ESPERANZA... ¿UN PEQUEÑO DETALLE? (El árbol de la vida)
AL SALIR DEL CINE
César Bardés [colaborador]
Unas manos entrelazadas dando y recibiendo consuelo mientras las hojas de los árboles se mecen al son del viento siempre presente. El abrazo esperado de una madre, dulce como los días que debieron ser de infancia y sólo fueron de búsqueda. Juegos en el jardín, prólogos de griteríos que ponen al universo en funcionamiento. La culpa y la desgracia sin asumir porque Dios nos pide ser buenos mientras Él no lo es. Y para encontrar la tranquilidad falta el pequeño detalle de poseer la esperanza.
Dios hizo la Creación. Con sus perfecciones evidentes y sus violencias extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la vida fue a propósito de la Naturaleza, de ofrecer la maravillosa visión de un espectáculo irrepetible. Un padre crea a sus hijos. Con sus imperfecciones evidentes y sus disciplinas extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la personalidad de lo que más quiso fue a propósito de la fortaleza que se exige al ser humano que, en sí mismo, también es un espectáculo irrepetible. Dios es la felicidad pero también es cruel. El padre da felicidad pero despacha crueldades. Dios no está cuando se le necesita. El padre, tampoco.
Y así el ser humano bordeará el odio porque sabe que no será vigilado y el hijo se internará en el territorio de lo prohibido para hacer cosas que afirmen su personalidad y que también están teñidas de desprecio porque el padre no está. Todo lo que ocurre en una casa dará lugar al adulto del mañana, mientras que todo lo que ha ocurrido en el espacio, en la Tierra, en el Edén, dará lugar al mundo que hoy tenemos, hecho de acero de cristal, de certeza en la renuncia de los sentimientos para ser entes fríos que no vuelven la vista atrás a pesar de que ahí está el núcleo de su propia humanidad. El padre es falible y Dios, bien lo sabe Él, también lo es. Por mucho que sea capaz de ofrecer instantes imborrables. Por mucho que sea capaz de regalar la belleza de la Creación.
El padre se maravilla del ser que nace de su amor o de su deseo de perpetuarse. Como Dios. El milagro de la vida está ahí y no se puede quitar de en medio aunque haya sido, tal vez, producto de la casualidad. Puede que no haya ninguna mano divina, y es lo que se piensa cuando la desgracia es de tal magnitud que empequeñece cualquier otra consideración. Pero aún así, la esperanza es lo que crea equilibrio a nuestro alrededor. Hace del caminar, una poesía; y del dolor, un mero recuerdo.
Imágenes impactantes, de una belleza colosal, de fotografía poco común, se desprenden de la pantalla al intentar unir el proceso de la Creación con el proceso de la vida. Terrence Malick, el director, no esconde en ningún momento su admiración por el Stanley Kubrick que rompió todas las convenciones en 2001: Una odisea en el espacio y construye una odisea familiar, un punto ínfimo en medio del cosmos que prefiere creer que tuvo su origen en un ser supremo. El resultado es que, durante la proyección, treinta personas abandonaron la sala y, cuando se encendieron las luces, el público estaba estupefacto, roto y contrariado porque se llega a pensar que aquí no hay más historia que la imagen y que la imagen no ofrece suficiente historia. Sólo unos pocos se quedan reflexionando sobre lo que han visto. Tal vez porque el público, como en 1968 ocurrió con Kubrick, no está preparado para ver algo así y no quiere mirar tan adentro de sí mismos, del espacio interior, de la nada contada como si fuera algo, con actores como excusas y con argumentos que sólo están cogidos con alfileres para quien no sepa ver los ocultos mensajes del evidente paralelismo de lo más grande con lo más pequeño.
El que avisa no es traidor. Usted puede ser uno de esos que salga renegando de la sala. Pero piense que, aunque no se crea en Dios y usted no vaya al cine a pensar, no es corriente que en una película se planteen tantas preguntas y se den algunas respuestas a poco que ponga en funcionamiento las células grises de espectador. No hay que rendirse. No hay que decir que se ha acabado. Hay que decir que está costando y todo el mundo sabe que el único camino correcto es cuesta arriba. No deje de recorrerlo. Con esperanza.
