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Canto a la amistad


 Félix Arbolí [colaboraciones].-

Hoy he llorado de alegría y de tristeza en unos diez minutos de conversación. Me han llegado voces muy queridas y añoradas de mi Isla de San Fernando, donde pasé los años de infancia y adolescencia más importantes y trascendentales de mi vida.

En esa Isla de León, que siempre ha permanecido enquistada en mis sentimientos, como algo mágico e insuperable, aprendí a rezar, tuve mis primeros escarceos amorosos y experimenté por primera vez los placeres “prohibidos”, exponiéndome a sufrir amenazas y duros castigos de mi madre, muy estricta en este terreno.

La Isla fue mi campo de aprendizaje en todas las facetas de mi vida infantil y juvenil. Recuerdo con auténtica nostalgia las sesiones infantiles en los cines “Almirante” y “Salón” con la “novieta” de turno, donde  aprovechando la oscuridad, nos cogíamos la mano y dejábamos que se escaparan esos primeros y deliciosos besos de un amor más platónico que real que tantas ilusiones y llantos nos hacía sentir.

Besos que rozaban y no pasaban de las mejillas ante la vergüenza de la quinceañera que se sofocaba por ese “atrevido” acercamiento. Recuerdo hasta sus nombres, que me han acompañado siempre como testimonios de una época de ilusiones y desconocidas sensaciones que me hicieron descubrir un mundo maravilloso que desaparece con la madurez. Hoy ocupan mis momentos de ensoñaciones mentales.  

He tenido un maravilloso despertar al brindarme la inmensa alegría de oír la voz de mi gran amigo, mi hermano, Ángel Bartel Ruiz, un regalo que el cielo me concedió para que no se me olvide que si hay personas tan especiales, amigos tan leales y entrañables, almas tan generosas y creyentes tan plenamente convencidos, es porque tiene que haber algo más y muy hermoso más allá de nuestra existencia.

AÑORANZA

Admiro su fe y su bondad, su fuerza interior, su entrega a los demás y su lealtad a una amistad de hace más de setenta años que permanece sin el menor resquicio a pesar de nuestra distancia. Es de esas personas tan tocadas por lo divino, que uno necesitaría tener a su lado en esos instantes en que la maldad que nos atosiga,  nos hace dudar de que pueda existir bondad en alguna parte.

Ha sido sin duda el despertar más estimulante y magnífico que me podía esperar. Gracias amigo, has hecho sentirme un hombre nuevo y experimentar una sensación de añoranza, ternura, emoción y felicidad inenarrable. Un regalo de Dios que no esperaba. El amigo más fiel y sincero que he tenido en toda mi vida.

Aprovecho esta oportunidad para enviar besos y abrazos a Rocío, tu querida Dulcinea, aunque ésta llegara de Sanlúcar de Barrameda, la mujer de tus sueños que se hizo real y desde aquellos lejanos años de nuestra amistad, acompaña, endulza y estimula tu vida en todos sus momentos. Yo te comprendo, pues sé lo que es estar enamorado de verdad.

Por esta llamada me he enterado, y he llorado, la muerte de otro gran amigo y hermano de esa Isla de mis extrañas, Alfredo Morales Sotelo, que formó parte muy importante de mi vida, pues íbamos juntos a todas partes y compartíamos amores juveniles, sueños de futuro y momentos inenarrables, que no han desaparecido de mi memoria.

TRES MOSQUETEROS

Éramos inseparables y no tuvimos secretos entre nosotros. Siento mucho,  enormemente, su muerte y quiero enviar a su hoy viuda, Mary Cruz Delgado, un emocionado y fuerte abrazo de condolencia y pesar por tan irreparable pérdida. Ha sido la noticia triste y amarga de este despertar.

Maricruz era una de las jóvenes más bellas y admiradas en el San Fernando de aquellos lejanos años, donde los amores eran más platónicos y formaban parte de nuestros sueños e ilusiones, cuando nos cruzábamos con la chica en cuestión una y otra vez en los continuos paseos de ida y vuelta por la calle Real. ¡Recuerdos de una infancia, que como un puzle, retorna a retazos a mi memoria para mortificarme  y alegrarme  a un tiempo! 

Siento la confusión que tuve al dedicarles a Alfredo y Maricruz mi cuarto libro “Recuerdos de una infancia rota”, cuando fui a presentarlo a San Fernando y tuve la maravillosa ocasión de volverlos a encontrar y poderlos abrazar. Si alguien que lea estas líneas te conoce, ruego que te haga saber mi dolor y darte mi emocionado y fuerte abrazo.  

El tercer mosquetero en mi lista de amigos-hermanos es Manuel Calderón Castellanos, el eterno enamorado de su amantísima Pitus, a la que desde aquí le envío un cariñoso abrazo. A Manolo lo vi y estuve con él en su negocio de loterías y estanco hace ya años. Hoy, me dice Ángel, que por una desafortunada circunstancia no puede seguir admirando con su buen cante flamenco en las reuniones de amigos y fiestas. Lo siento Manolo. 

MÁS HERMANOS QUE AMIGOS

¡Hay tantas cosas que no podemos hacer ya y que tanto nos gustaría! A mis ochenta y dos, dos más que vosotros, solo me permito escribir, pensar, añorar, recordar y amar a mi mujer, hijos y nietos, que son los únicos resortes que me atan a esta vida. ¡Que no es poco!

¡Cuánto me gustaría veros, abrazaros, tomar unas copas de ese vino chiclanero tan exquisito y natural, saboreando esas bocas de la Isla, que en aquellos tiempos pregonaba el “¡A mu güeno!”, ante “La Mallorquina” los domingos a la salida de la misa de doce de la Iglesia Mayor, que más que decir, suspiraba el Padre Aneto!

En toda mi vida, incluidos los sesenta y pico de años que llevo residiendo en Madrid, siempre he blasonado de haber tenido tres grandes amigos, que han sido para mí más que hermanos, de esos que ni la distancia y el tiempo han sido capaces de borrar y mermar: los tres citados. Mis tres mosqueteros, aunque entre nosotros nunca hubo un Richelieu, ni una Lady mala.

Lástima que nos separen más de setecientos kilómetros físicos, que no emocionales. Sabéis y os lo vuelvo a recordar, que hasta el día que me toque a mí, siempre estaréis entre mis más hermosos y maravillosos recuerdos y agradecido a los buenos e inolvidables momentos que me hicisteis vivir a vuestro lado.

Si alguno conocéis a los citados o sus familiares, por favor, háganle llegar este articulo. Gracias.
 

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