De nuevo, la educación

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Ya están aquí de nuevo los salvadores de la patria. Ya empiezan de nuevo a desenrollar ese tremendo pliego de medidas que tenían preparado desde hace tiempo, para intentar cambiar nuestra sociedad a su antojo. Tras más de treinta y nueve años de docencia, no puedo desgraciadamente afirmar que los políticos en general hayan contribuido con su trabajo cotidiano a un mejor sistema educativo en esta España que, mal que nos pese, sigue partida en dos.

La educación, junto con la sanidad, constituye un pilar básico, no sólo de la sociedad del bienestar, sino de la igualdad de oportunidades. Yo, que tuve que estudiar con beca de pobre en un colegio de curas cuando la educación estaba copada por la iglesia católica en este país, pues la escuela pública era prácticamente testimonial, y que he asistido a lo largo de mi vida laboral al renacer de una enseñanza pública universal, gratuita y de calidad, no puedo por menos que expresar mi más profundo desánimo ante las nuevas medidas que el nuevo ministro anuncia.

¿De fondo? El omnipresente poder de los sectores más reaccionarios de la iglesia católica, apostólica y romana, esa iglesia que hace varias décadas protegía bajo palio la entrada del dictador Franco en sus catedrales. ¿Educación para la Ciudadanía? No necesitamos ciudadanos, necesitamos creyentes, dirán estos apóstoles de la verdad, de su verdad, claro, porque ellos saben bien lo importante que resulta, para sus intereses, controlar la educación, sobre todo, en las edades más tempranas.

Comencé mi carrera como profesor en la enseñanza privada, y mejor no les cuento las cosas que vi, oí y viví. Afortunadamente, tras mis primeras oposiciones, accedí a una entonces pujante enseñanza pública en Andalucía, una enseñanza que extendía sus centros por lugares absolutamente insospechados hasta la fecha, una enseñanza que me inundó las venas de savia nueva, de innovación educativa, de altruismo personal. Los que predicaban en los púlpitos entonces no predicaban precisamente con el ejemplo. Ellos sí adoctrinaban con sus novenas, con sus rosarios y con su represión ideológica.

Todo aquel espíritu de innovación desembocó en una nueva reforma educativa, la LOGSE, que cambió de raíz la enseñanza en nuestro país, aún cuando, con el paso del tiempo, todo ese ímpetu se fuese diluyendo debido a una carencia real de financiación para tan ambiciosa ley. El profesorado, a pie de obra, sufrió la reconversión laboral más drástica de su historia, pero la soportó dignamente porque su defensa de lo público era, y sigue siendo, manifiesta.

ESTADO ACONFESIONAL

Lo curioso es que ni aquella ley progresista fuese capaz de sacar de las escuelas y de los institutos la enseñanza de la religión, puntuable con nota y supuestamente voluntaria. En esto nuestros políticos nunca han mirado a Europa, a pesar de que nuestra Constitución nos consagra como un estado aconfesional.

La enseñanza pública siguió acogiendo todo tipo de etnias, razas, culturas, síndromes y deficiencias personales o sociales. Mientras, la escuela privada concertada y la estrictamente privada se permitían escoger a su alumnado y fijar sus propios proyectos educativos sorteando manifiestamente la ley, ante la impasibilidad de los poderes públicos.

Y ahora vuelven de nuevo, so pretexto de una mayor calidad educativa, a hacer concesiones absolutamente impresentables a ese segmento, el más reaccionario de nuestra sociedad. Si los socialistas, durante veinticinco años de gobierno en España no fueron capaces de acabar con la religión en las escuelas, imagínense éstos, que se acuestan con el rosario y se levantan arremetiendo contra todo lo que signifique igualdad, justicia distributiva, solidaridad o debate sobre los problemas reales de nuestra sociedad.

Sus votos, los votos de la ciudadanía que los apoyó, los respaldan. Sólo espero que el tiempo, que todo lo pone en su sitio, juzgue, con la dureza de los hechos y de la historia, este sistemático desmantelamiento de lo público por unos gobernantes que permanente practican el servilismo ante lo religioso. Mientras, ellos, los religiosos, en contra de lo que predican, se centran inequívocamente, desde la noche de los tiempos, en un reino que sí es de este mundo.