La inquietante belleza de la doble negación
José Antonio Sanduvete [colaborador]
"Un superhéroe no puede no querer usar sus poderes, ¿verdad?", le preguntaban al protagonista de la novela gráfica con una tipografía destacada y un bocadillo enorme que resaltaban la importancia de la frase.
Y era importante, ciertamente, porque el protagonista de la novela gráfica era un superhéroe, y tenía superpoderes, por supuesto, y estaba cansado de usarlos, harto de la doble vida, de tener que ocultar su personalidad a los demás.
Obviamente, a la pregunta, tan certera pero tan inocente, contestó con un sí rotundo, un sí que fue entendido como un sí, verdad que no puede no querer usarlos, cuando en realidad significaba un sí, sí que puede no querer usarlos.
Entonces el protagonista, un espíritu atormentado como tantos otros superhéroes, una persona aplaudida cuando salvaba al mundo pero ignorada el resto del tiempo, un semidios que lo daría todo por ser un humano normal, un prodigio de fuerza, magia y velocidad que anhelaba ser vulgar, un ser casi perfecto que mentía y engañaba incluso a sus más allegados, suspiró aliviado cuando comprendió que podía fingir, o mentir, que podía ser admirado u odiado, que podía mostrarse al gran público o recluirse en una cueva, pero que lo que no podría hacer jamás era evitar ser lo que era, es decir, un tipo con superpoderes.
Lo que sí que estaba a su alcance, al menos desde entonces, era el uso de un nuevo poder, el poder de crear confusión, ambigüedad, de no decir la verdad sin necesidad de decir mentiras, de manejar la doble negación, un poder que muy pocos superhéroes manejaba con soltura.
Porque una persona no puede no querer ser lo que no es, ¿verdad?
En la siguiente viñeta, el superhéroe sonreía taimadamente en un primerísimo primer plano...
"Un superhéroe no puede no querer usar sus poderes, ¿verdad?", le preguntaban al protagonista de la novela gráfica con una tipografía destacada y un bocadillo enorme que resaltaban la importancia de la frase.
Y era importante, ciertamente, porque el protagonista de la novela gráfica era un superhéroe, y tenía superpoderes, por supuesto, y estaba cansado de usarlos, harto de la doble vida, de tener que ocultar su personalidad a los demás.
Obviamente, a la pregunta, tan certera pero tan inocente, contestó con un sí rotundo, un sí que fue entendido como un sí, verdad que no puede no querer usarlos, cuando en realidad significaba un sí, sí que puede no querer usarlos.
Entonces el protagonista, un espíritu atormentado como tantos otros superhéroes, una persona aplaudida cuando salvaba al mundo pero ignorada el resto del tiempo, un semidios que lo daría todo por ser un humano normal, un prodigio de fuerza, magia y velocidad que anhelaba ser vulgar, un ser casi perfecto que mentía y engañaba incluso a sus más allegados, suspiró aliviado cuando comprendió que podía fingir, o mentir, que podía ser admirado u odiado, que podía mostrarse al gran público o recluirse en una cueva, pero que lo que no podría hacer jamás era evitar ser lo que era, es decir, un tipo con superpoderes.
Lo que sí que estaba a su alcance, al menos desde entonces, era el uso de un nuevo poder, el poder de crear confusión, ambigüedad, de no decir la verdad sin necesidad de decir mentiras, de manejar la doble negación, un poder que muy pocos superhéroes manejaba con soltura.
Porque una persona no puede no querer ser lo que no es, ¿verdad?
En la siguiente viñeta, el superhéroe sonreía taimadamente en un primerísimo primer plano...
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