Políticos de pacotilla

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Los hay por todas partes, aprenden a sonreír antes que a gestionar los asuntos públicos, se agrupan en “familias” semimafiosas que controlan los mecanismos internos de los partidos políticos y usan a sus militantes como servilletas desechables. Nunca se alteran ni levantan la voz, porque saben de sobra que aquéllos que protestan, con razón o sin razón, no tienen nada que hacer contra ellos, siempre blindados en sus respectivos status y con las espaldas bien cubiertas.

Te hablan con la suficiencia del que ha probado una parcela de poder y se ve por encima de los demás, a los que sólo recurren cuando necesitan sus votos. Te enumeran sus méritos personales en política como si no les hubiesen llovido del generoso cielo de sus padrinos y madrinas. Te prometen el oro y el moro y son capaces de olvidar sus promesas antes de que se pierda en el aire el sonido de sus palabras.

Son, en fin, una oscura casta que todo lo embrolla y todo lo ralentiza o lo dinamiza en función de sus propios intereses. No esperes de ellos piedad ni compasión, porque no las conocen. Sólo aprenden de memoria el valor de sus intereses y no tendrán escrúpulos a la hora de llevarlos a cabo. Se vive bien de político, qué duda cabe.

Sufrimos en nuestro país una auténtica crisis de verdaderos políticos, de gente hecha a sí misma en los tajos, en las fábricas, en sus respectivos oficios o profesiones, defendiendo a quienes tienen que defender, a los obreros, a sus iguales.

Esta interminable ralea de todos los colores y de todos los signos políticos posee un denominador común, fácil de resumir en la siguiente frase: “Una vez meta la cabeza, de aquí no me sacan ni con agua caliente”.

Sin embargo, no podemos en modo alguno culpabilizarlos de todos nuestros males, porque ellos se alimentan a diario de nuestra indiferencia, de nuestra desidia, de esa falta de organización que ellos sí que poseen y cultivan a diario para conseguir sus oscuros fines.

VOLVER LA ESPALDA A ESTA GENTE

Somos esa mayoría de personas que no aspiramos a cargo político alguno los que, bien por consentimiento expreso, bien por indiferencia, permitimos que medren estos carroñeros de la vida pública. 
 
El resultado lo tenemos a la vista: los problemas se eternizan, la gente ya no se acuerda de cuándo se crearon nuevos puestos de trabajo, los impuestos suben a la generalidad de la ciudadanía mientras se ofrecen amnistías fiscales a los defraudadores, en definitiva, prima la ley de selva frente a un lógico y deseable orden social.

Y en medio de todo este marasmo, ellos, los políticos, siguen discutiendo sobre la necesidad de “sentar las bases que permitan construir los cimientos de un principio de acuerdo que posibilite activar los resortes para que…”.

Creo que ha llegado la hora de volver la espalda a esta gente que, en el día a día, nos demuestran  ser incapaces de comportarse como gente de bien, gente honesta, que expone y defiende sus ideas sin retórica y sin dobleces, que cumple lo que promete y que no se apoya en las cabezas de los demás ni se ase a la cuerda que le cae del cielo para trepar.

Desde hace mucho tiempo tengo claro que la única defensa que tenemos ante todos ellos es no votarlos, no apoyarlos, no escucharlos siquiera, porque en el momento en que los escuches son capaces de robarnos la cartera, para después reunirse entre ellos y reírse a nuestra costa.

URNAS LLENAS DE REBELDÍA

Deseo que llegue el día en que las urnas aparezcan llenas de rebeldía, de auténtica voluntad democrática de cambio, de papeletas en blanco o de votos nulos que dejen a esta gente sola, desamparada, sin su base social”.

Sólo así podremos soñar con un mundo en que la igualdad, el mérito y la capacidad vuelvan a ser los valores sagrados exigibles para el desempeño de una labor política y pública que, en ningún caso, pueda convertirse en vitalicia ni hereditaria, y en donde tu sueldo ni tus privilegios nunca superen los de tu profesión o trabajo de origen.

Un mundo en el que se rindan cuentas de resultados, como en cualquier empresa, para que los que lo han hecho mal respondan ante la sociedad y ante la justicia, si fuese necesario, y tras un proceso con todas las garantías, deban abandonar para siempre la política con el rabo entre las piernas y sirvan de escarmiento para futuros advenedizos.

Se trata, y acabo, de recuperar la honestidad y la decencia que, como escuché en una ocasión en boca de un impecable juez negro en una no menos inolvidable película, “es lo que nos enseñaba nuestra abuela cuando nos llevaba cada noche a la cama”.