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Señales

José Antonio Sanduvete [colaborador]

Todo el pueblo comprendió que aquellas marcas en los árboles eran una señal.
Una especie de figura con círculos concéntricos sobre los que se superponía un triángulo invertido, y que apareció perfectamente tallada, de la noche a la mañana, en el tronco de todos y cada uno de los árboles del pueblo, desde los de la avenida a los del parque, desde los del cementerio a los de cualquier patio de vecinos.
Cada uno, no obstante, interpretó las señales a su manera.

Hubo quienes se decidieron por un suicidio colectivo ante la inminente llegada del fin del mundo. No fueron los únicos que perdieron la vida; también lo hicieron quienes se arrojaron de la torre de la iglesia pensando que habían adquirido la capacidad de volar.

Otros decidieron abandonar el pueblo. Eran los elegidos, profetas de una nueva era, y como nadie es profeta en su tierra tenían que recorrer el mundo en busca de discípulos. Alguien les dijo que la mayoría de la gente no solo no es profeta en su tierra, sino que, simplemente, no es profeta. Pero aquello importaba poco.
El resto desarrolló mil maneras diferentes de seguir las señales. Hubo quien se creyó funambulista y cruzó la plaza del pueblo sobre la cuerda floja y sin red. Solo caminaba a tres metros de altura, pero aun así la caída, que por supuesto se produjo, le llevó al hospital una buena temporada. Otro decidió momificarse en vida, de modo que sonrió beatíficamente y fue capaz de permanecer completamente estático durante días, hasta que se desmayó y cayó de bruces. Surgieron artistas, músicos y saltimbanquis, forzudos y tragasables, pensadores y magos, atletas y místicos, semidioses y contactados.

Alguien dijo que aquellas señales eran un símbolo que representaba la estructura de un elemento químico desconocido que, cuando fuera desarrollado, otorgaría la inmortalidad; también se habló de futuras visitas extraterrestres, y de apariciones marianas; un puñado de escépticos apoyó la idea de que aquella señal no significaba absolutamente nada; de entre estos, algunos hablaron de la bendita señal que nada significaba pero que había conseguido conmover y movilizar los espíritus de realización personal de toda la población.

Años después, cuando ya nadie hacía caso de las señales en los troncos de los árboles, estas todavía seguían constituyendo un motivo de autosuperación para algunos; para los niños, concretamente, que jugaban a acertar en el centro de las figuras con proyectiles que arrojaban con sus tirachinas...

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