RODANDO...¡ACCIÓN! (Cars 2)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
El peligro de las segundas partes es que, con frecuencia, se acude a clichés ya realizados para adecuarlos a los personajes que resultan familiares para el público. Y las aventuras de Rayo McQueen se agotaron con las andanzas de su primera entrega, ejemplar en su planteamiento, algo irregular en su realización pero llena de ideas positivas para el público infantil y adulto. Y aquí parece que los neumáticos están demasiado gastados.
Y es que el gran John Lasseter ha sido el primero en meter la pata dentro del equipo de directores de Pixar porque con esta película no consigue conectar del todo con el público infantil, deja indiferente a los adultos y toda la persecución y el rodaje de las escenas de acción hacen añorar con insistencia a Los increíbles, mucho más perfecta en su concepción y con idéntico mensaje. La decisión errónea de otorgar el protagonismo a Mate en lugar de al ínclito McQueen es un peso que la película no sabe sobrellevar por la razón de que la grúa oxidada es un donaire eficaz pero de ningún modo es capaz de asumir el estrellato con la eficacia y el atractivo del coche de carreras. Será más gracioso tal vez, pero no necesariamente mejor.
Otro de los errores que comete esta secuela es acercarse demasiado al universo de James Bond porque no reinventa nada. No hay un mundo propio en estos coches que saltan, corren, combaten, luchan, hacen de lo imposible un paseo, asumen con normalidad su condición de super-héroes y nos muestran, por enésima vez, la elegancia suma de un agente secreto como Finn McMissile, trasunto de 007 pero con los rasgos y la voz de Michael Caine en un claro intento de suplir la ausencia de Hudson Hornet y el añorado Paul Newman.
Bien es cierto que la cinta incluye algunas virtudes como la extraordinaria perfección técnica de la imagen que hace que los escenarios cobren vida de tal manera que uno llega a pensar que le queda muy poco de vida al cine convencional. O las secuencias de acción, rodadas con agilidad y sentido del ritmo convirtiéndose en lecciones animadas para los jóvenes directores que no tienen tanta idea del plano general y, mucho menos, de la cámara fija. Eso hace que, a pesar de sus defectos, la película sea un buen rato transcurrido con un puñado de trucos ya intuidos en muchas otras películas del agente secreto más famoso de la historia y con un realismo espeluznante en todas las escenas en que las carreras cobran especial relevancia.
Lamentablemente, es la peor de las películas que hasta ahora ha rodado la Pixar, último refugio de calidad persistente en un cine que agoniza en términos clásicos. No hay nada nuevo en esta historia sobre amistades rotas y tardíos arrepentimientos, sobre pérdidas de personalidad que sólo conducen a la desgracia y al rechazo generalizado. Ya sabemos que tenemos que aceptarnos como somos y que así el mundo nos querrá mucho más. También tenemos la certeza de que ningún hombre está perdido si aún conserva amigos y apenas hay más guiños cinéfilos que los dedicados a toda la saga Bond salvo en lo que respecta al tratamiento femenino. En eso, Lasseter se anda con mucho ojo para evitar la incorrección educativa y política.
Así pues, no se puede evitar un leve aire de decepción aunque los niños puedan llegar a algún momento de entusiasmo. En cualquier caso, no deja de ser un pequeño defecto en una carrera que, hasta ahora, había sido intachable. Sirve como película de acción. Sirve también como entretenimiento medio infantil. Sirve muy poco como muestra de cine del bueno, ése que la Pixar lleva tanto tiempo haciéndonos ver. Esperemos que se dejen de mirar tanto el ombligo y vuelvan a la carrera con el chasis intacto. Aún tiene que haber algunos galones de gasolina.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
El peligro de las segundas partes es que, con frecuencia, se acude a clichés ya realizados para adecuarlos a los personajes que resultan familiares para el público. Y las aventuras de Rayo McQueen se agotaron con las andanzas de su primera entrega, ejemplar en su planteamiento, algo irregular en su realización pero llena de ideas positivas para el público infantil y adulto. Y aquí parece que los neumáticos están demasiado gastados.
Y es que el gran John Lasseter ha sido el primero en meter la pata dentro del equipo de directores de Pixar porque con esta película no consigue conectar del todo con el público infantil, deja indiferente a los adultos y toda la persecución y el rodaje de las escenas de acción hacen añorar con insistencia a Los increíbles, mucho más perfecta en su concepción y con idéntico mensaje. La decisión errónea de otorgar el protagonismo a Mate en lugar de al ínclito McQueen es un peso que la película no sabe sobrellevar por la razón de que la grúa oxidada es un donaire eficaz pero de ningún modo es capaz de asumir el estrellato con la eficacia y el atractivo del coche de carreras. Será más gracioso tal vez, pero no necesariamente mejor.
Otro de los errores que comete esta secuela es acercarse demasiado al universo de James Bond porque no reinventa nada. No hay un mundo propio en estos coches que saltan, corren, combaten, luchan, hacen de lo imposible un paseo, asumen con normalidad su condición de super-héroes y nos muestran, por enésima vez, la elegancia suma de un agente secreto como Finn McMissile, trasunto de 007 pero con los rasgos y la voz de Michael Caine en un claro intento de suplir la ausencia de Hudson Hornet y el añorado Paul Newman.
Bien es cierto que la cinta incluye algunas virtudes como la extraordinaria perfección técnica de la imagen que hace que los escenarios cobren vida de tal manera que uno llega a pensar que le queda muy poco de vida al cine convencional. O las secuencias de acción, rodadas con agilidad y sentido del ritmo convirtiéndose en lecciones animadas para los jóvenes directores que no tienen tanta idea del plano general y, mucho menos, de la cámara fija. Eso hace que, a pesar de sus defectos, la película sea un buen rato transcurrido con un puñado de trucos ya intuidos en muchas otras películas del agente secreto más famoso de la historia y con un realismo espeluznante en todas las escenas en que las carreras cobran especial relevancia.
Lamentablemente, es la peor de las películas que hasta ahora ha rodado la Pixar, último refugio de calidad persistente en un cine que agoniza en términos clásicos. No hay nada nuevo en esta historia sobre amistades rotas y tardíos arrepentimientos, sobre pérdidas de personalidad que sólo conducen a la desgracia y al rechazo generalizado. Ya sabemos que tenemos que aceptarnos como somos y que así el mundo nos querrá mucho más. También tenemos la certeza de que ningún hombre está perdido si aún conserva amigos y apenas hay más guiños cinéfilos que los dedicados a toda la saga Bond salvo en lo que respecta al tratamiento femenino. En eso, Lasseter se anda con mucho ojo para evitar la incorrección educativa y política.
Así pues, no se puede evitar un leve aire de decepción aunque los niños puedan llegar a algún momento de entusiasmo. En cualquier caso, no deja de ser un pequeño defecto en una carrera que, hasta ahora, había sido intachable. Sirve como película de acción. Sirve también como entretenimiento medio infantil. Sirve muy poco como muestra de cine del bueno, ése que la Pixar lleva tanto tiempo haciéndonos ver. Esperemos que se dejen de mirar tanto el ombligo y vuelvan a la carrera con el chasis intacto. Aún tiene que haber algunos galones de gasolina.
César Bardés
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