Soy yo, te traigo tus recuerdos [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Tampoco sĂ© por quĂ© apareciĂł allĂ, en el rellano de la escalera, como si tal cosa, como si llevara años esperando, como si tuviera una misiĂłn que cumplir. "Soy yo, te traigo tus recuerdos". Me dio un cofre dorado y una pequeña llave y se fue. Me quedĂ© con el cofre en la mano y aturdido ante la situaciĂłn. Segundos despuĂ©s, cuando volvĂ en mĂ, la chica habĂa desaparecido escaleras abajo. MirĂ© por el hueco que desembocaba en la planta baja esperando oĂrla descender, pero allĂ no habĂa nadie.
No pude saber quién era, aunque, de haber podido, no sé si hubiera querido preguntárselo. Tal vez fue un error, tal vez me confundió con otro. En cualquier caso, no es común que alguien, por muy conocido que sea, te pille en el rellano, te diga que te trae tus recuerdos, te dé un cofre y desaparezca.
Ahora tengo el cofre en el salĂłn, sobre el televisor. Es bonito, su color dorado combina con el acabado de los muebles. He introducido la pequeña llave en la cerradura del cofre. Encaja a la perfecciĂłn. Eso sĂ, no lo he abierto, me he visto incapaz de girar el mecanismo de apertura. AsĂ que allĂ están, mis recuerdos en un cofre.
Creo que ahà se van a quedar. No voy a liberar mis recuerdos. Eso no debe de ser bueno. Se trata de una especie de intuición. En ocasiones, me quedo mirando el cofre en lugar de mirar la televisión. Tal vez debiera guardarlo en lo más profundo de un cajón, o deshacerme de él. Pero un impulso que no puedo explicar me lo impide, una y otra vez.
Estoy empezando a pensar que los recuerdos no están contenidos en el cofre, sino que son el cofre mismo: por más que trate de ocultarlos en lo más hondo, por más que trate de deshacerme de ellos, los recuerdos, como el cofre, siempre terminan por distraer mi atención, mantenerme obnubilado en su contemplación y preocuparme más de la cuenta...
"Soy yo, te traigo tus recuerdos", me dijo la chica. No sé por qué
lo dijo asĂ, "soy yo", porque he de admitir que no la reconocĂ. PodĂa
haber dicho su nombre, de hecho su rostro y su forma de hablar me
recordaban vagamente a alguien, pero de una forma indefinida, de esa
forma en que los rostros comunes evocan, a veces, falsas asociaciones.
Tampoco sĂ© por quĂ© apareciĂł allĂ, en el rellano de la escalera, como si tal cosa, como si llevara años esperando, como si tuviera una misiĂłn que cumplir. "Soy yo, te traigo tus recuerdos". Me dio un cofre dorado y una pequeña llave y se fue. Me quedĂ© con el cofre en la mano y aturdido ante la situaciĂłn. Segundos despuĂ©s, cuando volvĂ en mĂ, la chica habĂa desaparecido escaleras abajo. MirĂ© por el hueco que desembocaba en la planta baja esperando oĂrla descender, pero allĂ no habĂa nadie.
No pude saber quién era, aunque, de haber podido, no sé si hubiera querido preguntárselo. Tal vez fue un error, tal vez me confundió con otro. En cualquier caso, no es común que alguien, por muy conocido que sea, te pille en el rellano, te diga que te trae tus recuerdos, te dé un cofre y desaparezca.
Ahora tengo el cofre en el salĂłn, sobre el televisor. Es bonito, su color dorado combina con el acabado de los muebles. He introducido la pequeña llave en la cerradura del cofre. Encaja a la perfecciĂłn. Eso sĂ, no lo he abierto, me he visto incapaz de girar el mecanismo de apertura. AsĂ que allĂ están, mis recuerdos en un cofre.
Creo que ahà se van a quedar. No voy a liberar mis recuerdos. Eso no debe de ser bueno. Se trata de una especie de intuición. En ocasiones, me quedo mirando el cofre en lugar de mirar la televisión. Tal vez debiera guardarlo en lo más profundo de un cajón, o deshacerme de él. Pero un impulso que no puedo explicar me lo impide, una y otra vez.
Estoy empezando a pensar que los recuerdos no están contenidos en el cofre, sino que son el cofre mismo: por más que trate de ocultarlos en lo más hondo, por más que trate de deshacerme de ellos, los recuerdos, como el cofre, siempre terminan por distraer mi atención, mantenerme obnubilado en su contemplación y preocuparme más de la cuenta...
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