenemos cuál es el procedimiento para realizar un exorcismo en el que muy pocos creen. Si Dios existe, su sabidurĂa es de tal magnitud que incluso nos ofrece la opciĂłn de no creer en Él y no por eso el Diablo campa a sus anchas por los cuerpos y almas derrengados de una creencia que jamás se hace visible. Dios existe si ayudamos. El Diablo existe si respiramos.
No es una pelĂcula de terror por mucho que los que ponen el dinero hayan querido venderla como tal. Es sĂłlo un cuento religioso, presidido por la carencia de fe ante la presencia constante de la muerte. Aunque, en algĂşn instante, uno puede llegar a pensar que el Diablo si que anda por las calles, en la crueldad moral que nos invade, en la falta absoluta de ganas de echar una mano a los demás. Yo creo que conocĂ a alguien asĂ una vez. VendĂa loterĂa, se creĂa muy guapa, se juntĂł con un macho cabrĂo y disfrutaron de los pecados de la carne mientras arrastraban por el lodo a personas que dependĂan de ella. Es la prueba de que el demonio puede estar a la vuelta de la esquina.
César Bardés
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