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Al salir del cine: EL CRIMEN COMO OBSESIÓN (Tesis sobre un homicidio)

César Bardés [colaborador].-

Todo aprendizaje lleva consigo el desafío inherente de una partida de ajedrez entre maestro y alumno. De un lado, las negras, manejadas por el docente, dispuestas a jugar con movimientos empujados por la experiencia, por la sabiduría que dan los años, por los errores y también por la propia vida. Del otro, las blancas, esperando ser movidas por el pupilo con armas letales como la osadía, como la astucia azuzada por el ímpetu, como el descaro que da la presencia constante de una arrogancia que no hará más que disiparse con los años. El vencedor de esa partida siempre será una incógnita.

Lo que también es cierto es que en esa mismo reto hay un componente de locura, de ver hasta qué punto el profesor puede estar obsesionado con resolver los enigmas planteados sobre el tablero y, por ende, hasta dónde puede llevar la insolencia el discípulo. Los detalles son importantes porque pueden ser la pista que lleven a la predicción del siguiente movimiento y de la naturaleza del mismo desafío. Solo hay que dejar que se produzca el inevitable fallo humano que, por otra parte, puede provenir de uno u otro lado. Más que nada porque uno de ellos lucha con su pasado en contra y el otro, con su futuro enfrente.



Tal vez, aunque la aventura del triunfo puede ir por otros derroteros, se llega a tener la estructura mental suficiente como para que las pistas de la partida guarden un orden lógico buscado en lugar de algo premeditadamente caótico. Basta con tener los suficientes resortes legales y perversos como para escapar del reflejo que supone tener al otro lado del tablero a alguien que ha asimilado todos los conocimientos que se han podido transmitir. El alumno como reflejo del profesor. Y entonces, esa partida se convierte en un plan urdido hasta lo grotesco con la única finalidad de poner en ridículo al oponente. El ajedrez está planteado. Las fichas comienzan a ser devoradas. Y solo el peón prescindible es la ficha que puede estar incrustada en las filas del enemigo.

Razón e informe de todo el homicidio con sus consecuencias es Ricardo Darín, que sigue siendo una de las mejores miradas del cine actual, intenso cuando debe serlo, elegante cuando se pide presencia, profundo cuando se solicita argumento. Él solo lleva el peso de toda la película porque le sobran cualidades para hacerlo y es totalmente creíble en cada una de sus motivaciones, difusas para cualquier otro intérprete y que aquí se presentan tan claras como un vaso de buen whisky al trasluz.

Por otro lado, no cabe duda de que las intenciones del entramado se encaminan a demostrar que, efectivamente, la misma película es una tesis sobre un homicidio. Quizá un ejercicio aplicado de un alumno aventajado que quiere dar una lección al profesor y que es el mismo espectador. Algo repetitiva en algunos instantes, sorprendente en su desenlace pero inteligente en su desarrollo, Tesis sobre un homicidio es pura verdad dentro de su propia hipótesis. Apasionante en más de una ocasión y también obsesionante con el crimen que plantea, único móvil posible para seres que han perdido el equilibrio en unas vidas que se supone que están prisioneras de unas circunstancias que apenas saben dominar. No hay opción para solucionar un caso que, sobre el papel, pide el juicio del público y que traerá como inevitable consecuencia la visión distinta de todos y cada uno de los que hemos visto la película.

Demasiado fácil es este pequeño ejercicio de tesis. Tal vez sean ustedes lo suficientemente indulgentes como para ponerme una nota que me sirva para seguir ejerciendo detrás de una mesa, escondido del mundo, refugiado de mis sentimientos, derrotado en mis vanidosos desafíos. No quiero aburrirles. Solo comprueben si mi tesis es posible. Con eso y con un vaso de etiqueta azul, me daré por contento.



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