La iguana sabia
José Antonio Sanduvete [colaborador] .-
Las iguanas son realmente listas, de hecho. Nadie lo dirĂa cuando se las ve tiradas en las ramas de los árboles, tomando el sol. Cualquiera podrĂa tacharlas de perezosas y acusarlas de estar desperdiciando la vida en una actitud pasiva e improductiva. Sin embargo, las iguanas piensan más de lo que creemos. Piensan que el sol es bueno, pero no demasiado sol, solo lo justo y necesario, por eso buscan la sombra de tanto en tanto; piensan en su alimento, sus hierbas y brotes verdes, tan asequibles desde las ramas; piensan en su seguridad, observan su entorno con una capacidad visual que ya quisiĂ©ramos muchos, y cuando intuyen algĂşn peligro se retiran pacĂficamente; piensan en su vida, en que no puede ser mejor de lo que es, lo cual es meritorio, y descansan satisfechas de lo que han conseguido.
Una vez, no obstante, conocĂ a una iguana más que lista. Era esta una iguana sabia. Y no solo por poseer todas las cualidades intelectuales de sus congĂ©neres desarrolladas al máximo de su potencial. Ya de pequeñita aprendiĂł álgebra sencilla y los rudimentos de la lectura. Más tarde, su afán por el estudio le llevĂł a convertirla en una experta en varias ramas de la ciencia. Se doctorĂł en botánica, dominaba la fĂsica y la zoologĂa, obtuvo menciones especiales en psicologĂa y antropologĂa, incluso sentĂa una sana curiosidad por la astronomĂa. ConocĂa varios idiomas, especialmente su idioma materno, por supuesto, el iguanĂ©s, y sus diversas publicaciones sobre los temas más variados, siempre enriquecedoras, la convirtieron en una eminencia.
Un dĂa tratĂł de encontrar la verdad. Se bajĂł del árbol y caminĂł en direcciĂłn a la civilizaciĂłn, al saber, en la convicciĂłn de que el mundo, inmenso, guardaba valiosos secretos que ella estarĂa encantada de desvelar.
No caminó mucho, sin embargo. A unos diez metros de su árbol fue pisoteada por un traseúnte que se asustó ante el brillo de sus escamas y su mirada reptiliana. El mundo de las iguanas lloró mucho su pérdida. Ninguna otra volvió a bajar de su árbol. Pero no por miedo, ciertamente, simplemente porque, no siendo tan sabias como la iguana sabia, no necesitaban encontrar verdad alguna. Se limitaban a tomar el sol en dosis moderadas, qué listas ellas, y a descansar...
Las iguanas son realmente listas, de hecho. Nadie lo dirĂa cuando se las ve tiradas en las ramas de los árboles, tomando el sol. Cualquiera podrĂa tacharlas de perezosas y acusarlas de estar desperdiciando la vida en una actitud pasiva e improductiva. Sin embargo, las iguanas piensan más de lo que creemos. Piensan que el sol es bueno, pero no demasiado sol, solo lo justo y necesario, por eso buscan la sombra de tanto en tanto; piensan en su alimento, sus hierbas y brotes verdes, tan asequibles desde las ramas; piensan en su seguridad, observan su entorno con una capacidad visual que ya quisiĂ©ramos muchos, y cuando intuyen algĂşn peligro se retiran pacĂficamente; piensan en su vida, en que no puede ser mejor de lo que es, lo cual es meritorio, y descansan satisfechas de lo que han conseguido.
Una vez, no obstante, conocĂ a una iguana más que lista. Era esta una iguana sabia. Y no solo por poseer todas las cualidades intelectuales de sus congĂ©neres desarrolladas al máximo de su potencial. Ya de pequeñita aprendiĂł álgebra sencilla y los rudimentos de la lectura. Más tarde, su afán por el estudio le llevĂł a convertirla en una experta en varias ramas de la ciencia. Se doctorĂł en botánica, dominaba la fĂsica y la zoologĂa, obtuvo menciones especiales en psicologĂa y antropologĂa, incluso sentĂa una sana curiosidad por la astronomĂa. ConocĂa varios idiomas, especialmente su idioma materno, por supuesto, el iguanĂ©s, y sus diversas publicaciones sobre los temas más variados, siempre enriquecedoras, la convirtieron en una eminencia.
Un dĂa tratĂł de encontrar la verdad. Se bajĂł del árbol y caminĂł en direcciĂłn a la civilizaciĂłn, al saber, en la convicciĂłn de que el mundo, inmenso, guardaba valiosos secretos que ella estarĂa encantada de desvelar.
No caminó mucho, sin embargo. A unos diez metros de su árbol fue pisoteada por un traseúnte que se asustó ante el brillo de sus escamas y su mirada reptiliana. El mundo de las iguanas lloró mucho su pérdida. Ninguna otra volvió a bajar de su árbol. Pero no por miedo, ciertamente, simplemente porque, no siendo tan sabias como la iguana sabia, no necesitaban encontrar verdad alguna. Se limitaban a tomar el sol en dosis moderadas, qué listas ellas, y a descansar...
Muy bueno, si señor.
ResponderEliminarMORALEJA:Si eres iguana,usa chaleco reflectante.
ResponderEliminarQuien sabe, igual aparece por ahĂ alguna iguana con inquietudes y chaleco, que de to se aprende.
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