César Bardés
César Bardés [colaborador]
Unas manos entrelazadas dando y recibiendo consuelo mientras las hojas de los árboles se mecen al son del viento siempre presente. El abrazo esperado de una madre, dulce como los días que debieron ser de infancia y sólo fueron de búsqueda. Juegos en el jardín, prólogos de griteríos que ponen al universo en funcionamiento. La culpa y la desgracia sin asumir porque Dios nos pide ser buenos mientras Él no lo es. Y para encontrar la tranquilidad falta el pequeño detalle de poseer la esperanza.
Dios hizo la Creación. Con sus perfecciones evidentes y sus violencias extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la vida fue a propósito de la Naturaleza, de ofrecer la maravillosa visión de un espectáculo irrepetible. Un padre crea a sus hijos. Con sus imperfecciones evidentes y sus disciplinas extremas. Todo lo que ocurrió para dar lugar a la personalidad de lo que más quiso fue a propósito de la fortaleza que se exige al ser humano que, en sí mismo, también es un espectáculo irrepetible. Dios es la felicidad pero también es cruel. El padre da felicidad pero despacha crueldades. Dios no está cuando se le necesita. El padre, tampoco.
Y así el ser humano bordeará el odio porque sabe que no será vigilado y el hijo se internará en el territorio de lo prohibido para hacer cosas que afirmen su personalidad y que también están teñidas de desprecio porque el padre no está. Todo lo que ocurre en una casa dará lugar al adulto del mañana, mientras que todo lo que ha ocurrido en el espacio, en la Tierra, en el Edén, dará lugar al mundo que hoy tenemos, hecho de acero de cristal, de certeza en la renuncia de los sentimientos para ser entes fríos que no vuelven la vista atrás a pesar de que ahí está el núcleo de su propia humanidad. El padre es falible y Dios, bien lo sabe Él, también lo es. Por mucho que sea capaz de ofrecer instantes imborrables. Por mucho que sea capaz de regalar la belleza de la Creación.
El padre se maravilla del ser que nace de su amor o de su deseo de perpetuarse. Como Dios. El milagro de la vida está ahí y no se puede quitar de en medio aunque haya sido, tal vez, producto de la casualidad. Puede que no haya ninguna mano divina, y es lo que se piensa cuando la desgracia es de tal magnitud que empequeñece cualquier otra consideración. Pero aún así, la esperanza es lo que crea equilibrio a nuestro alrededor. Hace del caminar, una poesía; y del dolor, un mero recuerdo.
Imágenes impactantes, de una belleza colosal, de fotografía poco común, se desprenden de la pantalla al intentar unir el proceso de la Creación con el proceso de la vida. Terrence Malick, el director, no esconde en ningún momento su admiración por el Stanley Kubrick que rompió todas las convenciones en 2001: Una odisea en el espacio y construye una odisea familiar, un punto ínfimo en medio del cosmos que prefiere creer que tuvo su origen en un ser supremo. El resultado es que, durante la proyección, treinta personas abandonaron la sala y, cuando se encendieron las luces, el público estaba estupefacto, roto y contrariado porque se llega a pensar que aquí no hay más historia que la imagen y que la imagen no ofrece suficiente historia. Sólo unos pocos se quedan reflexionando sobre lo que han visto. Tal vez porque el público, como en 1968 ocurrió con Kubrick, no está preparado para ver algo así y no quiere mirar tan adentro de sí mismos, del espacio interior, de la nada contada como si fuera algo, con actores como excusas y con argumentos que sólo están cogidos con alfileres para quien no sepa ver los ocultos mensajes del evidente paralelismo de lo más grande con lo más pequeño.
El que avisa no es traidor. Usted puede ser uno de esos que salga renegando de la sala. Pero piense que, aunque no se crea en Dios y usted no vaya al cine a pensar, no es corriente que en una película se planteen tantas preguntas y se den algunas respuestas a poco que ponga en funcionamiento las células grises de espectador. No hay que rendirse. No hay que decir que se ha acabado. Hay que decir que está costando y todo el mundo sabe que el único camino correcto es cuesta arriba. No deje de recorrerlo. Con esperanza.
César Bardés
esta voy a verla Cesar
ResponderEliminarOjo, Aelita, es una película fascinante pero muy, muy difícil de tragar. Aquí no hay medias tintas. O te gusta o la odias. El argumento parece que se escapa entre los dedos. Espero haber dado suficientes pistas como para tener una visión que abarque la película. Luego no vengas a quejarte al crítico de cine porque te saliste antes de tiempo...
ResponderEliminarCésar Bardés