Mi amigo Don Alejandro
El Águila de Toledo también voló en Chiclana.-
Absolutamente irrepetible. Como persona, como deportista y como gran personaje (dicho desde la más profundísima admiración que le he practicado). En mi caso, cada año desde el segundo -y fueron alguno más de cinco, aunque no creo llegara a la decena- repetíamos el mismo protocolo.
Al acercarme a él, con su pinta de abuelo despierto y activo, ya lo veía con su sonrisa propia de reconocer al conocido (o, quizás, al amigo -me gustaría pensar-). Desde el segundo de aquellos años, le decía yo aquel invariable: “¡Pero si está aquí don Alejandro!” y le tiraba mi mano adelante.
Y él la estrechaba con la fuerza propia de un hombre de cuarenta y algo años, a pesar de tener más de treinta más. A veces nos guiñábamos un ojo, ante algunas caras de sorpresa de cualquiera que presenciaba el saludo, y no hacía ni un minuto que le habían llamado por el nombre de Fede o Federico.
Y su
respuesta cada año distinta, pero igualmente afectuosa. Desde el simple “Hola, amigo” hasta aquel inmenso “Hombre, el único que se sabe mi nombre”,
pasando por el sencillo “¿Cómo
estamos?” o el reivindicativo “Un
año más por aquí. Ya sabes, yo no fallo”. Y así era. Desde
que Miguel González Saucedo y su familia lo invitó por primera vez a la Gala de Premios del Grupo
Deportivo VIPREN, hará alrededor de
quince años. Y tiro de memoria en el cálculo, así que será año arriba o abajo.
CONCENTRACIÓN DE ESTRELLAS DEL CICLISMO
Cuando conoció de primera mano la realidad -también irrepetible en el tiempo- del joven equipo ciclista chiclanero que gestionaba Pepe Alba, y del resto de las disciplinas deportivas bajo el mecenazgo de los González Saucedo, se produjo el flechazo. Y ya Fede (bueno, Alejandro Martín), no falló ni una.
Desde ese día estrechó lazos con Miguel González y su equipo. Se convirtió en su asesor deportivo incondicional y sin contraprestación alguna, más allá de su cita anual con esta ciudad y el Grupo Deportivo GONSA-VIPREN. Fue un perfecto embajador de Chiclana allende de sus fronteras, y con su conocimiento y mediación pudimos conocer acá a gente de la talla de Alberto Contador, Perico (Pedro Delgado), Óscar Pereiro, Carlos Sastre, Óscar Freire.
Nuestro Ratón (José Manuel Moreno Periñán), Samuel Sánchez... y a
esos dos iconos del deporte mundial, pentacampeones de la Grande Boucle francesa,
Édouard Louis Joseph (Eddy) Merckx y Miguel Induráin Larraya. No creo que haya habido acto en el panorama deportivo mundial
(excluyo deliberadamente los actos de la Unión Ciclista Internacional y el
Comité Olímpico Internacional) que haya reunido en sus distintas ediciones a
ganadores de catorce Tours de Francia, nueve Giros de Italia, siete Campeonatos
del Mundo, seis Vueltas a España, tres Oros en Juegos Olímpicos y un Récord de
la Hora (y no sé si me he dejado algo por contar).
GENIAL EN LAS DISTANCIAS CORTAS
Más que en las noches de la gala, donde Fede atendía -sin exageración alguna- a cientos de personas (nunca le vi negar una foto, un saludo o un autógrafo), los que le pudimos conocer un poco más detenidamente fue en las distancias cortas que permite una tertulia en torno a una cerveza o unas tapas.
Ahí era divertido contando sus mil y una anécdotas, contundente en sus opiniones sobre la comparativa entre el ciclismo de su época y el actual, entrañable y socarrón con las debilidades y fortalezas de la humanidad (... y de la suya propia).
Fue en mi primera de esas ocasiones, creo recordar en la sala de trofeos de la Fundación VIPREN, donde le manifesté mi gran duda. Entre las contradicciones humanas cabe perfectamente la de escribir en un periódico muy monárquico y llevar a gala ser un republicano a ultranza.
En aquella
época, ese hecho me afligía en el alma (todos tenemos dudas ante el espejo)...,
pero también me gratificó la posibilidad de acceder a personalidades deportivas
como él o como cualquiera de los nombrados anteriormente (o de muchos otros en
algo más de veinte años -entonces- de pisar estadios y recintos deportivos).
EL NOMBRE NO ES TAN IMPORTANTE
Y es que el ejercicio periodístico es una magnífica coartada para preguntar -hasta si se encarta- alguna curiosidad personal: “A ver Fede, me ha dicho un compañero algo que no me cuadra. Me dice que tu nombre no es Federico. ¿Cómo es eso posible si se desde hace cincuenta años todos los medios, todo el mundo, te conoce por Federico?”. Y esbozando una de sus sonrisas abiertas y socarronas, me dijo bajito: “Sí, Fernando, yo me llamo Alejandro. Pero casi nadie lo sabe”.
