Ganar o perder
Francisco
M. Navas [colaboraciones].-
Nadie
podĂa imaginar que un bichito de tamaño Ănfimo, aunque de aspecto bastante
preocupante al microscopio, pudiese darle la vuelta como un calcetĂn a nuestra
forma de vida, tal y como la desarrollamos a diario. Nadie podĂa imaginar que
China, un paĂs de una extensiĂłn territorial inmensa, con más de mil
cuatrocientos millones de habitantes, pudiese contener un contagio masivo de su
enorme poblaciĂłn, para acto seguido acabar radicalmente con la enfermedad.
Creemos
vivir en un mundo seguro, de certidumbres inmutables, pero no es más que una
ilusiĂłn. Creemos estar asentados firmemente en tierra, cuando en realidad nos
desplazamos diariamente a una velocidad vertiginosa por el universo. Y nos
creemos fuera de todo peligro porque tenemos casa, coche, un salario a fin de
mes (quien los tenga) y no prestamos atención al bien más preciado que poseemos
y al que, sin duda, maltratamos más: nuestra salud. TodavĂa ayer resultaba
patética la imagen de colas interminables de personas esperando su turno para
comprar tabaco.
Una
pandemia como Ă©sta, si para algo sirve realmente, es para poner a cada uno en
su sitio. A esas familias de ricachones insaciables que ven cĂłmo se desploma la
Bolsa, a esos defensores acérrimos de la sanidad privada, cuando vemos que son
los profesionales de la sanidad pública los que salvarán nuestras vidas.
A esos
imbéciles que contrataron un seguro privado de salud y que ven ahora cómo esas
mismas compañĂas aseguradoras, amparándose en la cláusula A o B, no se hacen
cargo, no ya de sus tratamientos, sino ni siquiera de una prueba viral que
deberĂa ser gratuita para ellos y por la que les están cobrando trescientos
euros, porque esas empresas están diseñadas para ganar dinero y no para curar;
o a esos gurĂşs de la economĂa neoliberal que han basado un setenta por ciento
de nuestra riqueza en el turismo y en los servicios, los mismos que ahora se
desploman estrepitosamente.
SOLIDARIDAD
Y ALTRUISMO
Ahora
deben entrar en juego valores sociales esenciales como la solidaridad, el
autocontrol, la disciplina y el altruismo. Los profesionales de la sanidad, los
investigadores y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado lo tienen claro:
organizar el caos, ayudar a los que lo necesiten, salvar vidas. Pero del resto
de la poblaciĂłn se espera que, al menos por una vez, ante una emergencia
nacional como la que vivimos, respeten las reglas que se establezcan, aunque
nos cambien radicalmente nuestro modo de vida cotidiano.
Porque,
como si de una explosiĂłn nuclear se tratase, si el nĂşmero de personas enfermas
graves supera un cierto nivel crĂtico y desborda nuestro sistema sanitario,
tantas veces maltratado y malfinanciado por los gobiernos, nadie sabe a qué
escenario nos puede conducir un contagio masivo de la poblaciĂłn.
Las
epidemias de peste que sufrimos hace pocos siglos diezmaban a la poblaciĂłn,
aumentando la mortalidad hasta un punto en que en muchos casos quedaba reducida
a la mitad. La epidemia de gripe de 1918 en España supuso una mortandad de
doscientas sesenta mil personas. Si algo hemos aprendido de todos estos
desastres es la importancia de la limpieza, la desinfecciĂłn, el aislamiento de
los enfermos, la investigaciĂłn para hallar un remedio y la solidaridad de todos
para con todos.
Cuando se
trata de ganar la salud colectiva, no se puede hablar de pérdidas individuales.
La mezquindad no tiene cabida cuando se trata de afrontar una emergencia como
Ă©sta. Y desgraciadamente, los mezquinos florecen como hongos cuando se produce
cualquier acontecimiento de Ă©sta Ăndole. Los hay que lo critican todo,
calificando las medidas que el gobierno va tomando como un caos ingobernable.
PANDILLA
DE MEDIOCRES ARRIBISTAS
También
los hay que se atreven a saca pecho, jurando y perjurando que ellos lo habrĂan
hecho mejor. CĂłmo no. Y los hay, incluso, que aprovechan el rĂo revuelto para
hablar de restricciones de derechos fundamentales, de soberanĂa territorial, y
de todas esas sandeces que, ante la posible pérdida de una sola vida humana, no
tienen importancia. Al final, quedan retratados como lo que son: una pandilla
de mediocres arribistas y cĂnicos que han hecho de la polĂtica su modus vivendi
y a los que la salud y el bienestar general les importa un rábano.
Curiosamente,
el coronavirus no entiende de ricos ni de pobres, no distingue entre ciudadanos
de a pie y polĂticos fatuos y presuntuosos, y no perdona ni a humildes ni a
poderosos. Tal vez haya que volver a retomar a fondo el estudio de la historia
y de la filosofĂa en nuestros institutos y universidades, para resituarnos en
ese punto de partida racional que desgraciadamente hemos abandonado hace
tiempo, y que resume la esencia de nuestra existencia: ¿De dĂłnde venimos? ¿QuĂ©
somos y dĂłnde estamos? Y lo más importante: ¿A dĂłnde vamos?
Si me dan
a elegir entre ganar la salud y la vida, o perder algo de dinero y de
bienestar, prefiero quedarme con lo primero. Y si esta pandemia sirve para
reconsiderar nuestra opiniĂłn sobre el pueblo chino, cuya disciplina colectiva
ha vencido a una enfermedad que les explotó en plena cara en una ciudad de más
de once millones de habitantes, o para despreciar actitudes y mensajes
insolidarios e insostenibles cientĂficamente, bienvenidas sean las penalidades
que tengamos que sufrir. Y repito, entre perder dinero, y ganar la vida, me
quedo con la vida.
AquĂ no va a quedarse nadie, por suerte.
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