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Al salir del cine: MUERTOS FINANCIEROS (El fraude)

CĂ©sar BardĂ©s [colaborador].-

Detrás de las cifras con demasiados ceros, siempre está el maldito olor a muerto. Víctimas que han caído porque los que están allá arriba, en la cumbre, no dan importancia a un sí o un no, porque hace tiempo que ya han asesinado a la conciencia, porque el dinero es el cáncer de cualquier sociedad que está jerarquizada por quien tiene más, aunque en realidad, dentro de su mente, dentro de su corazón, dentro de su alma, son pobres de solemnidad, cadáveres putrefactos, criminales que merecen la muerte más lenta, el desprecio más vivo y la indiferencia más absoluta cuando quieren bajar al terreno de las personas. Pírrico consuelo para los que nos hallamos bien abajo, en el primer piso.

El dinero es poder, es esa facultad para tapar lo innombrable, para hacer el negocio en el filo, para resultar creíble y para ser camuflado por la connivencia de sus propietarios. El dinero no sabe de sentimientos, de talentos, de cariños, de pactos tácitos, de conductas humanas. El dinero solo sabe de conveniencias, de ser útil para llamar a más dinero. Es frío y calculador, es el reflejo en un papel de lo que nos desciende al instinto más animal y más primario. Sí, claro, es necesario para vivir. Pero a todos, incluso a quienes lo tienen, nos gustaría tener más. Más es la palabra clave.

Y asĂ­, puede que alguna vez podamos bajar nuestra cotizaciĂłn tributaria a travĂ©s de generosas donaciones a fundaciones benĂ©ficas u hospitales pĂşblicos. O puede que nos inviten a recoger el premio al “hombre más inteligente del año” aunque seamos cenutrios con un traje de tres mil euros. O, a lo mejor, pidamos a alguien que nos preste unos cuantos milloncejos para tapar un agujero que no tiene que ser visto en las auditorias contables y no haya problema porque la garantĂ­a sea nuestro encanto personal, nuestra sonrisa elegante y nuestra sabidurĂ­a en preparar unos cuantos cĂłcteles en el momento preciso rodeado de todo lo que hace falta para estar ahogado en lujo.



Detrás de toda vida cĂłmoda, hay muertos por el camino. Un accidente inoportuno, una venta fraudulenta que nadie va a conocer, un peĂłn molesto porque, de vez en cuando, las mentes criminales tambiĂ©n tienen que sentirse bien. Pero, eso sĂ­, una hija queda arrasada en su conciencia, deja de ser persona y tambiĂ©n se convierte en un nĂşmero y, señores, aquĂ­ no ha pasado nada. Millones que se pierden. ¿Y quĂ©? Ya habrá quien los cubra porque solo hay una cantidad limitada de dinero y se trata de tener la mayor parte.
No hay demasiados atractivos en una película que se empeña en subrayar que no hay buenas personas en la cumbre, que todo es un maldito fraude y que da igual lo que hagamos, pensemos o sepamos. Ellos se van a librar. De una manera o de otra. Y si a cualquiera de los que gastamos zapatos en la calle se nos ocurre urdir la más pequeña estafa, se nos va a tratar como auténticos delincuentes, armas peligrosas que no deberían andar entre sus semejantes. En principio, podría parecer que Susan Sarandon es un activo dentro de esta historia, pero no, porque no se cree demasiado lo que está contando; o que Tim Roth nos iba a regalar una de sus interpretaciones intensas e inquietantes, pero no, en vez de eso, se dedica a despatarrarse en el primer asiento que pilla, ir con su traje muy arrugado y no conseguir el tono con su placa de policía. Lo de Richard Gere...bueno, pues ya se sabe, el tipo de ojitos pequeños y andares provocativos, hace lo que puede pero no cuela como brillante banquero, de reputado reconocimiento académico y astucia financiera apabullante. Y además hay como un aire de levedad en toda película, que no apuesta fuerte en ningún momento bajo la dirección de Nicholas Jarecki, que se limita a ofrecer unos retratos reprochables pero que no carga con intención cuando muy bien podría hacerlo. Como tantos otros que hemos preferido pecar con el silencio cuando se debería protestar.

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