Obviamente, no me vi la cara que puse. Pero debió de traslucir tal perplejidad que Fede/Alejandro echó mano al bolsillo, se sacó la cartera y puso en mi mano su documento nacional de identidad. Y ahí estaba resuelto la mitad del enigma: Alejandro Martín Bahamontes, leí con tan breve como intensa atención.
Pero faltaba la otra pregunta del misterio. Una vez resuelto el qué pasó, quedaba el cómo pasó. Me contó: “Yo de niño andaba todo el tiempo con mi tío Federico. Era el chaval del taller de Federico. Alguien creería que era su hijo y que me llamaba como él. Y así se me fue quedando poco a poco el nombre”.
Le pregunté si no había querido nunca deshacer el entuerto (aclarar el error). “¿Para qué? Lo difícil es que te conozcan, el nombre no es tan importante y Federico está muy bien como nombre. Así que lo fui dejando”. Y ahí, nació nuestra particular ceremonia: cada año, al vernos yo lo llamaba don Alejandro para sorpresa de muchos de los que nos rodeaban, y de ahí en adelante, hasta la despedida era Federico o Fede, según el momento, el lugar y las confianzas.
EL LÍO DE LOS DOS NOMBRES
En una de sus últimas visitas, le pregunté: “¿Y no te ha traído problemas o te has liado con esto de los dos nombres?”. Y nos tronchamos de risa los que allí estábamos con la respuesta que dio: “Calla, calla. La del martes pasado en el dentista. Resulta que yo estaba a mi hora, y vi que pasaba todo el mundo y que me quedo para el último. Se lo digo a la enfermera y me riñe: Sí, le hemos llamado. Aquí lo pone: Alejandro Martín, 18,30 horas”.
Y ya le empezaba la risa: “Sí, señorita, tiene usted razón, soy Alejandro Martín, me disculpé. No iba a contarle a ella que no estoy acostumbrado a responder a ese nombre. Pero lo mejor viene al final. No veas la cara de no entender nada que puso cuando me lleva con el dentista, y este me recibe con un ¡Hola, Federico, pasa!”. Genio y figura, así era Fede/Alejandro.
En aquella época, pocos lo sabían. Ahora, hasta la Wikipedia recoge lo de Alejandro Martín. Ayer todos los medios de comunicación seguían llamándole Federico al dar la temida noticia que la cima de los 100 iba a ser la única que no iba a coronar (la noticia de su muerte, casi al mes de cumplir 95 años). Pero también lo reconocían en sus páginas con otros nombres, pero no menos verdaderos: El Águila de Toledo, El primer español ganador del Tour (1959) o El mejor escalador de la historia del ciclismo.
Haría falta mucho espacio para glosar sus méritos y reflejar anécdotas que sorprenderían al más pintado que tuviera pleno conocimiento del argot de la serpiente multicolor. Desde el helado que se tomó en la cumbre de un puerto francés, escapado del pelotón mientras esperaba al coche de su equipo para reparar su bici.
BAHAMONTES, EL ABRIDOR DE CAMINOS DEL CICLISMO
Hasta el sorpresivo corte en la carrera que nos dio con la compañía que trajo a Chiclana para una de las galas, pasando por protagonizar las escapadas que, religiosamente, hacía a Madrid cada jueves por aquellos años. Les aseguro que tenía tantas anécdotas que daría para aprovechar más de un abanico, o para hacer interminablemente la goma en el pelotón... y fuera de él.
La importancia de don Alejandro/Federico Martín Bahamontes en el mundo del ciclismo español, es comparable a la luz que proyectaron Manolo Santana en el tenis; Mariano Haro en el atletismo; Emiliano Rodríguez-Nino Buscató-Juan Antonio Corbalán en el basket, Di Stéfano-Kubala-Luis Suárez en el fútbol o Seve Ballesteros en el golf.
Cierto es que después hemos tenido estrellas como Fermín Cacho; Chema Olazábal y Jon Rahm; Pau Gasol; Casillas-Xavi-Iniesta y Rafael Nadal Parera. Todos con mejor palmarés comparativo que el toledano rey de las cuestas. Pero todos los anteriores fueron los pioneros. Fueron los primeros exploradores que desbrozaron la maleza para que estos que vinieron detrás pudieran decirse a sí mismos: “Ya Fede lo hizo, por tanto yo también puedo”.
Es nuestra responsabilidad ante las generaciones que nos empujan -según pasa el tiempo- hacia el final de nuestra existencia, explicarles que -al igual que Pizarro y Hernán Cortés entraron en la Historia debido a que Cristóbal Colón fue el primero en atreverse a atravesar el Océano Atlántico- los Induráin, Contador y demás grandes ciclistas que vinieran después tuvieron como lanzador del sprint al imprescindible Martín Bahamontes, Federico. Mi amigo Don Alejandro.
FERNANDO PEREA
Buen artículo de Perea, como siempre. Muy bonito el homenaje al gran Bahamontes, Federico o Alejandro, qui lo sa.
ResponderEliminarEspectacular artículo!. Donde se resalta la gran labor de mecenazgo TANTO EN LA CULTURA COMO EN EL DEPORTE de la empresa Chiclana VIPREN.
ResponderEliminar