SOMBRAS EN LA VICTORIA (La conspiración)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Es difícil salir de una guerra y guardar las garantías de libertad que tanta sangre ha derramado. Cortejando a la victoria habrá rebeldes que realicen un crimen execrable, asesinando a la razón, disparando por venganza. También habrá dirigentes que se sientan tentados por la tiranía en aras de un ideal que exhiben como supremo. Habrá otros, quizá los menos, que intentarán poner en pie las verdades como símbolo inequívoco de una ley que nació para proteger a todos, incluso a los que no poseían más motivo que la rabia. Son las sombras que se proyectan tras un triunfo que se adivina gloriosamente justo.
Y es que, tal vez, una Constitución nazca para ser respetada, para ser la letra y el espíritu de un ansia por la justicia que jamás debe caer en el olvido. No importa en qué bando se esté, lo único que es verdaderamente importante es que ese documento, ese trozo de papel que establece una serie de derechos y obligaciones que todos los ciudadanos de un país deben respetar, y con ellos los poderes públicos, es lo que permite que alguien, culpable o inocente, tenga un juicio con un juez, con un jurado y con un abogado que le defienda. Y así es como debe ser. Con ello va, de la misma mano, la libertad, la independencia, el poder decidir, el poder pensar y, lo que es aún más importante, poder decir lo que se piensa.
Todo golpe al poder tiene que responderse con un castigo ejemplar. Para que todo el mundo tema. Para que el odio sea aún más difícil de enterrar. Si para ello hay que colgar a unos cuantos de una soga, merece la pena. Es un precio muy bajo si la moral del país se mantiene con ideales que, en realidad, son imposiciones que coquetean con la razón de la tiranía. Las dudas sobre el sistema no están permitidas porque si lo estuvieran, ya no sería un sistema. Sería una variable en manos de unos cuantos desaprensivos que no es más que un populacho, sediento de sangre y carente de ideas. El olvido no puede ser sepultado más que por el rencor.
Robert Redford ha realizado detrás de las cámaras películas con una claridad de ideas envidiable, como es el caso de Gente corriente, de El dilema o de la impresionante y muy poco apreciada Leones por corderos y aquí sabe perfectamente hacia dónde va pero no sabe qué coger para ir. En algún momento de la narración, todo se vuelve pesado, una mera vuelta sobre lo mismo sin ningún fin a pesar de la impecable puesta en escena, con una ambientación notable y con un reparto en el que sobresale Robin Wright, serena en su tragedia y con ojos que hablan; James McAvoy, impulsivo en sus reacciones y decepcionado en su observación; Danny Huston, agresivamente brillante en registros de conciencia y de marioneta dirigida con precisión; y el siempre acertado Tom Wilkinson, comprometido con una lucha que abandona por política, cinismo de los que se suben al carro de los vencedores. Esto no significa que la película sea despreciable pero sí que comete algunos errores de prolijidad excesiva, de saltos equívocos y de una cierta dejadez a la hora de desarrollar con coherencia toda la conspiración para acabar con el Presidente Abraham Lincoln.
Volver la vista atrás para no tropezar con los errores del presente es la intención de Redford y apuesta por el cumplimiento íntegro y para todos de una legalidad constitucional que se pensó para hacer que la vida fuera algo mejor. El error tiene la obligación de servir como experiencia porque si no seríamos meros cazadores que saquean los cuerpos de nuestros semejantes para alcanzar la supervivencia. Y eso es lo que Redford pretende encender. Que la justicia sea un derecho y no un privilegio, que todos tengan ganas de vivir bajo la protección de una libertad ganada a sangre y fuego y que todos creamos que existe un futuro mejor para nuestros hijos.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Es difícil salir de una guerra y guardar las garantías de libertad que tanta sangre ha derramado. Cortejando a la victoria habrá rebeldes que realicen un crimen execrable, asesinando a la razón, disparando por venganza. También habrá dirigentes que se sientan tentados por la tiranía en aras de un ideal que exhiben como supremo. Habrá otros, quizá los menos, que intentarán poner en pie las verdades como símbolo inequívoco de una ley que nació para proteger a todos, incluso a los que no poseían más motivo que la rabia. Son las sombras que se proyectan tras un triunfo que se adivina gloriosamente justo.
Y es que, tal vez, una Constitución nazca para ser respetada, para ser la letra y el espíritu de un ansia por la justicia que jamás debe caer en el olvido. No importa en qué bando se esté, lo único que es verdaderamente importante es que ese documento, ese trozo de papel que establece una serie de derechos y obligaciones que todos los ciudadanos de un país deben respetar, y con ellos los poderes públicos, es lo que permite que alguien, culpable o inocente, tenga un juicio con un juez, con un jurado y con un abogado que le defienda. Y así es como debe ser. Con ello va, de la misma mano, la libertad, la independencia, el poder decidir, el poder pensar y, lo que es aún más importante, poder decir lo que se piensa.
Todo golpe al poder tiene que responderse con un castigo ejemplar. Para que todo el mundo tema. Para que el odio sea aún más difícil de enterrar. Si para ello hay que colgar a unos cuantos de una soga, merece la pena. Es un precio muy bajo si la moral del país se mantiene con ideales que, en realidad, son imposiciones que coquetean con la razón de la tiranía. Las dudas sobre el sistema no están permitidas porque si lo estuvieran, ya no sería un sistema. Sería una variable en manos de unos cuantos desaprensivos que no es más que un populacho, sediento de sangre y carente de ideas. El olvido no puede ser sepultado más que por el rencor.
Robert Redford ha realizado detrás de las cámaras películas con una claridad de ideas envidiable, como es el caso de Gente corriente, de El dilema o de la impresionante y muy poco apreciada Leones por corderos y aquí sabe perfectamente hacia dónde va pero no sabe qué coger para ir. En algún momento de la narración, todo se vuelve pesado, una mera vuelta sobre lo mismo sin ningún fin a pesar de la impecable puesta en escena, con una ambientación notable y con un reparto en el que sobresale Robin Wright, serena en su tragedia y con ojos que hablan; James McAvoy, impulsivo en sus reacciones y decepcionado en su observación; Danny Huston, agresivamente brillante en registros de conciencia y de marioneta dirigida con precisión; y el siempre acertado Tom Wilkinson, comprometido con una lucha que abandona por política, cinismo de los que se suben al carro de los vencedores. Esto no significa que la película sea despreciable pero sí que comete algunos errores de prolijidad excesiva, de saltos equívocos y de una cierta dejadez a la hora de desarrollar con coherencia toda la conspiración para acabar con el Presidente Abraham Lincoln.
Volver la vista atrás para no tropezar con los errores del presente es la intención de Redford y apuesta por el cumplimiento íntegro y para todos de una legalidad constitucional que se pensó para hacer que la vida fuera algo mejor. El error tiene la obligación de servir como experiencia porque si no seríamos meros cazadores que saquean los cuerpos de nuestros semejantes para alcanzar la supervivencia. Y eso es lo que Redford pretende encender. Que la justicia sea un derecho y no un privilegio, que todos tengan ganas de vivir bajo la protección de una libertad ganada a sangre y fuego y que todos creamos que existe un futuro mejor para nuestros hijos.
César Bardés
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