Al salir del cine: LAS CENIZAS DE DIOS (Oblivion)
César Bardés [colaborador].
Mundos perfectos creados a partir de la catástrofe nuclear que han motivado unos intrusos que quisieron invadir el mundo. La Luna en pedazos porque, tal vez, el destino de la humanidad tiene que ser la destrucciĂłn. Los nuevos principios solo pueden empezar cuando ya nada queda en pie. No hay rastros de pisadas. No hay monumentos que recuerden que, un dĂa, el hombre estuvo allĂ. Solo un planeta que lucha por ser desĂ©rtico. Solo un desolado paisaje árido con la ceniza como suelo y la soledad como dĂa.
Incluso en la perfecciĂłn hay alguna nota discordante que indica que algo no está del todo encajado. La insistencia en ser un equipo eficaz, los buenos dĂas cordiales, la mejor de las sonrisas para inaugurar una jornada de trabajo que será muy dura. Otro dĂa en el paraĂso. Lástima que no haya más dĂas y que ya no exista el paraĂso. La automatizaciĂłn de las mentes parece el objetivo perfecto. Un borrado de memoria para eliminar los recuerdos incĂłmodos y ya está listo un ejĂ©rcito de tĂ©cnicos capaces de reparar todas y cada una de las defensas necesarias para extraer toda la energĂa que queda. El agua es vida. Y, por tanto, es una amenaza. Pero tambiĂ©n es una fuente de energĂa. Y la energĂa es oro. El dĂa siguiente es exactamente igual que el anterior. Una luna de Saturno puede ser el nuevo EdĂ©n. Aunque el EdĂ©n intente vivir cuando todo está arrasado. El vacĂo por doquier. La nada por norma.
El enemigo se mueve con rostro de depredador. Implacable. Preciso. Son blancos perfectos en la negrura de la tierra. Nada es lo que parece y, sin embargo, hay algo que se intuye como autĂ©ntico. El amor es solo un espejismo lleno de agua. O quizás un recuerdo incompleto. La compensaciĂłn como motivaciĂłn de la verdad. Dios redujo todo a cenizas. Polvo al polvo. Igual que hizo un tal Stanley Kubrick hablando de una odisea en el espacio y con un omnipotente ojo rojo dando a entender que la tecnologĂa es la nueva criatura del hombre. Dios. El cielo. La Tierra. La mentira. La mentira piadosa.
A veces, hay que luchar consigo mismo para empezar a descubrir los misterios que sitian la razón. Y también hay que construir un remanso de paz y de olvido para tener vivos los sueños. El hombre tiene que destruirse a sà mismo para que haya un nuevo hombre. Porque está permanentemente manipulado por inteligencias superiores que saben colocar las mentiras convenientes para dejar todo el planeta como un erial. Quizá el hombre, en el fondo, prefiere creer esas mentiras y vivir en la ceguera. Solo los recuerdos nos atan a nuestras inquietudes, a nuestros deseos, a nuestras quimeras, a nuestras satisfacciones. Si se elimina todo eso, lo que queda es ceniza.
Impresionante en el manejo de los escenarios, sobria en su direcciĂłn y ligeramente fácil en su conclusiĂłn, Joseph Kosinski sabe poner en imágenes sus pesadillas gráficas, haciendo que el pĂşblico quede absorbido por una historia que solo puede acabar donde siempre terminan las dudas. Los efectos especiales funcionan, el espectáculo está servido. La amenaza es algo latente y puede alcanzar al espectador en cualquier momento. La ambiciĂłn de la propuesta, más allá de su comercialidad, es evidente pero tambiĂ©n es algo ingenua. No importa. La ambientaciĂłn es la mayor baza de una pelĂcula que habla, que piensa, que dice y que expresa pero que tambiĂ©n calla porque no es tan fácil imitar lo que hizo del 2001 un año mágico. La Naturaleza de Dios no es tan apasionante como la capacidad del hombre por salir de su estado de ignorancia crĂłnico y llegar donde nada ni nadie ha llegado antes. Y lo peor de todo es que el hombre no es consciente de ello. Le basta con la comodidad, la seguridad, el progreso hedonista y el modo de vida confortable que proporciona la Ăşnica preocupaciĂłn de ser un mero vigilante de un grupo de máquinas. Dios lo sabe bien.
