Los Juegos Olímpicos de Londres, cuentos y sombras

Con todos mis respetos al “Reino Unido”, no me gustó la inauguración de los Juegos Olímpicos que con tanto secretismo y despliegue de medios nos han ofrecido los ingleses. Tras la presencia del actor Kennett Branagh contándonos la historia del avance y la modernización de la sociedad inglesa, en especial de la mujer, que no pasó de simple y curiosa anécdota, visionada a través de un raro conglomerado de máquinas, humos, ruidos y extraños personajes que se movían como marionetas, pasamos al terreno de la fantasía y la ingenuidad, sin cambiar un solo instante ese fondo azulado y oscuro que dominó toda la representación.
Por lo que habían ido contando, me esperaba que fuera algo sensacional, nunca visto y lleno de colorido y luminosidad y como ya he dicho, me encontré ante un escenario en penumbra donde apenas podían distinguirse a los actores de unas extrañas historias que no supe cómo ubicar en el contexto de unos Juegos Olímpicos.

Que me perdonen los “cronistas botafumeiros” que nos hablaron entusiasmados de la genialidad de los británicos, su alarde de fantasía y originalidad y hasta sus difíciles efectos que eran más espectaculares que el hecho que trataban de representar. Hasta el inadecuado “paripé” de que tomaran a broma la seguridad de la soberana británica y se la “encargaran” al actor que ha interpretado los últimos episodios de “James Bond”.
INGENUA PANTOMIMA
Su entrada solemne en las dependencias palaciegas hasta llegar a las habitaciones privadas de la reina, que hizo como si no se diera cuenta de su presencia, fue un momento chocante, más aún cuando el “agente” le tosía discretamente, sin ceñirse a protocolo alguno para hacerse anunciar.
Entonces Isabel II, sin dirigirle una sencilla sonrisa de cortesía, ni él a la reina una leve inclinación respetuosa de cabeza, se dirigieron al helicóptero. Todo acompañado en estricto silencio por el mayestático mayordomo que abría y cerraba las puestas.
Se les vio subir al helicóptero y emprender el vuelo y algo más tarde, dos paracaidistas que se lanzaban desde las alturas, aunque por la citada y constante oscuridad no se pudo advertir sus identidades. Lógicamente, sabemos que no se trataba de la reina, ni de su cinematográfico escudero.

MONOS
Cien camas, otros tantos niños y enfermeras, para demostrarnos ¿el qué? ¿Tiene algo que ver con estas competiciones? Como no sea por el baile y los saltos desacompasados que daban las de las cofias y batas blancas, no le veo otra relación. Luego esa entrada de ¿monos?, con ojos luminosos, que era lo único visible, persiguiendo a los niños con unas carreras y saltos que me recordaban a mi ya difunto gato cada vez que le lanzaba una pelota o un ovillo.
Todo muy confuso, como si se afanaran en que no nos diéramos cuenta de lo que ocurría realmente en el escenario. Nuestra presentadora, la omnipresente María Escario, que acapara todo el deporte de la televisión oficial, como María Barba el fútbol, se empeñaba en relatarnos que esas camas, niños y enfermeras era un homenaje a la Sanidad inglesa que según la citada, es uno de los mayores orgullos de los británicos.
Desde luego mejor que la española no, en cuanto a eficacia y la alta preparación y capacitación de su personal especializado. Lo único de lo que pueden ufanarse en este aspecto es que su Sanidad no depende de políticos como los nuestros, ni tienen a una Esperanza Aguirre haciendo continuos cambalaches y recortes en nuestros hospitales.

MARY POPPINS
A los “monos” sucedieron “setenta Mary Poppins”, - ni la fantasía del cine llegó a tanto-, con sus paraguas y puntos luminosos, me figuro que para que se las vieran bajando y echando a los siniestros simios, que desaparecieron a toda carrera. A ver si con un poco de suerte algunas de estas “Mary Poppins” caen en el Peñón y ahuyentan a las malos sueños que su pérdida nos produce.
No sé si hubo más personajes buenos y malos, ficticios o reales, pues dejé un poco a los Juegos Olímpicos y me puse a ver una película policiaca. Mis favoritas.
Recuerdo que el himno oficial, mientras se izaba la bandera, era cantado por un grupo de niños con discapacidades auditivas y vocales. Me enternecen, como es natural, estas escenas y tragedias y más aún cuando se refieren a niños. Pero con todo mi respeto a la magnífica labor que desarrollaron al interpretar el himno oficial mientras izaban su bandera, creo que tan solemne acto y para el mundo, debería haber sido realizado por una banda de música.

OSCURIDAD
A excepción de Isabel de Inglaterra, que ocupaba su trono y bien iluminado, el resto de autoridades y asistentes, entre ellas nuestra Reina, se hallaban en unas gradas oscuras y sin nada que indicara la alta representación que ostentaban. Sólo iluminaban al representante oficial del país que pasaba en ese momento ante la tribuna y así vimos a doña Sofía, junto al embajador Trillo.
Éste, como aquel popular “Felipito Tacatún”, es de los que dice “yo sigo” y va camino de batir el récord que ostentaba Martín Villa que desde los 18 años y siendo jefe nacional del SEU, no se ha bajado del coche oficial. Allí reyes, príncipes herederos y jefes de Estado, se mezclaban en esa constante oscuridad con el embajador de un país que no figura en todos los mapas, o el atleta que fue, y hoy ya ha perdido su encanto y popularidad.
El concepto de la igualdad era absoluto, salvo la Reina inglesa que desde su trono iluminado parecía ser la diosa Juno presidiendo ese Olimpo de dioses, semidioses y simples mortales.

Doscientas cuatro delegaciones desfilaron por esa pista bordeada por un numeroso grupo de voluntarios que estuvieron tocando sus tambores durante cerca de tres horas sin parar. Ellos marcaban el ritmo de las representaciones y cuando algún país se entretenía más de lo conveniente les hacían reaccionar y apresurarse.
MÁS MUJERES ÁRABES
A excepción de los Estados Unidos e Inglaterra que gozaron de mayor tiempo para lucimiento de sus componentes, sin que los del tambor hicieran nada para impedirlo. Quiero destacar el gran número de atletas femeninas que este año participan en este gran evento. Hasta las hubo en los países musulmanes y portando incluso la bandera. Algo inimaginable en las anteriores.
Sin embargo, resultaba algo chocante ver a algunas con esos vestidos que sólo les dejan ver sus rostros. Incluso existe la incógnita de que una de las aspirantes a medalla, a lo mejor no puede participar porque el Comité Olímpico no le permite el pañuelo de la cabeza mientras realiza su actuación y el de su país, le prohíbe quitárselo. El cabello de la mujer musulmana sigue dando que hablar. No sé si el deporte vencerá a la intolerancia o será todo lo contrario.

En resumen, una inauguración que ha querido ser original y fastuosa y se ha quedado en relatos de cuentos e historias no muy entendibles y menos visibles. ¿Por qué esa oscuridad que a más de uno le haría caer en los brazos de Morfeo? Espero que los récords y medallas nos disipen la decepción de lo que esperábamos grandioso y se ha quedado en incomprensible e indefinible.
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