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DE PERSONAS Y AMBICIONES (Win win)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

El miedo a la incertidumbre es el motor de nuestras actuaciones, especialmente si nos hallamos en una época de crisis en la que nuestro negocio, nuestro trabajo o aquello que sabemos realmente hacer se encuentra pendiente de un hilo que está mal enhebrado, mal cosido a la honestidad y mal enganchado a lo que nos convierte en hombres.



Y así es posible que un abogado que sea una buena persona, que se dedica a defender a los más débiles, que suelen ser ancianos, cuele una mentira en un tribunal con tal de asegurarse un pago mensual. O que un joven, apenas un niño, que sale del infierno con la intención de no regresar, tenga que concentrarse en un campeonato de lucha libre escolar con tal de dar rienda suelta a su agresividad. Todo tiene un límite. En la lucha, no se puede dar un empujón a traición, o ejecutar una llave que va más allá del reglamento. En la vida, tampoco. Y, a veces, la victoria reside en ser un poco menos para que la armonía sea algo más.

Paul Giamatti es uno de esos actores que se han especializado en acudir al drama sin dejar de hacer comedia y hay que reconocer que lo hace muy bien. Detrás de su expresiĂłn hay miedos, sinsabores, motivaciones, humores, amores, sentimientos y bĂşsquedas. Desde que fue un descubrimiento en la ya lejana Entre copas (¿quiĂ©n se acuerda de Ă©l en Salvar al soldado Ryan?), Giamatti no ha dejado de interpretar a hombres entrampados en encrucijadas morales que delatan su debilidad, pero que tambiĂ©n son trampolines para su grandeza. Y, entre medias, nos pone una sonrisa congelada y un rictus serio deseando desbordarse por las comisuras. En esta ocasiĂłn, Giamatti borda un papel hecho a su medida, pleno de ansiedad por triunfar en algo y del deseo de salir de la mediocridad. Entre sus vĂ­sceras, hay ya suficiente victoria como para corromper sus movimientos de vida, sus bonhomĂ­as impulsivas, sus defectos y sus pánicos. Y aquĂ­ hay un poco de lecciĂłn y un tanto más de sabidurĂ­a.

Lo que sí es cierto es que a la película le falta un peldaño para ser buena y le sobra un escalón para ser una más. Hay cierta originalidad en sus planteamientos y en sus inteligentes paralelismos pero también bascula una incomodidad demasiado cercana como para no herir y puede que eso sea molesto para los que día a día intentan conservar lo que han conseguido sin pararse a pensar si, con ello, están vendiendo su alma a la iniquidad y a la razón perdida. Y me temo que eso es algo que todos tendríamos que reflexionar aunque la apetencia sea forzada y con tintes de malignidad.

Así pues estamos ante una historia cargada de buenas intenciones, dirigida con sobriedad y que utiliza el deporte como recurso y no como excusa. Al fondo, también hay un poco de crítica hacia esas personas que colocan sus ambiciones a un nivel muy superior al de su condición de seres humanos. Y perder no siempre es perder. Puede que sea sólo un punto a favor del contrario.

A menudo, un viejo de débil razonamiento, puede dar una lección de lucidez; una persona buena puede hacer algo malo; un chico que va en dirección contraria puede dar la vuelta. Sólo hace falta tener un rincón intacto en el interior. Sólo los que se revuelcan en la fealdad y en el camino más corto merecen mantenerse al margen de lo que realmente significa el cariño. Incluso alguien que tiene algunos rasgos de desquiciamiento puede volver a encontrar la serenidad que impida su fractura. Todo el mundo pierde. Todo el mundo gana. Y no es necesario el engaño y la mentira. No es tiempo para eso. No hagamos como los que nos hunden poco a poco en el fango y nos dejan abandonados en un asilo sin esperanza. Eso precisamente es lo que nos convierte en derrotados. Y salir del hoyo es tarea reservada para vencedores.

César Bardés

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