Mundos perfectos creados a partir de la catástrofe nuclear que han motivado unos intrusos que quisieron invadir el mundo. La Luna en pedazos porque, tal vez, el destino de la humanidad tiene que ser la destrucciĂłn. Los nuevos principios solo pueden empezar cuando ya nada queda en pie. No hay rastros de pisadas. No hay monumentos que recuerden que, un dĂa, el hombre estuvo allĂ. Solo un planeta que lucha por ser desĂ©rtico. Solo un desolado paisaje árido con la ceniza como suelo y la soledad como dĂa.
Incluso en la perfecciĂłn hay alguna nota discordante que indica que algo no está del todo encajado. La insistencia en ser un equipo eficaz, los buenos dĂas cordiales, la mejor de las sonrisas para inaugurar una jornada de trabajo que será muy dura. Otro dĂa en el paraĂso. Lástima que no haya más dĂas y que ya no exista el paraĂso. La automatizaciĂłn de las mentes parece el objetivo perfecto. Un borrado de memoria para eliminar los recuerdos incĂłmodos y ya está listo un ejĂ©rcito de tĂ©cnicos capaces de reparar todas y cada una de las defensas necesarias para extraer toda la energĂa que queda. El agua es vida. Y, por tanto, es una amenaza. Pero tambiĂ©n es una fuente de energĂa. Y la energĂa es oro. El dĂa siguiente es exactamente igual que el anterior. Una luna de Saturno puede ser el nuevo EdĂ©n. Aunque el EdĂ©n intente vivir cuando todo está arrasado. El vacĂo por doquier. La nada por norma.
El enemigo se mueve con rostro de depredador. Implacable. Preciso. Son blancos perfectos en la negrura de la tierra. Nada es lo que parece y, sin embargo, hay algo que se intuye como autĂ©ntico. El amor es solo un espejismo lleno de agua. O quizás un recuerdo incompleto. La compensaciĂłn como motivaciĂłn de la verdad. Dios redujo todo a cenizas. Polvo al polvo. Igual que hizo un tal Stanley Kubrick hablando de una odisea en el espacio y con un omnipotente ojo rojo dando a entender que la tecnologĂa es la nueva criatura del hombre. Dios. El cielo. La Tierra. La mentira. La mentira piadosa.
A veces, hay que luchar consigo mismo para empezar a descubrir los misterios que sitian la razón. Y también hay que construir un remanso de paz y de olvido para tener vivos los sueños. El hombre tiene que destruirse a sà mismo para que haya un nuevo hombre. Porque está permanentemente manipulado por inteligencias superiores que saben colocar las mentiras convenientes para dejar todo el planeta como un erial. Quizá el hombre, en el fondo, prefiere creer esas mentiras y vivir en la ceguera. Solo los recuerdos nos atan a nuestras inquietudes, a nuestros deseos, a nuestras quimeras, a nuestras satisfacciones. Si se elimina todo eso, lo que queda es ceniza.
Impresionante en el manejo de los escenarios, sobria en su direcciĂłn y ligeramente fácil en su conclusiĂłn, Joseph Kosinski sabe poner en imágenes sus pesadillas gráficas, haciendo que el pĂşblico quede absorbido por una historia que solo puede acabar donde siempre terminan las dudas. Los efectos especiales funcionan, el espectáculo está servido. La amenaza es algo latente y puede alcanzar al espectador en cualquier momento. La ambiciĂłn de la propuesta, más allá de su comercialidad, es evidente pero tambiĂ©n es algo ingenua. No importa. La ambientaciĂłn es la mayor baza de una pelĂcula que habla, que piensa, que dice y que expresa pero que tambiĂ©n calla porque no es tan fácil imitar lo que hizo del 2001 un año mágico. La Naturaleza de Dios no es tan apasionante como la capacidad del hombre por salir de su estado de ignorancia crĂłnico y llegar donde nada ni nadie ha llegado antes. Y lo peor de todo es que el hombre no es consciente de ello. Le basta con la comodidad, la seguridad, el progreso hedonista y el modo de vida confortable que proporciona la Ăşnica preocupaciĂłn de ser un mero vigilante de un grupo de máquinas. Dios lo sabe bien.
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