Abril se lleva a nuestros ídolos
Félix Arbolí [colaboraciones].-
Otro trío de Ases que desaparece de la baraja de nuestro mundo y pasan a formar parte de nuestros recuerdos e inquietudes, por eso de que “cuando las barbas de tu vecino veas pelar …”. Yo me afeito a diario desde que la salida de la primera pelusa me hizo creer que ya era un hombre. Así que nada extra tengo que hacer cuando un nuevo día me trae tristes noticias. En una semana escasa han desaparecido buscando mejores horizontes, peores es del todo imposible, tres figuras conocidas y admiradas de nuestra escena.
Abrió la marcha Mariví Bilbao, la popular actriz y cotilla de “La que se avecina”, que anoche mismo estuve viéndola en tomas falsas y me causaba una extraña e inexplicable sensación verla reír e incordiar a sus “vecinos”, con esa mirada y gesto de “solterona” ya pasada en años, picara, socarrona y cabrona.
Siempre con el cigarrillo entre los labios, que fumaba sin disimular el placer de ese prohibido capricho ante las cámaras. En la mano, el paquete y el mechero como inseparables compañeros en sus idas y venidas.
No tuve el placer de conocerla personalmente, pero ella sí visitó muchas noches mi casa y ocupó durante unas horas el lugar más importante del salón desde la pequeña pantalla, pues es una serie que suelo ver cuando necesito desengrasarme de los incómodos momentos que me producen las noticias. Del trío inicial sólo queda ya Gemma Cuervo, pues Emma Penella, uno de mis amores platónicos, nos dejó también hace unos años.
SARA MONTIEL
A Sara Montiel, a pesar de que cruzamos nuestros caminos en noches de estreno, cócteles, ruedas de prensa y demás eventos, no tuve la oportunidad de conocerla tampoco personalmente. Sí conocí y entrevisté a su entonces marido y director hollywoodense, Anthony Mann, cenando en el restaurante “Valentín” en unión de sus dos hijas de un anterior matrimonio, que habían venido a pasar unos días con él.
La actriz manchega no los acompañaba. Él me indicó que se hallaba indispuesta, la excusa más usada por la mujer cuando no se le apetece aceptar sugerencias, insinuaciones o salidas. El matrimonio solo duró cuatro años.
Cuando llegue el otoño, las violetas no contarán ya con su gentil, popular y guapa embajadora. Fue un mito, una auténtica “diosa” carnal, -con méritos más que suficientes para figurar en ese Olimpo-, que no dejaba a nadie indiferente en su manera sensual y disimulada candidez a la hora de cantar, en sus películas tan románticas y en sus apariciones públicas o sorprendentes salidas de manchega pueblerina.
Como cuando en una de sus actuaciones ante la televisión, hace ya años, pidió a gritos a su madre que se levantara para que el público la viera y aplaudiera. Pero lo más curioso es que la llamaba por su nombre de pila. La pobre señora se tuvo que levantar, bastante azarada.
Hasta en sus recientes y ya últimas encuentros con la prensa no dejó de utilizar esos mohines de ingenua y caprichosa que la caracterizaban y fue siempre su arma más poderosa.
El cine español ha perdido a uno de sus grandes mitos y los amantes del cuplé, el tango y todas esas canciones que ella popularizó internacionalmente la recordarán porque seguirán ocupando un lugar destacado entre nuestra música nostálgica y emotiva.
JESÚS FRANCO
El tercero que nos dejó y con el que tuve en mis principios fluida relación fue el director de cine Jesús Franco, que para sus incursiones en Hollywood transformaba en “Jess Franco”. Junto a Rafael J. Salvia (“Las chicas de la Cruz Roja”, “Días de feria”), era uno de los directores más activos en mis comienzos. Con Rafael Salvia y su inseparable esposa y ayudante, asistí a muchos rodajes en los entonces estudios “Cinearte” e incluso intervine como extra, por simple amistad, en una de sus películas interpretando a un periodista en una rueda de prensa.
Con Jesús Franco me unieron compromisos, más comerciales que amistosos, sin que ello suponga que no existieron buenas relaciones. Mi trabajo consistía en introducir disimuladamente, pero que se advirtiera bien a la hora de exhibirse la película, algunos de los productos de “González Byass”.
En una de ellas, a cuyo rodaje asistí, trabajaba como protagonista Manolo Morán, que hacía de comisario de policía y en un momento dado, cogía una botella de “Tío Pepe” , leía su etiqueta y decía: “! Qué buena vida se dan estos delincuentes!”. Creo que la película se llamaba “Labios Rojos” y no tuvo mucho éxito. Ignoro incluso si se estrenó.
Me quedé sin comisión, pues sólo cobraba de la casa jerezana cuando se estrenaba la película. No obstante, hice bastantes cosas con ellos y con Domecq a través de su representante González de la Peña, una excelente persona. Había que ganarse el pan de cada día.
COMPARTIENDO VIANDAS
En la pensión que entonces ocupaba, compartí habitación con un joven gallego que luchaba por abrirse camino como periodista. Escribía bien, pero no tuvo ocasión de ver nada publicado. Vivía a costa de lo que le mandaba su familia, que no estaba muy boyante a juzgar por lo que me contaba.
Pasaba calamidades y yo que entonces trabajaba en el Ministerio de Marina, le pagaba algunas comidas o le llevaba algún bocadillo, que más que comer puedo asegurar que devoraba. Era amigo también de Jesús Franco, ya que estaba siempre dando vueltas por los rodajes pretendiendo darse a conocer.
En una de sus visitas entró en contacto con la entonces criada, hoy empleada de hogar, de este director, también gallega y empezó a cortejarla. Viendo el hambre que pasaba su pretendiente, le bajaba bocadillos y le ayudaba económicamente en sus gastos. La chica no era una belleza, ni una sílfide, pero a él le saciaba sus apetitos sexuales y alimentarios y se sentía feliz y satisfecho en ambas cuestiones.
La llamaba cariñosamente “patatita”, no sé si por sus formas físicas o por las tortillas de patatas que le preparaba. La cuestión es que terminaron encargándole un niño a la cigüeña y marchándose ambos a su Galicia natal.
Me entero también del fallecimiento de ese gran escritor y excelente persona José Luis Sampedro, uno de mis autores favoritos y el “Cervantes” de nuestras letras en este siglo. Pero éste merece capítulo aparte. Son recuerdos de un ayer que permanece para bien o para mal entre nosotros y de unos seres que con mayor o menor intensidad pasaron por nuestra vida y dejaron su secuela. ¡Descansen en paz!
Hombre, idolos lo que se dice idolos, no sé. Para mi los idolos tienen algo más que estos tres señores. Como mucho, la Montiel.
ResponderEliminarQue malo es el desconocimiento. O sea, que Mariví no es un ídolo, y Jesús Franco tampoco. Primero hay que informarse de quiénes son las personas de las que se hablan, porque sino se corre el riesgo demeter la pata.
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