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Patronos

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Poco a poco van saliendo a la luz las oscuras intenciones de esta patronal española que, desde las sombras, siempre ha movido los hilos del poder. Son muy pocos, tal vez unos cientos solo, pero acumulan en sus bolsillos las mayores fortunas de nuestro paĂ­s. Y ello siempre se traduce en lĂ­nea directa con la Moncloa, para poder susurrar al oĂ­do del presidente de turno sus “mágicas y milagrosas” fĂłrmulas que permitan crear riqueza y prosperidad en España.

En realidad, este reducido grupo de privilegiados no son sino la sombra de aquellos que, aprovechando nuestra neutralidad en las dos guerras mundiales, convirtieron sus negocios en despensa y vestuario de las potencias mundiales en conflicto.

Negocios que en sólo algunas décadas multiplicaron sus beneficios por mil, sin que todo este inmenso río de dinero sirviese para modernizar sus fábricas ni para tomar conciencia de que las guerras se acaban y que, en la paz, la laboriosidad, la inteligencia y la permanente puesta al día son los factores que permiten sacar adelante las empresas. La combinación del golpe de estado y de los cuarenta años de dictadura del general Franco fueron las guindas necesarias para aderezar el pastel.

Salarios de miseria, jornales día a día adjudicados a dedo en las plazas de los pueblos, fueron la tónica de los primeros años del franquismo, plagados de delaciones que acababan en prisión o fusilamiento, y que acarreaban la confiscación de los bienes de los acusados para, la mayoría de las veces, ir a caer en las garras de los acusadores.

Los ingredientes eran bien sencillos: impunidad, falta de escrúpulos y una ambición insaciable, apoyada, como no, por la iglesia católica, que santificaba al dictador, paseándolo bajo palio por sus templos.

RECONVERTIR LOS EMPLEOS FIJOS

Los llamo patronos y no empresarios, porque esta denominación los convierte en más despreciables aún. Patrón viene de padre, de la persona que en una sociedad profundamente machista, con la mujer siempre relegada a un lamentable segundo plano, procura el sustento y el bienestar de su familia.

Parece una ironĂ­a, ¿verdad? Porque estos sujetos parecen empeñados en lo contrario, es decir, en procurar la miseria y la desgracia de sus obreros. Ahora ven con buenos ojos reconvertir los empleos fijos en otros en los que el obrero pueda ser despedido por el mĂ­nimo legal, sin ningĂşn tipo de contrapartida.

Se trata de introducir el pánico entre la clase trabajadora, abandonada desde hace mucho tiempo a su suerte por las organizaciones sindicales, que bastante tienen con calcular de dónde van a sacar el dinero para mantener su exquisito tren de vida. Nadie, con este sistema que pretenden implantar, va a mover un solo dedo cuando despidan al compañero, o a la amiga, porque si no te callas y bajas la cabeza, tú también irás a la calle.

Sustituir a personas con antigüedad en las empresas es un negocio redondo. Y si no, que se lo digan a los bancos, que llevaron a cabo hace ya tiempo, con la connivencia de los poderes públicos, una serie de despidos masivos disfrazados de prejubilaciones para, a continuación, contratar a chicos y chicas recién salidos de la universidad, magníficamente preparados y dispuestos a cobrar la mitad que sus antecesores.

Con la crisis que ellos mismos propiciaron, serán muchos los asalariados que perderán sus puestos de trabajo: veremos cuántos ejecutivos salen despedidos a la calle”.
UNIĂ“N Y LUCHA DIARIA

La propuesta del señor Rosell es, sencillamente, indecente. Máxime cuando sus antecesores están en la cárcel por sus sucios manejos. Nadie acumula una fortuna desempeñando un trabajo asalariado. Las fortunas, y de eso sabía un montón Carlos Marx, que ante todo era economista, se amasan robándole el pan a los obreros, especulando, engañando.

Sueldos bajos, escasas prestaciones sociales, precariedad en los contratos, jornadas laborales interminables son, entre otros, los ingredientes básicos de lo que hoy denominan competitividad, cuando se trata, simple y llanamente de explotación, de esclavitud encubierta.

Al señor Rosell le recordarĂ­a, porque supongo que debe ser de misa diaria, aquella frase tan famosa del evangelio: “Si quieres ser mi discĂ­pulo, vende todo cuanto tienes y sĂ­gueme”. Aunque yo me conformarĂ­a con castigarle a vivir durante un año, sĂłlo un año, con el salario mĂ­nimo interprofesional”. 

A lo mejor se arrepentĂ­a de sus muchos pecados. Y a la clase trabajadora sĂłlo me resta aconsejarle que es a travĂ©s de la uniĂłn y de la lucha diaria como se consigue tener  fuerza y adquirir respeto hacia ellos mismos. Que no esperen nada de los polĂ­ticos, que seguirán escuchando en sus orejas de burro los susurros de estos nuevos caciques que son capaces, como Saturno, de devorar a su hijo.

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